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Vol. 72/No. 5      4 de febrero de 2008

 
China: consecuencias de la ‘Revolución
Cultural’ estalinista
(Tercero de la serie)
 
POR CINDY JAQUITH  
Con la victoria de la revolución socialista en China en 1949, los trabajadores y campesinos removieron del poder a los capitalistas y terratenientes que bloqueaban su avance hacia una sociedad libre de la explotación y la opresión clasista. Se abrió la puerta para comenzar la modernización de la agricultura, el desarrollo de la industria, la superación del legado del atraso social y la extensión del apoyo de China a la lucha mundial por el socialismo.

Desde el comienzo, Washington y las otras potencias imperialistas impusieron tremendas presiones políticas, económicas y militares sobre el joven estado obrero. El gobierno estadounidense se negó a reconocer al gobierno dirigido por el Partido Comunista Chino (PCC), e insistió en que el régimen capitalista establecido por Chiang Kai-shek en la isla de Taiwan era el representante legítimo del pueblo chino.

Washington cortó las relaciones comerciales con China. Las tropas estadounidenses en Corea del sur, Japón y Vietnam, así como la Séptima Flota estadounidense patrullando frente a las costas chinas, mantuvieron a la revolución rodeada.

A pesar de todo, se produjeron rápidamente cambios sociales importantes en la nueva China. Cientos de millones de campesinos adquirieron la propiedad sobre la tierra que habían trabajado y se puso fin a la esclavitud de las deudas. Durante la primera década de la revolución, la producción de energía eléctrica aumentó en un 400 por ciento, la de carbón en un 300 por ciento, los textiles en más de un 100 por ciento y la de acero en más de 1 100 por ciento.

El pueblo trabajador también avanzó culturalmente. El número de niños en las escuelas primarias casi se triplicó, de un 22 por ciento en 1950 a un 60 por ciento en 1958. Las mujeres empezaron a incorporarse por millones en la vida social y política. Enfermedades curables como la polio, la tuberculosis, la difteria y el tétano fueron virtualmente eliminadas. Los resultados fueron dramáticamente superiores a los de la vecina India, que había logrado la independencia de Gran Bretaña en 1947, pero que, a diferencia de China, continuaba bajo un gobierno capitalista y la dominación imperialista.

El artículo anterior (ver el ejemplar del 14 de enero) explicó cómo la dirección estalinista del PCC bajo Mao Tse Tung, intentó contener las movilizaciones de los trabajadores y campesinos y retrasar la revolución socialista, hasta que las crecientes amenazas imperialistas los obligó a cambiar de curso. Una vez en el poder, el Partido Comunista continuó dando prioridad a los intereses de un sector privilegiado de la clase media, no a la clase trabajadora y al campesinado. Temía las iniciativas de las masas e intentaba controlarlas, impidiendo las discusiones políticas sobre cómo continuar avanzando.

Desde mediados de la década de los 20, el PCC había seguido la línea de la Internacional Comunista dominada por Joseph Stalin, adoptando sus maniobras que iban desde el ultraizquierdismo aventurero al oportunismo ultraderechista, según los intereses de la casta burocrática en la Unión Soviética. Ya en el poder, el PCC bregaba con las cuestiones políticas existentes con los intereses nacionalistas estrechos de la casta burocrática que estaba consolidando en China. Esto requería frenar a los trabajadores y campesinos que se esforzaban por poner su estampa en la revolución que se venía desarrollando.

En el campo, los campesinos buscaron como consolidar y extender los logros de la revolución por medio de la formación de pequeñas cooperativas, donde varias familias compartían las herramientas, el ganado y el trabajo para aumentar la producción y el nivel de vida. Esta iniciativa fue apoyada por el gobierno en 1951.

Pero en 1955 Mao lanzó un curso aventurero para intentar acelerar administrativamente el ritmo del desarrollo sin la movilización o la dirección de las masas rurales y urbanas. Las cooperativas dirigidas por los campesinos fueron reemplazadas por cooperativas “de etapa alta” impuestas burocráticamente, y en las que los funcionarios del partido y del gobierno, y no los que trabajaban la tierra, eran los administradores. Algunos campesinos resistieron el cambio, llegando hasta sacrificar su ganado.

En 1958 el PCC declaró el “Gran paso adelante”, una campaña para supuestamente convertir a China rápidamente en un gigante industrial bajo el eslogan “A la par con Inglaterra en 15 años”. Una parte considerable de la población rural fue organizada en la producción industrial y en la construcción. Se decretaron “Comunas populares”. Cada unidad agrupaba a 5 mil familias campesinas que tenían que ceder sus hogares privados y sus tierras para vivir comunalmente y trabajar bajo condiciones casi militares. Esta política siguió el curso de colectivización obligada de la tierra que el régimen de Stalin había impuesto brutalmente sobre los campesinos en la Unión Soviética.

Las familias fueron presionadas a construir en sus patios hornos primitivos para la producción de acero, y recoger metal desechado, incluso sus posesiones personales, para fundirlo. También se empujó la productividad en las fábricas, con un desinterés negligente hacia la salud y la seguridad de los trabajadores.

El “Gran paso adelante” fue un desastre. La producción de grano para la alimentación cayó de 200 millones a 150 millones de toneladas métricas de 1958 a 1960. La hambruna comenzó a extenderse, con el costo de aproximadamente un millón de vidas. En la industria, la campaña frenética por producción condujo a un drástico declive en la calidad de los productos. Los hornos de acero caseros produjeron poco acero útil y malgastaron una enorme cantidad de mano de obra. Para 1959 el régimen de Mao se vio obligado a abandonar esa política y las “comunas populares”.  
 
Derrota en Indonesia
No mucho después, la mal dirigencia estalinista en China fue responsable por una devastadora derrota de la clase trabajadora, esta vez en Indonesia. Como en muchos países semicoloniales, las masas trabajadoras en Indonesia se identificaron con la revolución china y seguían a su dirección.

El PC chino aconsejó al Partido Comunista de Indonesia a que formara un bloque con el ala “progresista” de la burguesía representada por el presidente Sukarno. Desde la perspectiva nacionalista estrecha —en vez de internacionalista— del PCC, era preferible mantener buenas relaciones con Sukarno, quien tenía relaciones diplomáticas y comerciales con China, que dirigir al pueblo trabajador de Indonesia hacia la organización de una revolución socialista.

Desmovilizados políticamente, los trabajadores no estaban preparados cuando en 1965 el general Suharto dirigió un golpe de estado que, con poca resistencia, aplastó al movimiento obrero y masacró cientos de miles de miembros y partidarios del Partido Comunista de Indonesia, el tercer PC más grande del mundo. Fue la mayor derrota para la clase trabajadora internacional desde la victoria del fascismo en Alemania en la década de los 30.  
 
‘Guardias Rojos
Poco después del desastre en Indonesia, la dirigencia de Mao lanzó lo que llamó la “Gran Revolución Cultural Proletaria” en China. Esta no tenía nada que ver con avanzar el proletariado, la cultura o la revolución. Su objetivo era purgar los opositores de Mao de las posiciones de poder en el partido y el gobierno y consolidar su facción en el poder.

Se movilizaron a millones de jóvenes adolescentes por todo el país en contingentes de “Guardias Rojos” para expulsar a los tachados de “seguir la vía capitalista” y elementos “burgueses”. El objetivo eran los rivales políticos de Mao, pero las víctimas iniciales fueron un amplio número de figuras de la cultura e intelectuales. En vez de un debate abierto sobre cuestiones que desesperadamente necesitaban ser discutidas —desde el desastre en Indonesia, hasta cómo avanzar la economía china o la falta de democracia obrera— los opositores de Mao fueron simplemente acusados de ser contrarrevolucionarios que buscaban restaurar el capitalismo.

Lo que siguió fue un gran asalto contra el progreso y la cultura. Siguiendo las ordenes de los burócratas, los Guardias Rojos atacaron arbitrariamente cualquier cosa que ellos consideraban podría apartarse del “Pensamiento de Mao Tse-Tung:” estatuas griegas o romanas, obras de teatro de Shakespeare, cualquiera que llevara joyas o un corte de pelo “burgués”. Se cerraron muchas escuelas durante varios años. Unos 1 300 periódicos en el campo fueron eliminados dejando sólo 50. La mayoría de los libros se hicieron imposibles de obtener. La excepción fueron los escritos de Mao, libros de catecismo cuya posesión indicaba la lealtad al presidente del PC, lo contrario al socialismo científico.

Miles murieron en los enfrentamientos entre las facciones rivales. Muchos de los que poseían cargos en el partido o en el gobierno fueron expulsados y encarcelados, o humillados y abusados públicamente.

En 1969, una vez que Mao sintió que su facción tenía un control seguro del partido, el ejército y el gobierno, sin más ceremonia alguna se deshizo de los Guardias Rojos, muchos de los cuales fueron exiliados al campo, sentenciados a una vida de “reeducación” forzada.

Mientras se desarrollaba esta lucha destructiva entre las facciones en China, los trabajadores y campesinos de la cercana Vietnam estaban combatiendo a medio millón de soldados estadounidenses. Poca ayuda política o material necesitada fue extendida a los luchadores por la liberación de Vietnam, ni por Moscú, ni por Beijing. Ambos regímenes estalinistas rechazaron la necesidad crucial de formar un frente unido contra la guerra imperialista, anteponiendo los estrechos intereses de sus respectivas castas burocráticas.

Mao murió en 1976. En la subsiguiente lucha por el poder entre los burócratas, su facción fue destituida. Pero los nuevos dirigentes de China estaban cortados de la misma tela que los antiguos. El próximo artículo retomará los sucesos que siguieron.  
 
 
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