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Vol. 76/No. 27      23 de julio de 2012

 
Olga Salanueva, esposa de uno
de los 5 Cubanos, narra sus años
como obrera inmigrante en EUA
(especial)
 

En la siguiente entrevista, realizada el 27 de febrero de 2012 en La Habana, Olga Salanueva relata algunas de sus vivencias como trabajadora inmigrante en Estados Unidos, donde vivió y trabajó cuatro años antes de ser deportada a Cuba, su país de origen. Su historia es una experiencia con la cual se identificarán millones de trabajadores en Estados Unidos, tanto inmigrantes como nacidos aquí.

El esposo de Salanueva, René González, es uno de los cinco revolucionarios cubanos que han sido objeto de un caso amañado por el gobierno norteamericano y que luchan por su libertad. Encarcelado más de 13 años, González fue transferido en octubre de 2011 de una prisión federal a la “libertad supervisada”. Está bajo órdenes de permanecer en Estados Unidos bajo el control de la oficina de libertad vigilada de los tribunales federales hasta octubre de 2014.

Durante la década de 1990, René González, junto a Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero y Fernando González, aceptaron la misión de recolectar información sobre las actividades de grupos contrarrevolucionarios cubanoamericanos en el sur de Florida y de mantener informado al gobierno cubano. Estas organizaciones paramilitares operan prácticamente con impunidad en territorio norteamericano. Tienen extensos antecedentes de cometer atentados dinamiteros, asesinatos y otros ataques mortíferos contra objetivos en Cuba y contra personas en Estados Unidos y Puerto Rico que se oponen a los intentos de Washington de destruir la Revolución Cubana.

González nació en Chicago en 1956. Sus padres eran trabajadores cubanos que inmigraron a Estados Unidos huyendo de la dictadura de Fulgencio Batista en los años 50. Después del triunfo de la revolución la familia regresó a Cuba, donde González se crió. González, piloto experimentado e instructor de vuelo, “robó” una avioneta fumigadora en diciembre de 1990 y voló de La Habana a Cayo Hueso, Florida, donde las autoridades norteamericanas y otros opositores de la revolución le dieron una bienvenida como “desertor cubano”. Se integró al grupo contrarrevolucionario Hermanos al Rescate cuando este se fundó al año siguiente.

Hermanos al Rescate se hacía pasar de operación “humanitaria” que ayudaba a los cubanos que, ante las severas condiciones económicas en la isla en esa época, trataban de llegar a Estados Unidos cruzando el Estrecho de Florida en balsas u otras embarcaciones precarias. González recogió inteligencia sobre los planes de acción del grupo contra Cuba, que incluían vuelos cada vez más provocadores en espacio aéreo cubano y lanzamientos de volantes sobre La Habana.

En febrero de 1996, después de repetidas advertencias a Hermanos al Rescate para que desistieran de estas acciones, y repetidos intentos de hacer que Washington pusiera fin a los sobrevuelos, la fuerza aérea cubana derribó dos avionetas de ese grupo que habían violado el espacio aéreo de Cuba.

En septiembre de 1998, agentes del FBI arrestaron a los cinco revolucionarios y otros individuos que vigilaban las actividades de estos grupos contrarrevolucionarios. Las autoridades estadounidenses los catalogaron como la “Red Avispa”. Los cinco fueron declarados culpables de una serie de cargos amañados, entre ellos: no registrarse como agente extranjero, conspiración para cometer espionaje, posesión de documentos de identidad falsos y conspiración para cometer asesinato. Fueron sentenciados a penas de hasta doble cadena perpetua más 15 años.

René González, acusado de no registrarse como agente de un gobierno extranjero y de conspiración para actuar como agente extranjero no registrado, fue condenado a 15 años de cárcel más tres años de “libertad supervisada”.

En agosto de 2000, cuando el caso de los Cinco Cubanos estaba a punto de ir a juicio, la policía federal arrestó a Salanueva, y amenazó con revocar su condición de residente permanente y deportarla. Era un intento claro de chantajear a González para que diera testimonio contra sus cuatro compañeros. Al fracasar en ese intento, los funcionarios norteamericanos cumplieron su amenaza y deportaron a Salanueva.

Desde que fue deportada, Washington le ha denegado a Salanueva cada una de sus solicitudes de visa para visitar a su esposo, acusándola de representar un peligro a la “seguridad nacional” de Estados Unidos, o de ser una agente cubana de inteligencia, o hasta de estar vinculada al “terrorismo”. En 2008 las autoridades estadounidenses declararon que estaba “permanentemente” excluida de recibir una visa. Salanueva vive en La Habana con sus dos hijas, Irmita, de 28 años, e Ivette, de 14.

En abril de 2012 la jueza federal Joan Lenard en Miami permitió que González regresara por dos semanas a visitar a su hermano Roberto, quien padecía de cáncer y falleció el 22 de junio. Era la primera vez que el matrimonio se veía en casi 12 años.

Junto con las esposas, las madres, las hermanas, los hijos y otros familiares de los cinco revolucionarios presos, Olga Salanueva ha sido una abanderada infatigable de la lucha internacional por la libertad de los cinco, hablando desde tribunas por toda Cuba y el mundo.

La entrevista fue realizada por Mary-Alice Waters, Róger Calero y Martín Koppel.
 

*****

MARY-ALICE WATERS: Olga, primero cuéntanos, ¿cuándo llegaste por primera vez a Estados Unidos y bajo qué condiciones?

OLGA SALANUEVA: Llegué el 28 de diciembre de 1996. René es ciudadano norteamericano, ya que él nació allá, así que pudo patrocinarme a mí y a nuestra hija Irmita para obtener la residencia legal.

René se había ido para Estados Unidos en 1990. Al reunirnos ahí, nuestra familia se sintió feliz de poder estar todos juntos y de reanudar los planes aplazados por una larga separación de seis años, como la de tener un nuevo hijo. Pero paralelamente con esa alegría, comencé una nueva etapa inolvidable en mi vida.

Como pasa con muchos inmigrantes, para yo entrar a Estados Unidos, René tuvo que firmar un documento, un affidávit, diciendo que se responsabilizaba de mis gastos, que yo no iba a ser una “carga a la sociedad”.

Es irónico, porque si una persona llega a Estados Unidos de forma legal, reclamada por un ciudadano norteamericano, no le dan las facilidades que les dan a los cubanos que llegan por una lancha bajo la llamada Ley de Ajuste Cubano.*

Si llegas por una lancha sin documentos, el gobierno de Estados Unidos te ofrece trabajo, un año de seguro médico, un estipendio. Eso es solo a los cubanos, por supuesto.

Yo no hablaba inglés, y tenía que buscar trabajo por mi propia cuenta. Vivíamos en Kendall, en la parte sudoeste de Miami. Al principio no tuve mucha suerte. La oficina de empleo me decía que yo no calificaba. Que no sabía el idioma. Que eran trabajos más bien para hombres: construcción y cosas así.

Vendiendo servicios funerarios

WATERS: ¿Qué estudiaste en Cuba?

SALANUEVA: Soy ingeniera industrial, y además estudié contabilidad. Pero en Estados Unidos no te convalidan el título. Tienes que obtener un certificado de equivalencia, y primeramente tienes que aprender inglés. Prácticamente tienes que volver a hacerlo. Yo hice un curso de contabilidad y también de computación para mejorar mis posibilidades.

Primero conseguí trabajo en un asilo para cuidar ancianos. Por supuesto, era un negocio particular. Ahí duré tres días. Cuando René vio las condiciones allí —los paños sucios, las sábanas orinadas y las muchas largas horas que yo trabajaba— dijo, “Vámonos de aquí”.

Después vi un anuncio de telemercadeo en una funeraria, y me contrataron. Ahí nos daban un listado de teléfonos, y los llamábamos uno por uno, para ofrecer los servicios funerarios: velorios, cremación, entierros, propiedades de cementerio.

Me di cuenta que en Estados Unidos, en lo que llaman una “democracia”, debes tener dinero —o conseguirlo como sea— para tener al final de la vida un lugar donde puedan descansar tus restos y no ser una carga más para tu familia.

Cuando hacíamos las llamadas, teníamos que convencer a la gente de hacer una cita para que fuera el vendedor a verlos. Teníamos que hacer equis cantidad de citas, porque si no, te botaban.

Era un trabajo part-time, a tiempo parcial, no a tiempo completo. No teníamos derechos, seguro médico, vacaciones, no teníamos nada.

La mayoría de los trabajadores eran latinos. Algunas de las muchachas que trabajaban conmigo se habían ido de Cuba en balsa. Y algunas de ellas me contaban que se arrepentían de haberse ido.

MARTÍN KOPPEL: Decías que no tenían seguro médico. ¿Eso cómo les afectó?

SALANUEVA: Bueno, al cabo de más o menos un año, salí embarazada de Ivette. Como no teníamos seguro, tuvimos que pagar todas las primeras visitas médicas en efectivo.

Recordé mi primer embarazo en Cuba, donde la ley de protección a la maternidad me daba licencia por un año, recibiendo una parte de mi salario.

En Miami yo empecé a tener padecimientos que muchas veces acompañan el embarazo: estreñimiento y otros síntomas. Los médicos no me prestaron atención. Me dijeron que era normal, que tomara jugo. A los siete meses y medio del embarazo tuve problemas graves de hemorroides en que se formó un trombo, unos coágulos, y estaba necrosado. El dolor era tremendo.

René me acompañó al hospital Kendall. Vi el tratamiento que muchas veces se le da a una persona en Estados Unidos que llega a la sala de urgencias y no tiene seguro. Llegué con la barriga así de grande. Y con tanto dolor que no me podía ni sentar.

En cuanto entramos por la puerta, llamaron a René: “Por favor, su tarjeta de crédito”. Le descontaron 300 dólares, y nos dijeron, “Siéntense ahí”. Pero no me podía sentar. Entonces yo dando vueltas por ahí. Nos tuvieron esperando como dos horas y media. Si la sala hubiera estado llena de gente, se entendería. Pero no había nadie. Después me pasaron a otra oficina en la gastroenterología. Ahí también fue: “Présteme su tarjeta de Seguro Social”. “¿Cuáles son sus ingresos? “¿Cuáles son sus gastos?” Yo con mi dolor, y ellos sacando cuentas.

Al final me dijeron que me vería el médico, pero no era un médico, era un enfermero. Me dio una pomada y unos calmantes. Me fui para la casa, rabiando, desesperada.

Entonces René se acordó que le había dado instrucciones de vuelo a un proctólogo que era dueño de una clínica. Se habían hecho amigos. Cuando René lo llamó por teléfono, el médico le dijo que era un crimen lo que habían hecho conmigo. Que había que operarme ya para evacuar los coágulos. Cuando le dijo René que no teníamos seguro, dijo, “Tráela para acá”.

Ya había cerrado la clínica, pero dijo, “Yo voy a tratar de hacer algo”. Yo estaba en una camilla, y ahí me evacuó eso.

Esa experiencia no la olvidaré. La gente dice que en Estados Unidos hay buenos hospitales, y es cierto, tienen una tecnología tremenda. Pero si no tienes dinero, no tienes acceso a ella.

El personal médico trata de ayudarte. Pero la mayoría de los hospitales son negocios. Su propósito es sacar ganancias, y los trabajadores de la salud son empleados. Si violan las reglas los despiden. El problema es todo el sistema.

Cuando nació Ivette

Pasó lo mismo cuando parí a Ivette, en mayo de 1998. Casualmente, René no estaba ahí, estaba pasando un curso en Texas. Yo acababa de llevarlo al aeropuerto cuando me entraron los dolores de parto.

Fui al hospital con una amiga del trabajo. Y volví a pasar la misma odisea: “Siéntese”. “Deme los datos”. Después de un rato me examinaron y me dijeron, “Usted no está de parto todavía. Váyase para su casa”. Entonces me regresé a la casa, donde estaba yo sola con Irmita, que tenía 14 años. Me acuerdo que pasé toda la noche con dolores.

Cuando amaneció volví al hospital con mi amiga. Vine a parir a las 10 y media de la noche. Todo ese tiempo estuve prácticamente sola. Me pusieron un montón de aparatos para medir diferentes cosas. Había un médico que estaba atendiendo tres partos a la vez. Entraba una enfermera a revisarme cada hora, sin hablarme media palabra, y se iba. Entonces empezaron a acudir a mí las muchachas que trabajaban conmigo, jóvenes inmigrantes dominicanas y cubanas. Fueron ellas prácticamente las que me asistieron en el parto.

Yo tenía 38 años. Tenía la presión alta. Estuve de parto más de 24 horas. Cuando Ivette nació, venía con dos vueltas del cordón umbilical en la garganta. Yo tenía todos los requisitos para que me hicieran una cesárea de inmediato. Pero me dejaron ahí hasta que parí. Nos salvamos de puro milagro.

A Ivette la pasaron para cuidados especiales porque había nacido con poco oxígeno.

A mí me pasaron para la sala de posparto, sola. Me pusieron una cuña para hacer las necesidades. En un brazo me ponían el suero y en el otro me tomaban la presión con un aparato. Estuve horas así, no me podía mover. Por fin una enfermera me ayudó a incorporarme para ir al baño, para bañarme.

Contraste con Cuba

Esto fue en el Jackson Memorial Hospital. Es el único hospital público en el condado de Miami-Dade, pero tiene muchos recursos y equipos. Y vino a mi mente: ¡Caballero, si en Cuba tuviéramos todo esto, lo que podríamos hacer, con nuestros médicos y la calificación que tienen! Y la manera en que se forma a los médicos, a las enfermeras, a otros trabajadores de la salud para tratarte como ser humano. Por eso el gobierno norteamericano no quiere que avancemos, por eso nos tienen bloqueados.

Yo me sentí mucho mejor aquí en Cuba, cuando parí a Irmita en el hospital ginecobstétrico Ramón González Coro en La Habana. Es un hospital pequeño, con los equipos que podemos tener, pero con una calificación profesional y una ética profesional increíble. Yo me acuerdo cuando parí, con tanto amor y todos me ayudaban.

RÓGER CALERO: ¿Qué pasó después de que nació Ivette?

SALANUEVA: A Ivette la cubría el seguro de Medicaid, por haber nacido en Estados Unidos, y yo la llevaba a la clínica cada mes. Cuando ya tenía un poco más de tres meses, nos dijeron los doctores que ella tenía un soplo en el corazón. Que podría ser grave y que había que atenderlo. Cada vez que iba a la consulta me decían que había que hacerle un ecocardiograma a la niña. Al final, unos meses después, me dijeron que había que operarla del corazón; ellos me recomendarían un especialista.

Yo me quedé atónita. ¡Qué situación! Ya René estaba preso. Yo había perdido la casa porque no podía pagar la hipoteca, y estaba viviendo en un pequeño apartamento. No tenía un centavo. Los doctores me dijeron que no me preocupara, que esto lo cubría el Medicaid.

Teté, la abuela de René, había empezado a cuidar a Ivette cuando a René lo arrestaron. Ella era ciudadana norteamericana y vivía en Sarasota, Florida, cuatro horas al noroeste de Miami. Teté me dijo, “Mira, aquí hay un hospital de niños muy bueno, y yo la voy a llevar a Ivette allí para que la revise un doctor”.

Resultó que ese cardiólogo era muy buena persona. Se encantó con Ivette, y le hicieron todo tipo de exámenes. Y un día me llama Teté y dijo que tenía una noticia que darme. Le había hablado el médico.

El le dijo, “Voy a empezar por la mala noticia: No voy a poder ver más a esta niña tan linda. La buena es que esta niña no tiene nada, no tiene ningún problema en el corazón”.

Los otros médicos habían mentido. Era un fraude. Lo que querían era coger el dinero del Medicaid.

Yo después me pregunté mil veces, ¿Será verdad o no será verdad? Como yo crecí en Cuba, tan diferente de la sociedad capitalista, yo no concebía tanta maldad.

Cuando a mí me deportaron y regresó Ivette, lo primero que hice fue llevarla a un cardiólogo, porque todavía me quedaba la duda. Los médicos en La Habana confirmaron que la niña no tenía nada del corazón.

Cuba es un país de recursos limitados y está bloqueado económicamente por el gobierno de Estados Unidos. Aquí puede que falte un medicamento. Puede que los doctores tengan que cambiarlo por otro. Puede que el paciente esté grave hasta que llegue el medicamento.

Pero el problema nunca es falta de atención médica o indiferencia del gobierno. Se hace todo lo posible para asegurar el bienestar del pueblo.


*Bajo la Ley de Ajuste Cubano de 1966, el gobierno norteamericano permite a los cubanos que dicen huir de la revolución que obtengan la residencia permanente un año después de su llegada: una vía rápida a la ciudadanía estadounidense que no se ofrece a los inmigrantes de cualquier otro país.

La segunda mitad de la entrevista se publicará en el próximo número.

Dónde escribir a Gerardo, Ramón, Antonio y Fernando
(René González está bajo “libertad vigilada” en Florida.
Por su seguridad, su dirección no está disponible.)

Fernando González
Reg. #58733-004, F.C.I. Safford,
P.O. Box 9000,
Safford, AZ 85548
> Address envelope to “Rubén Campa”

Antonio Guerrero
Reg. #58741-004, Apache A,
FCI Marianna P.O. Box 7007,
Marianna, FL 32447-7007

Gerardo Hernández
Reg. #58739-004, U.S. Penitentiary,
P.O. Box 3900, Adelanto, CA 92301

Ramón Labañino
Reg. #58734-004,
FCI Jesup,
2680 301 South, Jesup, GA 31599
> Address envelope to “Luis Medina”

 
 
 
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