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   Vol. 70/No. 46           4 de diciembre de 2006  
 
 
Elecciones no cambiarán el curso de
ataques patronales a trabajadores
(portada/análisis)
 
POR OLYMPIA NEWTON Y MARTÍN KOPPEL  
El primer día que el Congreso de Estados Unidos reanudó sus sesiones luego de las elecciones del 7 de noviembre, la Cámara de Representantes derrotó un proyecto de ley que habría normalizado las relaciones comerciales norteamericanas con Vietnam. Ondeando la bandera de “proteger los trabajos americanos”, los demócratas votaron en su mayoría contra el proyecto. Como resultado, las leyes punitivas contra Vietnam seguirán en efecto, continuando así el esfuerzo de Washington, realizado por décadas, para aporrear a ese país asiático hasta someterlo.

Al día siguiente, el nuevo líder de la mayoría del Senado, Harry Reid, dijo que la mayoría demócrata recién elegida impulsaría un aumento en el presupuesto militar de 75 mil millones de dólares para que el ejército norteamericano de nuevo estuviera en forma para combatir. Insistió que su partido no iba a recortar fondos para la guerra en Iraq, independientemente de las diferencias que tenga con la administración Bush sobre la mejor forma de pelear la guerra.

Las acciones y declaraciones iniciales de los demócratas, junto con las de sus colegas republicanos, dejan claro que no habrá un cambio fundamental en el curso del imperialismo norteamericano —ni en Estados Unidos ni en el exterior— a consecuencia de los recientes resultados electorales. Los partidos gemelos convergen en su política interna y exterior básica, a medida que la política burguesa sigue virando hacia la derecha.

Intentando atajar la baja de su tasa de ganancias, la clase capitalista dirigente norteamericana se ve impulsada hacia guerras en el exterior, a la vez que agreden los niveles de vida y los derechos del pueblo trabajador en este país.

Los candidatos demócratas utilizaron el tema de la guerra dirigida por Washington en Iraq. Se beneficiaron del hecho que el llamado de la administración Bush para “mantener el curso” no le resultaba atractivo a muchas personas cansadas de un conflicto irresuelto en Iraq, que se arrastra ya por más de tres años. Muchos pensaban que con votar por el partido que no dominaba el gobierno se lograría una mejora. Sin embargo, el sentimiento popular sigue aceptando el argumento del gobierno norteamericano de que la “guerra contra el terrorismo” es necesaria.

Los demócratas críticos de la Casa Blanca solo planteaban diferencias tácticas sobre la mejor forma de conducir la ocupación de Iraq e impulsar los intereses del imperialismo norteamericano a nivel mundial. Algunos alegaban que la administración Bush no estaba librando la “guerra contra el terrorismo” de una forma eficaz. Se pronunciaron por una posición más agresiva contra Irán o Corea del norte, o, como el ex candidato presidencial John Kerry, pidieron más tropas norteamericanas a Afganistán.

Ahora que los demócratas han ganado la mayoría en ambas cámaras del Congreso, su retórica sobre la conducción de la guerra en el Medio Oriente se ha vuelto más cauta. Cuando le preguntaron durante una entrevista el 12 de noviembre en el programa televisivo de la CBS Face the Nation (Hable a la nación) que si planeaba proponer un cronograma para la retirada de las tropas norteamericanas de Iraq, Reid respondió, “Absolutamente no”.

Ocho días después de las elecciones, el New York Times, que de manera ferviente hizo campaña contra los republicanos con críticas sobre la guerra en Iraq, publicó un “análisis militar” en la primera plana titulado “¿Salirse ahora? No tan rápido, dicen expertos”. Citó a “una cantidad de oficiales del ejército, expertos y ex generales, entre ellos algunos de los críticos más vehementes de las políticas en torno a Iraq de la administración Bush”, quienes sostuvieron que “era casi seguro que cualquier reducción substancial de fuerzas americanas en los próximos meses, lejos de detener, aceleraría un descenso hacia la guerra civil” en Iraq.

Sobre todo, lo que no va a cambiar es el viraje histórico que se ha desarrollado en los últimos cinco años en el despliegue global de las fuerzas armadas del imperialismo estadounidense y su orden de batalla. Esta transformación incluye la restructuración de las fuerzas armadas norteamericanas en unidades más pequeñas, más ligeras y más móviles, más listas para pelear el tipo de guerras que Washington tendrá que librar alrededor del mundo.

El historial de lo que el gobierno norteamericano ha llevado a cabo en los últimos seis años, con amplio apoyo bipartidista, especialmente bajo la bandera de la “defensa del suelo nativo”, es una buena medida de lo que el pueblo trabajador puede esperar del nuevo Congreso. Estas medidas incluyen:

• Poco después del 11 de septiembre de 2001, los demócratas y republicanos en el Congreso aprobaron la Ley Patriota, otorgando nuevos poderes el FBI y otras agencias policiales para que conduzcan operativos de espionaje y desorganización contra organizaciones e individuos. La ley, que autoriza operativos arbitrarios de cateo en casas y negocios privados, se valió de varias leyes promulgadas por la administración Clinton en 1996.

• En octubre de 2002 el gobierno estadounidense estableció el Comando Norte (NORTHCOM), cuyo terreno lo preparó la Casa Blanca de Clinton. El NORTHCOM, un comando destinado a “pelear guerras”, tiene responsabilidad sobre Estados Unidos y el resto de América del Norte, y convierte los “disturbios civiles” en asunto militar del gobierno federal, no solo un problema policiaco.

• Como parte de la “Operación Escudo de la Libertad”, se han aumentado las inspecciones y vigilancia en los puertos, aeropuertos, fronteras, trenes y transporte público.

• La Ley de Comisiones Militares de 2006 aprobó que se realicen juicios militares contra individuos detenidos como “combatientes enemigos” en la guerra de Washington “contra el terrorismo”. La ley permite el uso de pruebas obtenida bajo coerción o rumores y permite el encarcelamiento indefinido, sin cargo alguno, de individuos capturados en combate o acusados de dar “ayuda material” a quienes sean considerados “terroristas”.

Estas medidas antidemocráticas son actos preparatorios para las grandes confrontaciones de clase que la clase dominante de este país anticipa. Para revertir la caída de su tasa de ganancias, los gobernantes tienen que confrontar los sindicatos y atacar el salario social de los trabajadores: incluidos la Seguridad Social, el Medicare, los seguros de desempleo y demás programas que garantizan una red de seguridad social módica. Pero la clase dominante norteamericana todavía no está lista para un enfrentamiento directo con el pueblo trabajador.

Los mil empacadores de carne de la planta Smithfield en Tar Heel, Carolina del Norte, que recientemente realizaron un paro de labores para protestar el despido de decenas de trabajadores inmigrantes demostraron en la práctica el camino a seguir para que el pueblo trabajador confronte esos ataques.

Cuando los trabajadores se movilizan hoy para defenderse de los ataques patronales y usan su poder colectivo están plantando las semillas para poder forjar mañana un poderoso movimiento obrero combativo.  
 
 
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