El Militante (logo)  

Vol. 81/No.25      10 de julio de 2017

 
(portada, comentario)

Custodia de la naturaleza recae en la clase obrera

 
POR TERRY EVANS
Provocando alaridos de políticos y expertos liberales y la fingida decepción de rivales imperialistas en Europa, el primero de junio el presidente Donald Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo de Paris contra el cambio climático firmado en 2015.

Ratificado por 147 gobiernos, el objetivo expreso del pacto es reducir las emisiones de carbono —un subproducto de la combustión de combustibles fósiles. El acuerdo es una farsa que permite que los capitalistas dueños de la industria continúen contaminando el ambiente, a la vez que los gobiernos firmantes le dan la espalda a las necesidades más básicas de miles de millones de personas en países semicoloniales pobres en electricidad para la electrificación y el desarrollo industrial.

Los controles de emisiones son totalmente voluntarios, y son establecidos por los regímenes que firmaron el acuerdo, los mismos que producen la contaminación. Es muy probable que el efecto de la retirada de Washington del acuerdo, el cual Barack Obama dijo era parte de su “legado” sea insignificante. Las emisiones de carbono en Estados Unidos han estado disminuyendo desde 2005, en gran parte como resultado del boom del “fracking” que produce gas natural, que resulta en menos emisiones de carbono.

De todas maneras, Estados Unidos sigue siendo el mayor productor per cápita de emisiones de carbono por las industrias capitalistas cuyas prioridades dependen de sus esfuerzos para aumentar sus ganancias a toda costa.

Todas las cumbres recientes sobre el clima han estado marcadas por las rivalidades comerciales entre los países imperialistas y los esfuerzos hipócritas de Washington y de los gobernantes europeos para debilitar la competencia de Beijing y Nueva Delhi culpando a estos países por la contaminación debido al crecimiento de sus poblaciones. En los días posteriores a la retirada de Washington del Acuerdo de París, los gobernantes de Beijing trataron de proyectarse como los salvadores del mundo, remplazando a Washington como socio de los gobernantes imperialistas “más ilustrados” de la Unión Europea.

En los últimos cinco años, las emisiones en Estados Unidos han disminuido en 270 millones de toneladas, mientras que las de Beijing se han aumentado de manera explosiva por 1 100 millones de toneladas. Se estima que la contaminación del aire contribuye a 1.6 millones de muertes en China al año. Los liberales han utilizado estas estadísticas para argumentar que “las naciones emergentes” tienen que aceptar su estatus de segunda clase y dejar de intentar industrializarse y expandir su electrificación. Los 1.35 miles de millones de personas sin electricidad en el mundo semicolonial deben aprender a aceptar vivir sin ella.

Pero ésta es una cuestión clave para la clase trabajadora. Conseguir acceso a las fuentes de energía en los países pobres en electricidad es necesario para reducir la brecha en las condiciones de vida y la experiencia política entre el pueblo trabajador de esos países y los trabajadores de los países más desarrollados industrialmente.

Deseosa de empañar a Trump como el instigador de la inminente fatalidad de la tierra, la senadora demócrata de California Kamala Harris denunció que la retirada de Washington del acuerdo era “catastrófica”. Alegando ser más “controlada”, la canciller alemana Angela Merkel dijo que la decisión de Washington era “muy lamentable”.

La decisión de Trump “podría ponernos en marcha hacia la intensificación de inundaciones, el hambre y las tormentas, el crecimiento de de los mares y las migraciones masivas”, dijeron los menos “controlados” directores del diario Los Angeles Times.

Hay una histérica campaña burguesa de décadas de duración sobre una inminente catástrofe ambiental. Tal vez ha aumentado un poco hoy debido a la campaña de los liberales para derribar al gobierno de Trump a toda costa. Los liberales dicen que a Trump no le interesa la ciencia o el futuro y que fue elegido por trabajadores ignorantes y egoístas.

Estas campañas tienen como objetivo prevenir que los trabajadores “reconozcamos la verdadera causa de estas amenazas a la civilización: el modo capitalista de producción”, dice una declaración adoptada por la convención del Partido Socialista de los Trabajadores de 2007, “La custodia de la naturaleza también recae en la clase trabajadora: En defensa de la tierra y del trabajo”, publicada en Nueva Internacional no. 8.

El acuerdo dejó intacta la trampa de los programas de “cap and trade” (topes y comercio) para las emisiones de carbono. Estos esquemas permiten que empresas y gobiernos compren y vendan el “derecho” de contaminar, proporcionando un lucrativo mercado para los inversionistas capitalistas. El precio de los créditos de carbono ha caído un 80 por ciento en la Unión Europea desde 2008, y por lo tanto el precio de contaminar es más barato.

Trump alega demagógicamente que el retiro del acuerdo de París creará más empleos en la manufactura y la minería. Pero los empleos ni serán ni “salvados” ni “destruidos” por los tratados sobre el clima. La continua contracción mundial de la producción y el comercio capitalistas son la fuente de los despidos, algo para lo cual ni Trump ni ningún otro político capitalista tienen una solución.

La política de hoy está marcada por el hecho de que los trabajadores están buscando maneras de luchar contra la campaña de los patrones para imponer la carga de la creciente crisis de su sistema de ganancias sobre nuestras espaldas, y de confrontar un gobierno que cada vez más ven como su enemigo.

“Si traducimos todo lo que comúnmente se considera como cuestión ambiental en algo que plantee cómo avanzar en la protección de la clase trabajadora, y cómo la clase trabajadora puede extender esa protección a todos los demás, entonces difícilmente vamos a errar”, explica la resolución del PST de 2007.

Para avanzar, la clase trabajadora debe romper con los partidos gemelos del capitalismo —los demócratas y republicanos— y dirigir una lucha para que los trabajadores tomen el poder político.  
 
 
Portada (este número) | Página inicial | Página inicial en versión de texto