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Vol. 79/No. 5      16 de febrero de 2015

 
(especial)
‘Un programa que nació de los
valores de la Revolución Cubana’

Entrevista con director de programa médico para
niños afectados por desastre nuclear en Chernóbil

 
POR FRANK FORRESTAL,
ROGER CALERO
Y MARY-ALICE WATERS

La fusión nuclear ocurrida en Chernóbil, Ucrania, el 26 de abril de 1986 sigue siendo el mayor desastre nuclear en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial. La respuesta del gobierno y del personal médico cubano a esa catástrofe, así como su respuesta a la actual crisis del ébola en África Occidental, son un testimonio claro del internacionalismo proletario de la revolución socialista de Cuba.

El 10 de septiembre de 2014, el Dr. Julio Medina, el pediatra que dirigió el programa cubano para tratar a los niños ucranianos víctimas de ese desastre, conversó con los reporteros del Militante Róger Calero y Mary-Alice Waters en La Habana sobre la respuesta de Cuba y el esfuerzo que él encabezó por más de 20 años.

El programa nació de los valores de la Revolución Cubana explicó Medina al inicio de la entrevista. “Los valores que son parte de la revolución en Cuba: el humanismo, la amistad, la solidaridad.

“No podíamos quedarnos cruzados de brazos ante un problema de un pueblo amigo como fue lo de Chernóbil”, dijo Medina. “Fue una catástrofe de una dimensión que aún hoy es difícil de estimar en todos los sentidos: en lo ecológico, en lo social y sobre la salud”.

El desastre nuclear de Chernóbil se desarrolló durante una prueba de los sistemas de control de una de las cuatro unidades que estaban siendo apagadas para tareas de mantenimiento rutinarias. Las fallas en el diseño, incluyendo la falta de una estructura de contención, y el hecho de que el sistema de seguridad de emergencia había sido desactivado ocasionó un incremento súbito de potencia que causó explosiones masivas que hicieron volar el techo del reactor. El núcleo del reactor se derritió y estalló un intenso incendio que duró 10 días y expulsó grandes cantidades de material radioactivo.

Más de 2 mil millas cuadradas de Ucrania, Bielorrusia y Rusia resultaron contaminadas; nubes de polvo radioactivo llegaron a países aledaños, incluyendo a Suecia, a 700 millas de distancia. Los trabajadores y bomberos de Chernóbil que trataron de enfrentar la catástrofe, no estaban preparados y en gran medida sin equipos de protección.

Más de 130 trabajadores de la central se enfermaron por las altas dosis de radiación. Veintiocho de ellos murieron en las semanas siguientes. Más de 6 mil niños y adolescentes de Ucrania y Bielorrusia contrajeron cáncer de la tiroides, muy probablemente por exposición al iodo 131, el cual fue inhalado o ingerido, en gran parte a través de leche y vegetales contaminados.

Pripyat, una ciudad de 50 mil habitantes construida a una milla de distancia de los reactores de Chernóbil para alojar a los trabajadores de la instalación y a sus familiares, no fue evacuada sino hasta 36 horas después de la explosión. Les dijeron a los residentes que solo necesitaban ropa para tres días y que después de eso podían regresar. Ellos nunca regresaron y la ciudad sigue siendo una zona prohibida.

Cerca de 115 mil personas fueron evacuadas de las áreas aledañas. Alrededor de 220 mil personas adicionales en Ucrania, Bielorrusia y Rusia se vieron forzadas a abandonar sus hogares. Aun existe hoy una zona oficial de exclusión alrededor del lugar de la explosión que se extiende por 18 millas en todas las direcciones.

Al momento del desastre, Ucrania era una de las repúblicas de la Unión Soviética. Se independizó en 1991, después que se desmoronó la Unión Soviética.

En una entrevista con reporteros del Militante en junio de 2014 en Kiev, Liliya Piltyay, una dirigente del Komsomol (Juventud Comunista) en Ucrania, que ayudó a organizar para que niños y otras personas con necesidad de recibir atención médica viajaran a Cuba para ser atendidos, dijo que después de la explosión “las autoridades no le informaron a nadie la magnitud de lo que estaba pasando”. Dijo que hasta 1989 “estaba prohibido difundir información sobre la verdadera magnitud de la radiación y la cantidad de afectados”.

Los más afectados por la radiación fueron los niños, mujeres embarazadas y los centenares de miles de trabajadores conocidos como liquidadores que vinieron a ayudar en la evacuación y en la limpieza de los escombros contaminados.

A medida que se difundió la información sobre la crisis médica, la dirección del Komsomol le pidió al recién llegado cónsul cubano Sergio López Briel ayuda para divulgar información sobre la situación y movilizar una respuesta internacional. “Les respondí que en el caso de informar al mundo eso le correspondía a Ucrania”, dijo López a los reporteros del programa de televisión cubano, Chernóbil en nosotros, en 2006, “pero que Cuba podría ayudar en otras cuestiones.

“Esto fue un jueves, y el sábado teníamos ya una respuesta de la alta dirección de nuestro país de que estaban preparados los tres mejores especialistas en las patologías más frecuentes en la niñez y que podían viajar de inmediato a Ucrania”, dijo López.

Durante su primer viaje los especialistas cubanos visitaron más de 15 pueblos, pequeños y grandes. Según uno de los médicos, Manuel Ballester, director del Instituto de Hematología e Inmunología, “la población tenía un estrés tremendo, muy preocupados por el desastre nuclear. Más por el estrés que había que por el problema de la concentración de radionúclidos que había en los terrenos.

Los médicos cubanos visitaron cinco o seis veces las regiones afectadas en Ucrania, Bielorrusia y Rusia. En todos estos lugares, dijo Ballester, “fuimos muy bien acogidos por la población, pero no tan bien por algunos funcionarios de aquel momento.

“En los lugares donde íbamos, los más cercanos al desastre, no había médicos porque se fueron para no enfrentarse a la posible radioactividad que estaba emanando”.

El traslado de los niños y algunos de sus padres a Cuba resultó ser un reto especial ya que la Unión Soviética no iba a facilitar los aviones. En respuesta, el gobierno cubano se apresuró a obtenerlos. “Uno de los aviones cubanos acababa de salir de reparaciones de la fábrica de Tasquen [capital de Uzbekistán] y aún no habían terminado de pintarlo. Al otro le cambiaron su ruta habitual Roma a La Habana para mandarlo a Kíev”, dijo Olexander Bozhko, presidente del Fondo Juvenil Ucraniano de Chernóbil, a reporteros del programa de televisión cubano.

Los dos aviones con casi 140 niños llegaron a Cuba el 29 de marzo de 1990, dando inicio al programa de tratamiento médico para los niños de Chernóbil. Varios dirigentes de la Revolución Cubana, incluyendo Fidel Castro y Vilma Espín, presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas, recibieron al primer grupo de niños en el aeropuerto de La Habana. Castro le preguntó a una de las mujeres que venía acompañándolos cuántas personas habían sido afectadas. Ella le respondió que unos 100 mil.

“Se reunió con los otros representantes allí mismo, y para cuando llegó el segundo avión tres horas después, anunció que Cuba recibiría a 10 mil niños de Ucrania, Bielorrusia y Rusia.

“No lo pude creer”, dijo Piltyay. “Le pregunté al traductor si se había equivocado. Pero no era un error. Los cubanos hicieron eso, y más”.

La política del gobierno cubano fue de minimizar la publicidad en torno al programa. En el documental Chernóbil en nosotros, el embajador cubano Sergio López comenta que Castro le dijo, “no quiero que estés yendo a la prensa, ni que la prensa esté yendo al consulado. Este es un deber elemental que estamos haciendo con el pueblo soviético, con un pueblo hermano. No lo estamos haciendo para publicidad”.

Castro le pidió a López, quien acababa de llegar de Ucrania, que regresara de inmediato en ves de tomarse unos cuantos días de descanso en Cuba. Castro “ya estaba pensando en la preocupación de los padres, de los familiares de esos niños que estaban en Cuba”, dijo López. “Ve y reúnete con los padres y háblales en manos de quien están estos niños, que estamos haciendo por ellos, las condiciones que tienen aquí en Cuba y que vamos hacer el mayor esfuerzo del mundo por salvarlos y que continúen con un futuro seguro y digno”.

El programa médico se desarrolló en los primeros años del Periodo Especial en Cuba. Este es el nombre dado a las consecuencias económicas y políticas de la pérdida abrupta del 85 por ciento del comercio exterior de Cuba después de la desintegración de la Unión Soviética. Las importaciones se evaporaron y la producción agrícola e industrial se desplomó en Cuba. En aquel entonces, Castro dijo que era “como si dejara de salir el sol”.

Y durante este periodo el sistema de cuidado de la salud en los países de la ex Unión Soviética empezó a desintegrarse. La expectativa de vida, incluyendo en Ucrania, se desplomó en los próximos 10 años. Mientras tanto en Cuba, por lo contrario, a pesar de las dificultades económicas, la expectativa de vida subió de 74 a 77 años en el mismo periodo.

“Ya desaparecieron la URSS y el campo socialista hace rato y nosotros seguimos atendiendo a los niños de Chernóbil, a pesar del bloqueo y del periodo especial que estamos atravesando”, dijo Castro a un grupo de Pastores por la Paz en 1992. Lo hacemos “por una cuestión de ética, por una cuestión moral”.

Programa de ayuda médica de Cuba

Julio Medina, actualmente el director del hospital pediátrico de Tarará, Cuba, continuó la historia a partir de aquí. Medina, en aquel entonces un médico joven de 20 años , pasó a ser el director del programa médico cubano que dio tratamiento a más de 25 mil víctimas del desastre nuclear de Chernóbil entre 1990 y 2011.

“En 1990 cuando empezó a verse la magnitud de la crisis médica, la Unión Soviética se estaba desintegrando”, dijo Medina. “Ni siquiera existían embajadas entre Cuba y Ucrania”.

El pueblo cubano y su gobierno respondieron de una forma diferente a la de cualquier otro país, dijo Medina. Cuba fue el único país que ofreció un programa de asistencia médica completamente gratuito. Los cubanos llegaron en un momento a dar tratamiento a 3 mil pacientes al año, en su mayoría niños.

El programa cubano comenzó solo cuatro años después de que ocurrió el desastre nuclear, explicó Medina, en parte por que algunos efectos del envenenamiento radioactivo se desarrollan lentamente. “Realmente no había un plan bien concebido para minimizar las consecuencias de un accidente”, agregó.

“Creo que nunca pensaron que podría pasar un accidente. Los programas de evacuación no fueron efectivos. De hecho las personas se evacuaron por sus propios medios”, dijo Medina. “En algunos casos se evacuaron personas a lugares por donde había transitado la nube radioactiva”.

“No hubo en la prensa la información adecuada para que la gente pudiera conocer lo que podía suceder y lo que estaba pasando”, dijo Medina. “Otro problema fue la demora de la solicitud del gobierno de Ucrania de ayuda internacional”.

La solidaridad cubana empezó de hecho antes de 1990. “El primer hecho de solidaridad”, dijo Medina, vino de los estudiantes cubanos que estaban estudiando en Ucrania que donaron sangre. Uno de ellos donó médula ósea.

Lo determinante para poner en práctica el programa fue “la voluntad política de nuestro país. En especial de Fidel, nuestro comandante en jefe”, dijo Medina al Militante.

El equipo de especialistas enviado a Ucrania “tuvo un gran impacto. La población quería ver a los médicos cubanos”, que seleccionaban a los niños más enfermos para recibir tratamiento en Cuba, dijo. “Los primeros vuelos a Cuba trajeron a casi 140 niños muy enfermos con enfermedades oncohematológicas”.

En aquellos momentos todavía no existía el centro de tratamiento para los niños ucranianos de Tarará, así que los que vinieron en los dos primeros vuelos fueron directo a dos hospitales en La Habana: el Juan Manuel Márques y el William Soler.

Transformación de Tarará

“Siguió creciendo la necesidad de ayuda”, dijo Medina, y Cuba respondió. “Entonces se decide ampliar esa colaboración y por eso comienza esta actividad en Tarará”.

En 1976, Tarará, conocida por su saludable y bella ubicación en la costa cerca de La Habana, había sido convertida en un campamento para los niños cubanos de educación primaria que pertenecían a la organización juvenil de Pioneros. En la década de 1980, cuando el país fue azotado por una epidemia de la fiebre del dengue, el policlínico de ese lugar se convirtió en un hospital pediátrico. Parte de la respuesta internacionalista de la dirección de la organización juvenil fue la decisión de cederles la Ciudad de Pioneros en Tarará a los niños ucranianos.

“Convertimos las instalaciones en Tarará en un hospital de 350 camas y además creamos 4 mil capacidades de alojamiento”, dijo Medina.

“Como pueden imaginar, en medio del periodo especial no era fácil aquello”.

La transformación de Tarará fue realizada principalmente por brigadas de trabajo voluntario. Estas brigadas fueron organizadas por todo el país a finales de la década de 1980 como parte de lo que se llamó el proceso de rectificación.

“Camiones con trabajadores, jóvenes, hombres y mujeres iban directo para Tarará de diferentes municipios. Fue un trabajo masivo”, dijo Medina. “Personas pintando, haciendo reparaciones. Miles de personas que había que coordinar y organizar todos los días, los plomeros, carpinteros, albañiles, personas para las áreas verdes.

Cuando se completó el trabajo en julio de 1990, Fidel vino a agradecerle a las brigadas.

Mientras el centro de Tarará estaba siendo transformado, Medina y el resto del personal médico, enfermeras y técnicos estaban en La Habana preparándose para los retos médicos que iban a confrontar.

“Yo estaba trabajando en otro hospital de La Habana, como muchos de los que fuimos parte del programa”, dijo Medina. “Los últimos que llegamos a Tarará fuimos los médicos y las enfermeras. A nosotros nos tocó primero la tarea de estudiar. No teníamos especialistas en medicina nuclear, no teníamos experiencia en atender personas que hubiesen sido expuestas a la radiación en un accidente nuclear. Tuvimos que estudiar, y tuvimos que hacerlo casi de forma permanente para poder darle la mejor atención a los pacientes”.

Trato humano y personal

Los cubanos tomaron medidas especiales para los niños que venían solos, muchos de orfanatos o que estaban internados en escuelas. “Las enfermeras y los médicos les hicieron compañía. Asumíamos una responsabilidad increíble desde el punto de vista social y humano”, dijo Medina al Militante.

“Porque no es igual un niño que está acompañado de su mamá, a un niño que viene solo. Yo creo que en aquellos momentos, en aquellas condiciones, nuestro programa fue muy atrevido. Pero eso fue el valor fundamental que tuvo”.

“Las familias de los trabajadores allí, y los mismos trabajadores les hacían dulce a los niños cuando estaban enfermos y les hacían cake para su cumpleaños”, dijo, “eran gestos que les gustaba hacer”.

Muchos de los niños estaban muy enfermos. Se les tuvo que operar y darles mucha quimioterapia. “Algunos fallecieron pero otros se recuperaron, y fueron procesos muy largos. Y durante todos estos procedimientos, si estaban solos, un cubano los acompañaba en el hospital.

“Este apoyo social vino del pueblo, de las personas”, dijo Medina. “Eso no lo puede dirigir nadie. No lo puede dirigir ni el gobierno ni la política. Esos son valores. Por supuesto esos valores nacen con la revolución y su política, con una forma de vivir. Pero expresaban esos valores de forma espontanea”.

“En Ucrania no exhibían las lesiones que tenían en la piel, o la oreja que les faltaba. Se cubrían con el pelo para que no se la vieran. O se tapaban con mangas largas. Eso en Cuba, a los días de haber llegado, les empezó a desaparecer. Todos eran iguales y los cubanos alrededor de ellos no le prestaban atención a eso”.

“Además en aquellos momentos difíciles, los niños que eran operados, que recibían quimioterapia, necesitaban el apoyo psicológico para poder salir y vencer esa etapa de la vida, que es bien difícil”, dijo Medina. “Casi todas las especialidades médicas participaron en el desarrollo del programa.

“Había psicólogos profesionales de bata, pero también había muchas personas que con su cariño y con el amor daban el apoyo que les hacía falta a aquellos niños para minimizar el impacto del accidente”, agregó Medina.

“Le pedimos al ministerio de salud pública de Ucrania que con cada grupo de niños vinieran médicos ucranianos. Médicos que trabajaran junto con nosotros y nos dijeran sus opiniones, sus criterios. Eso jugó un papel importante”, dijo. “El tener médicos que hablaran ruso y ucraniano —incluyendo a psicólogos que podían ayudar a tratar el trauma causado por el desastre nuclear— facilitaba la comunicación con los niños.

“Organizamos muchas excursiones para los niños porque el programa de rehabilitación psicológica también incluía actividades culturales”, dijo.

“¿Usted sabe lo que es sacar 10 autobuses cargados de niños desde La Habana hasta Trinidad? La carretera tiene una parte buena, pero una parte es muy peligrosa, muy estrecha”, dijo Medina. “Diez autobuses cargados con niños, ambulancias, médicos, enfermeros y comida, porque llevábamos nuestra comida. En esas excursiones iba lo mismo un niño que caminaba que el que iba en una silla de rueda. Era para todos”.

Blanco de ataques políticos

El programa médico fue objeto de ataques políticos principalmente de opositores de la revolución fuera de Cuba. “Los que no había hecho nada similar a nuestro programa, ni habían dado la posibilidad de recibir niños y darles atención médica, criticaban a los que lo hacían”, dijo Medina.

La mayoría de las críticas vinieron de Estados Unidos. “Hubo artículos en la prensa allí diciendo que cómo Cuba, con tanta necesidad, con tanta hambre, iba a alimentar a esos niños”, dijo Medina. “Que los íbamos a agarrar de conejillos de India para investigaciones médicas y hacerles cosas. ¡Hasta dijeron que el sol de Cuba le iba a hacer daño a esos niños!”

A pesar de las enormes presiones económicas del Período Especial, el gobierno cubano mantuvo el programa de Chernóbil. “Fidel no lo pensó dos veces en ofrecer su ayuda aún en momentos difíciles”, dijo Medina, “porque en Cuba —estamos hablando de 1990 en adelante— son los años más difíciles que los cubanos recordamos”.

En cada etapa, el gobierno “trató de garantizar que ese programa saliera”, dijo Medina. “Bajo la dirección del ministerio de salud pública, varios hospitales y clínicas de La Habana participaron para garantizar que todo lo que hiciera falta para esos niños estuviera disponible. Nadie limitó nunca, ni me dijo hasta aquí se puede gastar porque cuesta demasiado. Eso fue una decisión política. Lo hicimos sin medir los gastos”.

Los niños también se beneficiaron de los avances científicos en Cuba . “Con el desarrollo de la biotecnología cubana pudimos proveer a los niños ucranianos las mismas vacunas y medicamentos que recibían los niños cubanos. Eso también fue una decisión política, con un costo en lo social”, dijo.

Cuando se hizo evidente que muchos de los niños necesitaban tener un tratamiento prolongado, el gobierno decidió crear una escuela para los niños, con maestros ucranianos. “No podíamos permitir que el niño que iba a estar ocho meses o un año se atrasara desde el punto de vista escolar”, dijo Medina.

Habían colas interminables para ver a los médicos cubanos en Ucrania, dijo Medina, y la estrecha colaboración con el ministerio de salud y el personal médico ucraniano fue importante. “Mantuvimos una brigada en Kíev para seguir atendiendo a niños allí. En 1998 se envió otra brigada médica para inaugurar un sanatorio en Crimea que había sido un centro de rehabilitación para trabajadores de una fábrica de cohetes en Dnipropetrovsk, una ciudad industrial en el sur de Ucrania.

“El nuevo centro se llamaba Druzhba, que significa ‘amistad’. Organizamos allí un programa similar al de Tarará para que los niños fueron atendidos en Ucrania”, dijo. “Druzhba, hasta que se cerró el programa en 2011, atendió un total de más de 10 mil pacientes entre liquidadores y niños”.

A pesar de que todavía hay necesidad de los servicios y Cuba sigue dispuesta a continuarlo, el programa en Tarará fue suspendido en 2011 cuando el gobierno de Ucrania dejó de pagar los costos de transporte para los niños. “Hay personas con voluntad de ayudar, incluyendo muchos médicos. Pero los que hoy tienen el capital, los que tienen el dinero, no quieren aportarlo para esos fines”, dijo Medina. “Eso requiere también una decisión política, es una cuestión de política social.

“Hay personas que todavía están padeciendo enfermedades relacionadas con Chernóbil”, dijo Medina. “Algunas debido al impacto de la sustancia radioactiva que trajo las afectaciones inmunológicas y genéticas que los pueden enfermar o que pueden transmitir a sus descendientes. Y otras porque pueden mantenerse expuestas a áreas que todavía están contaminadas”.

En Ucrania, “con la situación actual de guerra e inestabilidad la vida se encarece. Todo se hace más difícil, incluso darle seguimiento a la salud de la persona”, dijo Medina. Para el cuidado de la salud, las gentes “dependen más de ellos mismos que de las instituciones estatales”.

También nos cambió a nosotros

El programa de atención médica para los niños de Chernóbil también transformó a los cubanos que fueron parte de él. “Cuando llegué a Tarará en 1990 yo tenía 20 y pico de años”, dijo Medina. “Era un niño, un muchacho. Ahora tengo 52 años. Crecí con el programa.

“Fue parte de nuestras vidas. Es decir, vivir durante más de 20 años con ucranianos casi nos hizo sentir que éramos ucranianos, pensar como ucranianos. Es parte de nuestra forma de vivir, de nuestra alimentación, gustos y costumbres”, dijo. “Igual que ellos se llevaban para su país nuestras comidas y costumbres. Les encantaba bailar música cubana.

“El programa duró casi 23 años. Póngase a pensar, 23 años de su vida sin poder dormir tranquilo, porque mientras usted está cuidando un niño, usted nunca sabe lo que está haciendo”, dijo Medina.

“Teníamos una gran responsabilidad con las familias ucranianas, con el gobierno de Ucrania y con el nuestro”, dijo Medina. “Esos padres están confiando a sus hijos en nosotros. Y el país está confiando.

“Son cosas que se dicen hoy muy fácil porque ya pasó el tiempo, pero ahora yo siento que respiro. Que me puedo ir un domingo a la playa sin preocuparme. Que me puedo tomar un trago”, dijo. “Porque antes decía, ‘¿Y si tengo que responder rápido a algo?’ Fueron años muy difíciles. Nuestro personal —los cubanos y los otros— tuvieron que ser muy dedicados.

“Y también hubo mucha dedicación de parte de los dirigentes de nuestro país”, agregó Medina. “Fidel visitó Tarará muchas veces. Y no había un ciclón que pasara por Cuba que él no enviara su equipo de trabajo a ver si estaban todas las condiciones para cuidar bien a esos niños. Cuando usted ve eso se esfuerza al doble, uno siente una responsabilidad en todos los sentidos”.

Medina mantiene la esperanza de que se encontrará una forma para que Cuba pueda continuar brindando atención a personas en Ucrania que necesitan tratamiento.

En Kíev, unos meses antes, reporteros del Militante conversaron con varias mujeres jóvenes que habían recibido tratamiento en Tarará. Inna Molodchenko es la primera en la lista de espera para volver a Cuba si se pueden recaudar los fondos para el transporte. “Para ella es mejor estar en Cuba. Los médicos cubanos le han salvado la vida”, dijo su madre Tatiana hablando por Inna, a quien le han realizado seis operaciones quirúrgicas en la garganta. “El pueblo de Cuba es muy amable, muy caluroso. Cuba es nuestra segunda patria”.
 
 
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