El Militante (logo)  

Vol. 78/No. 9      10 de marzo de 2014

 
La victoria del PST contra el espionaje del
FBI ha tenido un impacto duradero en la
política de clases
‘Cincuenta años de operaciones encubiertas en EEUU’,
nuevo libro de la editorial Pathfinder
(especial)

La nueva edición de Cincuenta años de operaciones encubiertas en EE.UU.: La policía política de Washington y la clase obrera norteamericana ya está a la venta. Esta primavera estará también disponible en inglés. El título del artículo principal del cual toma el nombre el libro, escrito por Larry Seigle, fue publicado por primera vez en la revista marxista New International en 1987. El libro también contiene el artículo “La guerra imperialista y la clase trabajadora”, escrito por Farrell Dobbs en 1949. Dobbs fue uno de los dirigentes centrales de las campañas de sindicalización de los Teamsters en la década de 1930 y secretario nacional del Partido Socialista de los Trabajadores de 1953 a 1972. A continuación aparece la introducción al libro escrita por Steve Clark, miembro del Comité Nacional del PST. Derechos reservados ©2014 de Pathfinder Press. Reproducido con autorización.

POR STEVE CLARK  
En agosto de 1987 un juez federal de distrito en Nueva York emitió una orden judicial en la que dictaminaba que ningún documento que el gobierno obtenga por métodos que violan la Constitución de Estados Unidos y la Carta de Derechos puede ser “utilizado, emitido o divulgado” por el FBI u otras agencias policiacas federales.

El juez Thomas Griesa decretó esta orden a raíz de su decisión un año antes, en agosto de 1986, sobre una demanda judicial entablada por el Partido Socialista de los Trabajadores en 1973.

El objetivo del partido era sacar a la luz pública las décadas de espionaje y desorganización por la policía política federal, así como movilizar la oposición a estas violaciones de los derechos constitucionales, no solo de los miembros y partidarios del partido y de la Alianza de la Juventud Socialista, sino de otras organizaciones e individuos que habían sido objeto de las operaciones encubiertas del gobierno.

Aunque inmediatamente después de la decisión de Griesa de 1986 el Departamento de Justicia había anunciado que la apelaría, menos de dos años después el gobierno retiró su moción.

La batalla que el Partido Socialista de los Trabajadores libró durante 15 años con el apoyo de miles de personas y que dio lugar a ese fallo judicial federal, fue una victoria para la clase trabajadora. Además, esa victoria perdura y continúa teniendo un efecto directo más de cuatro décadas después de haberse entablado el pleito.

El primer artículo en este libro, “Cincuenta años de operaciones encubiertas en EE.UU.: La policía política de Washington y la clase obrera norteamericana”, por Larry Seigle, ofrece un relato de esa batalla política del PST y sus aliados. Fue una iniciativa política sin precedentes. Una organización comunista estaba entablando una demanda contra el gobierno capitalista, en vez de verse obligada a defenderse y a defender a sus miembros contra un caso fabricado por policías y fiscales. Los trabajadores comunistas —junto con otros sindicalistas, agricultores y partidarios de los derechos civiles— eran los demandantes, y las agencias y funcionarios del gobierno eran los acusados. Y no al revés.

La campaña política que el Partido Socialista de los Trabajadores organizó y dirigió, con un amplio apoyo, brindó un arma más que los sindicalistas, luchadores por los derechos de los negros y otros entre los explotados y oprimidos podían usar para defender mejor sus propios derechos constitucionales. Ante todo, ayudó a mantener el espacio político necesario para que el pueblo trabajador pueda debatir, organizarse y tomar acción más allá del ámbito electoral y judicial: para poder luchar en nuestro propio terreno, en las fábricas, en las líneas de piquetes y en las calles.

Algunos comunistas veteranos, quienes tenían experiencia directa con casos fabricados por el gobierno y ataques contra trabajadores combativos, al principio se resistieron a emprender dicho curso. ¿Acaso un pleito judicial no sería buscarse problemas? ¿Para qué poner en marcha algo que llevará a que el gobierno obligue a dirigentes del partido a prestar declaraciones indagatorias juradas? ¿Para qué terminar ante un tribunal burgués por voluntad propia?

Ese recelo era aún mayor entre algunos antiguos miembros del Partido Comunista y otros en el entorno del PC cuyo faccionalismo sin salida hacia el PST había menguado con el paso del tiempo, pero que aún se encogían ante la perspectiva de llevar a cabo actividades políticas abiertamente como comunistas, y mucho menos de hacerlo ante abogados federales y un juez. Entre otras cosas, ¿para qué exponer al escrutinio público la historia y el historial político de su partido?

Pero los dirigentes centrales del PST, desde los de las generaciones más viejas hasta aquellos de las más nuevas, estaban convencidos de que estaban cambiando las actitudes entre los trabajadores y los agricultores en Estados Unidos a raíz de las conquistas políticas del movimiento por los derechos de los negros, de las movilizaciones contra la Guerra de Vietnam y de otras luchas sociales. La clase gobernante capitalista y su gobierno estaban a la defensiva políticamente a consecuencia de lo que ya se venía conociendo sobre el espionaje, el acoso y la interferencia por la policía contra los trabajadores y jóvenes que participaban en estas luchas. Para los gobernantes todo esto se multiplicó en 1973 ante las revelaciones muy difundidas de “Watergate” sobre los desenfrenados allanamientos e intervenciones electrónicas realizados por la administración Nixon contra sus rivales nacionales en la política capitalista.

Los dirigentes comunistas llegaron a la conclusión de que las condiciones, tomadas en su conjunto, eran excepcionalmente propicias para este tipo de campaña política. El Partido Socialista de los Trabajadores nunca le miente al pueblo trabajador, ni en Estados Unidos ni en otra parte del mundo. Su historia y su historial político son como un libro abierto. No tiene nada que ocultar. Al verse comprobadas en la vida misma estas conclusiones a lo largo de los próximos 15 años, las dudas y vacilaciones iniciales se transformaron en respeto y apoyo al curso político que el PST siguió en esta lucha.

Después de más de siete años de discovery (proceso en que los abogados de ambas partes recopilan información para preparar el caso), el juicio comenzó en abril de 1981. El proceso judicial se extendió durante 12 semanas. En su decisión de 1986 a favor de la demanda del PST, la corte falló que no había hallado pruebas “de que ningún informante del FBI haya denunciado jamás un solo caso real o planificado de espionaje, violencia [o] terrorismo” por el partido o sus miembros. Por primera vez, una corte federal dictaminó:

• que el empleo de informantes del FBI o de otras agencias policiacas para infiltrarse en organizaciones y espiar a individuos que participan en actividades políticas, incluidos comunistas y otros militantes obreros, viola el derecho a la vida privada y la libertad de asociación garantizados en la Carta de Derechos (durante el juicio, el gobierno reconoció que el FBI por sí solo —sin contar la CIA, la inteligencia militar u otras agencias entre los acusados— había recogido o robado 10 millones de páginas de expedientes sobre los socialistas);

• que los allanamientos cometidos por la policía para robar o copiar documentos o plantar micrófonos violan las protecciones de la Cuarta Enmienda a la Constitución contra “los registros y las incautaciones irrazonables” (el FBI reconoció haber efectuado por lo menos 204 de estos allanamientos, conocidos como black bag jobs [operativos de bolsa negra], en las oficinas del partido solo entre 1945 y 1966); y

• que la desorganización encubierta de las actividades del partido y de la vida de sus miembros y partidarios es una violación de la ley (se describen numerosos ejemplos de este acoso en los libros FBI on Trial: The Victory in the Socialist Workers Party Suit against Government Spying (El juicio contra el FBI: La victoria en la demanda del Partido Socialista de los Trabajadores contra el espionaje por el gobierno), editado por Margaret Jayko, y Cointelpro: the FBI’s Secret War on Political Freedom (Cointelpro: La guerra secreta del FBI contra la libertad política), por Nelson Blackstock, ambos publicados por Pathfinder).

Un año más tarde, dando seguimiento a esas decisiones, Griesa emitió su orden “respecto a los documentos que el gobierno obtuvo mediante actividades claramente ilegales”. El juez federal prohibió que estos archivos fueran “utilizados, emitidos o divulgados por los acusados… por cualquier motivo salvo cumplir con una orden emitida por este tribunal, solicitado por notificación, o como respuesta legal a una solicitud bajo la Ley de Libertad de Información”.

Cincuenta años de operaciones encubiertas en EE.UU. se publicó originalmente en 1987 en inglés en la revista marxista New International, y al año siguiente en español como un librito. Según indica el artículo, se escribió antes de que el juez Griesa hubiera tomado decisiones finales en 1987 sobre todos los asuntos en la demanda judicial y antes de que el gobierno hubiera tirado la toalla en 1988 al no apelar el fallo.

Tras este desenlace de la batalla del PST, se dieron otros dos hitos en la larga historia del partido de defender los derechos políticos del pueblo trabajador, incluidos los de sus propios miembros.

El 4 de marzo de 1988, Mark Curtis, miembro del PST y obrero en la fábrica empacadora de carne Swift en Des Moines, Iowa, fue arrestado y golpeado brutalmente por la policía. Esto ocurrió apenas unas horas después de que él participara en una reunión en defensa de 17 compañeros de trabajo, arrestados por la policía de inmigración durante una redada de la fábrica y amenazados con ser deportados. Él fue acusado falsamente de violación y allanamiento de morada, y en septiembre de 1988 fue a juicio. A través de una amplia campaña internacional de defensa, se exigió que las autoridades de Iowa desecharan los cargos y luego —cuando fue declarado culpable y sentenciado a 25 años de cárcel— que Curtis fuera puesto en libertad. Fue excarcelado bajo libertad condicional en junio de 1996.

Una semana antes de que comenzara el juicio contra Curtis, el Partido Socialista de los Trabajadores ganó una victoria en otra campaña de defensa, la cual había estado librando durante 11 años con un apoyo muy amplio. El 31 de agosto el Departamento de Estado norteamericano finalmente abandonó los intentos del gobierno de deportar a Héctor Marroquín, un joven nacido en México, miembro de la Alianza de la Juventud Socialista y del PST y demandante en el pleito judicial del partido, y le otorgó la residencia permanente.

La decisión de 1986 del tribunal federal de que el presidente de Estados Unidos “no puede tener la facultad de actuar de manera inconstitucional” se mantiene en pie hasta el día de hoy, frente a la implacable expansión de los poderes ejecutivos y policiales durante cuatro presidencias republicanas y demócratas desde que se emitió el fallo: las de George H.W. Bush, William Clinton, George W. Bush y Barack Obama.

La Casa Blanca de Obama —y los profesionales, académicos y demás individuos meritocráticos de mentalidad burguesa entre los cuales la administración recluta a su personal y organiza su apoyo— está llevando esta tendencia a niveles sin precedentes. “En cualquier momento que se presente la oportunidad y yo tenga la autoridad ejecutiva para lograr que se hagan algunas cosas, simplemente vamos a hacerlas”, dijo el presidente en una entrevista en el programa “60 Minutes” de la cadena CBS en diciembre de 2011.

Los hechos confirman sus palabras: desde la acelerada ampliación (y la justificación política) de las interceptaciones telefónicas y de la Internet en Estados Unidos y otros países, hasta los más de 400 mortíferos ataques “no reconocidos” de drones desde principios de 2009 en Pakistán, Yemen y Somalia; el fuerte aumento en la deportación de inmigrantes y en las “redadas silenciosas” contra los trabajadores indocumentados en las fábricas y otros centros de trabajo; la manera en que el buró federal de impuestos (IRS) se enfocó en examinar los archivos tributarios del “Tea Party” (Partido del Té) y de otros grupos conservadores; y la creciente vigilancia de los registros telefónicos y de correo electrónico de periodistas y el enjuiciamiento criminal contra sus fuentes bajo la Ley de Espionaje de 1917. Esta tendencia se manifiesta también en la aplicación por la actual administración de sanciones más severas contra empresas estadounidenses y extranjeras acusadas de violar el embargo de Washington contra Cuba, y de sanciones más severas impuestas unilateralmente contra Irán; evadirse de que el Congreso revise los nombramientos presidenciales y aspectos del presupuesto federal; y la fuerte expansión y el mayor uso de reglamentos federales que evitan la necesidad de presentar nuevas leyes para ser debatidas y votadas; y mucho más.

La victoria en esta prolongada batalla política del Partido Socialista de los Trabajadores ha reforzado sus esfuerzos constantes desde mediados de los años 70 para asegurar la mayor protección posible de los contribuidores financieros a las campañas del PST, incluidas las campañas para puestos públicos.

En abril de 2013, la Comisión Electoral Federal (FEC) prorrogó cuatro años más la exención del partido de los requisitos de que los candidatos deben entregar los nombres de sus contribuidores y de aquellos que prestan servicios remunerados al partido por trabajos de impresión u otros asuntos comerciales. La decisión de la FEC citó el fallo judicial federal de 1986, así como unas 70 declaraciones de trabajadores y otras personas que han apoyado a candidatos comunistas y las actividades públicas del PST. Estas declaraciones documentaban despidos, casos de espionaje y acoso policiaco y amenazas y ataques derechistas contra el partido y sus miembros y partidarios desde 2009, cuando la FEC había otorgado su anterior exención.

La “hostilidad del gobierno y el acoso público y privado contra el PST fue extenso”, dictaminó la FEC, y “por tanto continúa sirviendo de apoyo a la actual solicitud del PST” de prorrogar su exención de la divulgación de nombres por la cual ha luchado y que ha ganado seis veces desde 1974. Esta fue una victoria no solo para el PST sino para todo el pueblo trabajador y para los derechos constitucionales. Fue el primer exitoso empujón de resistencia en bastante tiempo por parte de una organización obrera frente a estos años de creciente “regulación” política, social y económica por los patrones y su gobierno.

Entre los liberales, la cruzada a favor de la “transparencia” política y la “divulgación” financiera es una causa sagrada. Pero encubre realidades y conflictos de clase fundamentales: sobre todo, el hecho de que no solo el poder económico y financiero está en manos de la clase capitalista sino todo el poder político y militar. Ese es el origen de la hipocresía en torno a la “transparencia” y del daño que las “divulgaciones” impuestas por el gobierno le causan a la mayoría explotada.

La demanda de poner fin a la diplomacia secreta, a los secretos comerciales y a las operaciones encubiertas policiales ha sido y sigue siendo parte del programa del movimiento comunista. Cada paso que se da para poner fin a la capacidad de los gobernantes acaudalados de obrar secretamente de manera legal representa un avance para el pueblo trabajador en Estados Unidos.

En cambio, cuando se imponen a partidos obreros tales como el PST, a los sindicatos, a los grupos por los derechos de los negros o a las organizaciones agrícolas de protesta, las medidas de “divulgación” y “transparencia” son instrumentos para darles rienda suelta al gobierno capitalista, a la policía y a grupos e individuos derechistas para investigar, desorganizar y tratar de destruir al movimiento obrero. Son obstáculos políticos que se interponen a la organización efectiva de una defensa de quienes se ven amenazados por ataques del gobierno y a la acción independiente obrera de masas a favor de los intereses del pueblo trabajador.

Cincuenta años de operaciones encubiertas en EE.UU. destaca la trayectoria proletaria durante un siglo y medio que ha hecho posible lo que el Partido Socialista de los Trabajadores ha logrado a través de su campaña política, para exponer el espionaje y acoso del gobierno y para movilizar la oposición a éste. Desde el momento en que el PST entabló su demanda judicial en 1973, hasta el juicio y los procedimientos después del juicio, dice el artículo, el gobierno se empeñó:

en probar que el partido decía una cosa en público y otra cosa en sus reuniones cerradas. Intentaron demostrar que el partido mantenía estructuras paralelas, una para fines públicos y otra estructura oculta. En cada caso, los hechos demostraron lo contrario. Si bien un partido obrero tiene el derecho —de hecho, tiene la responsabilidad— de proteger la vida privada de sus miembros y simpatizantes contra la intromisión de los patrones y la policía, no tiene derecho a ocultar del pueblo trabajador sus ideas, métodos y conceptos organizativos…

Como lo demostró el juicio, el FBI, al acusar al PST de conspiración y metas ocultas, simplemente estaba proyectando sus propios métodos. Resultaron ser la Casa Blanca y el FBI, no el PST, los que ocultan sus verdaderos objetivos y métodos. Resultaron ser la Casa Blanca y el FBI, no el PST, los que mantienen una estructura secreta para hacer lo que no pueden proclamar en público. Resultaron ser la Casa Blanca y el FBI, no el PST, los que usan métodos conspirativos para lograr sus objetivos a espaldas del pueblo de Estados Unidos.

El artículo delinea la expansión de la policía política de Washington a partir de la respuesta represiva del imperialismo norteamericano, tras la Primera Guerra Mundial, a la revolución dirigida por los bolcheviques en Rusia en octubre de 1917 y la creación de la Internacional Comunista dos años más tarde, así como su impacto en los trabajadores y agricultores en Estados Unidos que buscaban emular esos ejemplos revolucionarios. Ante todo el gobierno pretendía aplastar las organizaciones comunistas recién fundadas en Estados Unidos en 1919. (Ya en aquellos años, J. Edgar Hoover encabezaba la agencia policiaca del Departamento de Justicia que acosaba a trabajadores comunistas y anarquistas, a sus organizaciones y a dirigentes negros tales como Marcus Garvey y A. Philip Randolph. Esa agencia se convirtió en el Buró Federal de Investigación —el FBI— en 1935, y Hoover siguió siendo su director hasta su muerte en 1972).

Este libro se enfoca especialmente en la administración demócrata del presidente Franklin Roosevelt a fines de los años 30, cuando los gobernantes de Estados Unidos se preparaban para sumarse a la matanza interimperialista de la Segunda Guerra Mundial. Describe el desarrollo y la consolidación del estado de “seguridad nacional” después del triunfo militar, político y económico de Washington en esa guerra frente a sus rivales imperialistas, tanto sus “enemigos” (Alemania, Austria, Italia y Japón) como sus “aliados” (el Reino Unido, Francia y otros).

La condena y el encarcelamiento en 1941 de 18 dirigentes del Partido Socialista de los Trabajadores y de la dirección con disposición de lucha de clases del Local 544-CIO del sindicato Teamsters en Minneapolis fue un hito en el desarrollo de la policía política del capital estadounidense. El caso amañado fue la primera vez que la administración Roosevelt usaba la Ley Smith —la Ley de la Mordaza— que prohibía abogar por las ideas revolucionarias, medida que el presidente demócrata había promulgado el año anterior. El verdadero “crimen” que estos dirigentes obreros habían cometido era que estaban organizando con efectividad la oposición política dentro de los sindicatos a la campaña de Roosevelt para atizar el apoyo popular para los objetivos bélicos de los gobernantes norteamericanos, por los cuales iban a mandar a los trabajadores y agricultores a pelear y morir.

Durante el juicio realizado a raíz de la demanda del PST en 1981, uno de los principales testigos del gobierno —Robert Keuch, un vicefiscal general adjunto— fue interrogado por un abogado del PST sobre el decreto ejecutivo en que Roosevelt había ordenado que el FBI incrementara su “investigación” de “actividades subversivas”. Keuch contestó que “sencillamente existen maneras en que pueden actuar tanto individuos como grupos que no necesariamente constituyan violaciones de los estatutos criminales” (léase: que son legales incluso bajo el derecho burgués estadounidense). La Casa Blanca estaba preocupada ante todo por aquellos “que intentaban influenciar la opinión pública para mantener a Estados Unidos fuera de la guerra, mantenernos neutrales”, dijo el funcionario del Departamento de Justicia en su testimonio.

El “crimen” de “intentar influenciar la opinión pública” sobre la guerra inminente bastaba para que Roosevelt hiciera trizas la Carta de Derechos.

Esta nueva edición incluye el artículo “La guerra imperialista y la clase trabajadora” de Farrell Dobbs, que trata sobre estos orígenes de la “guerra encubierta” de Washington dentro de Estados Unidos. Dobbs fue uno de los que fueron condenados bajo la Ley Smith, uno de los dirigentes de las campañas de sindicalización de los Teamsters en Minneapolis y el norte del Medio Oeste, y más tarde uno de los dirigentes centrales del PST durante décadas. Escribió esto en 1949 como introducción a la tercera edición de Socialism on Trial (El socialismo en el banquillo de los acusados), el testimonio que dio James P. Cannon, secretario nacional del PST, en el juicio de 1941.

Dobbs también recuenta y condena el proceso judicial en Nueva York a principios de 1949 contra 11 dirigentes del Partido Comunista, que se describe en el primer artículo de este libro. Todos fueron declarados culpables, y 10 recibieron la máxima sentencia de cinco años. Dobbs, quien cubrió este juicio amañado cada semana para el Militant durante los nueve meses que duró, subraya el golpe político que la dirección del Partido Comunista le propinó al movimiento obrero al negarse a defender a los primeros acusados bajo la Ley Smith durante el juicio de Minnesota en 1941.

De hecho, la dirección del PC aplaudió públicamente el enjuiciamiento e hizo campaña en los sindicatos para sofocar el apoyo a los acusados. Earl Browder, secretario general del partido, y otros dirigentes del PC hasta prepararon un expediente para el Departamento de Justicia con la esperanza de reforzar el caso del gobierno contra los dirigentes del PST y los militantes sindicales. Philip Jaffe, un antiguo dirigente del Partido Comunista, detalla en su libro The Rise and Fall of American Communism (El ascenso y la caída del comunismo americano), publicado en 1975, el contenido del expediente, del cual recibió una copia de Browder.

La manera en que la dirección del PC pisoteó la solidaridad obrera más elemental se relata también en un libro publicado en 1993, Advocate and Activist: Memoirs of an American Communist Lawyer (Defensor y activista: Memorias de un abogado comunista americano), por John Abt, principal abogado del partido por mucho tiempo y uno de sus cuadros dirigentes remontándose a los años 30. El PC cometió “un error terrible al no defender al PST” durante el juicio de Minneapolis, dijo Abt.

Abt reconoció que en esa época él aceptaba la línea de la dirección del PC. “Nunca nos imaginamos”, dijo, “que en el período de la posguerra la Ley Smith sería la principal arma judicial para atacar a nuestro Partido y encarcelar a sus dirigentes”.

¡Nunca nos imaginamos! La verdad es que los acusados del PST y de los Teamsters así como sus partidarios lo explicaron una y otra vez a cualquiera que los escuchara en el movimiento obrero (y muchos lo hicieron, según lo demostró el apoyo a la campaña de defensa, dirigida por el Comité de Defensa de los Derechos Civiles, por parte de 150 sindicatos internacionales y locales que representaban a más de 5 millones de trabajadores, así como cientos de otros individuos y organizaciones).

Unas cuatro décadas más tarde, dijo Abt, participó en una reunión de la dirección nacional del Partido Comunista y la instó a que apoyara la demanda judicial del PST contra el espionaje y el acoso por la policía federal. Subrayó lecciones de lo que había hecho la dirección del PC en 1941. Pero Abt perdió en la votación, “y el Partido de nuevo se negó a defender al PST contra el acoso del gobierno”.

Otra conquista política de la campaña del PST contra la Casa Blanca y las agencias policiacas federales es que los fallos de Griesa no distinguen entre los miembros y partidarios del partido que son ciudadanos de Estados Unidos y los que no son. Ambos están amparados por la decisión y la orden judicial (aunque la corte no tomó posición sobre temas concretos respecto a la residencia o la deportación).

Una de las agencias federales que fueron acusadas en la demanda judicial del partido fue la policía de inmigración de los gobernantes norteamericanos. En esa época se llamaba Servicio de Inmigración y Naturalización (SIN). Ahora se conoce como Control de Inmigración y Aduanas (ICE). A pesar del cambio de nombre, es conocida y odiada como “la migra” por los trabajadores que son sus víctimas y por millones de otros que saben cómo los capitalistas la usan para dividir y debilitar la solidaridad y el poder combativo de la clase obrera, los sindicatos y las protestas contra todo tipo de discriminación.

De hecho, la deportación fue uno de los primeros y más brutales garrotes que usaron los patrones y su gobierno en la campaña represiva contra el movimiento obrero después de la Primera Guerra Mundial. En lo que llegó a conocerse como las connotadas Redadas de Palmer, por el nombre del fiscal general norteamericano en esa época, más de 3 mil anarquistas, comunistas y otros militantes obreros fueron arrestados y 750 fueron deportados en 1919 y 1920.

Desde entonces, el Partido Socialista de los Trabajadores ha luchado contra repetidos intentos de la clase gobernante de usar esta arma contra cuadros y dirigentes del partido, y frecuentemente ha movilizado apoyo internacional ampliamente en los sindicatos y entre otros partidarios de los derechos políticos. Además del caso ya mencionado de Héctor Marroquín, ha habido los siguientes intentos infructuosos de deportación, entre otros:

• Carl Skoglund en los años 40 y 50, nacido en Suecia, dirigente fundador del movimiento comunista y del PST y uno de los 18 socialistas y dirigentes de los Teamsters encarcelados durante la Segunda Guerra Mundial;

• Joe Johnson, miembro del partido cuya lucha a mediados de los años 60 se libró usando el folleto, They Have Declared Me a Man Without a Country (Me han declarado un hombre sin país); y más recientemente

• Róger Calero, nacido en Nicaragua, dirigente del PST y redactor del semanario El Militante que en 2003 derrotó los intentos de la migra de deportarlo cuando regresaba de un viaje periodístico a Cuba y México, y que logró restaurar su condición de residente permanente que había tenido desde 1989.

Para los trabajadores comunistas, defendernos no es principalmente un problema de argumentos jurídicos y tácticas en la corte, aunque los trabajadores de disposición revolucionaria abordan estas cuestiones con la mayor disciplina y atención proletaria a los detalles.

Al igual que todo aspecto de la lucha de clases, la manera en que los trabajadores nos defendemos de casos amañados y otros ataques por el gobierno es ante todo una cuestión política. Se enmarca en el avance de la clase obrera por el camino revolucionario rumbo a remplazar el poder estatal de una minúscula minoría de familias propietarias —la dictadura del capital— con el de la gran mayoría, de los trabajadores y agricultores.

Esto ha sido así desde los inicios del movimiento obrero moderno. Se pueden destacar dos ejemplos notables: la campaña de defensa dirigida por Carlos Marx y Federico Engels hace más de 160 años por la libertad de 11 de sus compañeros, quienes fueron objeto de un caso amañado en Alemania bajo cargos de “conspiración” para derrocar al gobierno prusiano después de la derrota de las revoluciones de 1848–49 por toda Europa (lo que llegó a conocerse como el Juicio contra los Comunista en Colonia); y la campaña por la amnistía que en 1955 logró la excarcelación de Fidel Castro y otros combatientes que la dictadura cubana enjuició y condenó por su asalto insurreccional a los cuarteles militares en Santiago de Cuba y en Bayamo el 26 de julio de 1953. El asalto al Moncada y la trayectoria política dirigida por Fidel Castro, su principal organizador, iniciaron la lucha revolucionaria que en 1959 llevaría al triunfo de la Revolución Cubana contra la tiranía apoyada por Washington de Fulgencio Batista.

El testimonio y las declaraciones ante la corte así como otros documentos para la defensa, preparados por dirigentes obreros al librar estas batallas, en muchos casos se transforman en poderosos instrumentos de propaganda revolucionaria.

Así fue con las Revelaciones sobre el proceso contra los comunistas en Colonia, escrito por Carlos Marx durante y justo después del juicio en 1852 en que siete de los 11 acusados fueron declarados culpables. Marx demostró en esas páginas que un juicio por “conspiración” organizado por la clase dominante y su gobierno “no requiere acción procesable” y es “simplemente un pretexto para quemar a herejes políticos legalmente”.

Así fue con el testimonio de James P. Cannon en el juicio de 1941 por cargos bajo la Ley Smith, publicado como El socialismo en el banquillo de los acusados y vendido desde entonces como una introducción al programa comunista.

Así fue con el alegato, reconstruido posteriormente en la cárcel, que Fidel Castro presentó ante la corte en 1953, La historia me absolverá, que se convirtió en el programa no oficial del Movimiento 26 de Julio, difundido clandestinamente en miles de ejemplares por toda Cuba durante la lucha revolucionaria.

Así fue con “Estoy dispuesto a morir”, la declaración que Nelson Mandela hizo desde el banquillo durante el juicio en 1964 que lo condenó a cadena perpetua como castigo por su dirección de la lucha revolucionaria para derrocar al régimen supremacista blanco en Sudáfrica.

Al publicarse Cincuenta años de operaciones encubiertas en EE.UU. en esta nueva edición, los trabajadores y agricultores en Estados Unidos y a nivel mundial están enterándose de otra batalla internacional de defensa —y se están sumando a ella— en números crecientes: la lucha por la libertad de cinco revolucionarios cubanos encarcelados en Estados Unidos desde 1998.

Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero, Fernando González y René González —conocidos por millones de personas como los Cinco Cubanos— fueron encarcelados por Washington bajo una colección de diversos cargos amañados de “conspiración”. Ellos habían estado recogiendo información para el gobierno cubano sobre los planes asesinos de grupos paramilitares cubanoamericanos en Florida que han actuado impunemente en territorio norteamericano. Su objetivo era ayudar a poner fin a ataques violentos en Cuba, Estados Unidos, Puerto Rico y otros países.

Durante su juicio y la imposición de sentencias en 2000 y 2001, los Cinco se comportaron con orgullo y dignidad al defender sus principios revolucionarios y rebatir los cargos que las autoridades federales les habían fabricado. Ante todo, se negaron a declararse culpables a cambio de la oferta de una sentencia menor. Cada uno de ellos dijo en su audiencia de sentencia, y lo han reiterado muchas veces desde entonces, que actuaría de la misma manera a fin de poner fin a las muertes causadas por asesinatos y atentados dinamiteros. Como lo expresó Gerardo Hernández, a quien le impusieron la sentencia más severa, una doble cadena perpetua, ésta es “sangre por la que un día juré que estaría dispuesto a sacrificar mi propia vida”.

A través de los años desde su encarcelamiento, los Cinco han ganado el respeto de otros presos por su entereza, su ejemplo cotidiano de liderazgo, su consideración por otros reos cuyas condiciones comparten como hermanos, y su explicación paciente de la Revolución Cubana cuyos valores socialistas y de internacionalismo proletario ellos ejemplifican en sus convicciones políticas y su conducta.

Ni la “justicia” capitalista impuesta a los Cinco Cubanos a lo largo de tres administraciones —Clinton, Bush y Obama— ni la conducta ejemplar de los cinco revolucionarios frente a ella representan algo nuevo para el movimiento obrero comunista en Estados Unidos y a nivel mundial. Jack Barnes, secretario nacional del Partido Socialista de los Trabajadores, señaló estas realidades del dominio capitalista y de la lucha de clases en sus palabras ante un mitin en Des Moines, Iowa, en septiembre de 1988, en la víspera del inicio del juicio contra Mark Curtis.

“Mark Curtis no va a recibir un juicio justo”, dijo Barnes a los más de 400 participantes en ese evento. “No es en la sala del tribunal donde se decidirá la inocencia y la culpabilidad, ni donde se encontrará la justicia”.

“La presunción de la inocencia es una conquista que al pueblo trabajador le ha tomado cientos de años para ganar”, dijo Barnes. Es “uno de los hitos más importantes en la marcha hacia la solidaridad humana”.

Sin embargo, cuando los trabajadores están en el banquillo de los acusados, desde el punto de vista de los gobernantes capitalistas, “es la presunción de culpabilidad la que impera en los Estados Unidos ‘democráticos’?”, dijo. Los patrones y su gobierno “quieren que los obreros de la industria de la carne, los obreros del papel, los mineros— los trabajadores de todo tipo que van a luchar —capten el mensaje de que hay límites a sus posibilidades de luchar”.

Por eso era tan importante la campaña mundial de defensa, dijo Barnes. Los gobernantes capitalistas subestiman a los militantes de disposición revolucionaria, igual que subestiman la fuerza de la solidaridad entre la clase obrera y entre otros defensores de los derechos políticos. Independientemente de lo que sea el veredicto, insistió, “No hay manera posible que logren su objetivo. No van a mantener preso a Mark Curtis por 25 años. No van a ponerlo de rodillas.

“No van a impedir que él siga siendo la misma persona que es hoy, luchando por las mismas cosas, abrigando las mismas convicciones profundas, diciéndolas abiertamente al mundo entero. Lo seguirá haciendo, no importa dónde se encuentre, por el tiempo que sea”.

Así ha sido con muchos miles de militantes obreros que han sido objeto de cargos amañados y encarcelados en el largo y tortuoso camino revolucionario hacia el poder de los trabajadores y agricultores en Estados Unidos y por todo el mundo. Seguirá siendo así. Y ésa es la lección más importante que corre como un hilo por las páginas de este libro.

Enero de 2014

 
 
 
Portada (este número) | Página inicial | Página inicial en versión de texto