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Vol. 81/No. 23      12 de junio de 2017

 
(artículo principal)

Trabajadores son el blanco de la furia de los liberales

 
POR STEVE CLARK
Y TERRY EVANS
El verdadero blanco de la incesante histeria de la prensa liberal y de los esfuerzos de los políticos del Partido Demócrata para invalidar los resultados de las elecciones presidenciales de 2016 son las decenas de millones de trabajadores en Estados Unidos y no el presidente Donald Trump. Los radicales de clase media los están alentando desde las graderías.

Estos ataques de inspiración liberal alcanzaron un nuevo crescendo después de que Trump despidiera al director del FBI, James Comey, a principios de mayo.

¿Qué está alimentando esta frenética cruzada? ¿Por qué la prensa capitalista, figuras liberales del Partido Demócrata, e incluso un número creciente de políticos republicanos y sus portavoces no pueden aceptar la elección de Trump?

La respuesta es que ni Donald Trump ni “la presidencia de Trump” son el hueso que no pueden tragarse. Lo que estas voces de la clase dominante no pueden aceptar son los millones de trabajadores que votaron por Trump. Como se quejó el 4 de mayo el columnista del Washington Post Charles Lane, “No se ha culpado lo suficiente a las personas más responsables del ascenso [de Trump]: los que votaron por él”.

El blanco no son simplemente los trabajadores que son víctimas de la catástrofe del capitalismo que se está propagando. El blanco son aquellos (cualquiera que sea su color de piel o lengua materna) empeñados en encontrar una forma de oponerse a los interminables ataques y humillaciones infligidos por las familias capitalistas gobernantes contra los trabajadores y agricultores hoy día.

Estos trabajadores se sienten atraídos a la perspectiva de “drenar el pantano” —limpiar la creciente burocracia federal formada por aquellos que se han anclado a un puesto cómodo, mientras inventan nuevas formas de “influirnos” y “regularnos”.

Es por eso que Trump ganó las elecciones de 2016.

Esto se demuestra, entre otras cosas, por el hecho de que en estados como Pensilvania, Ohio, Wisconsin, Iowa y otros, Trump obtuvo los votos de los trabajadores —la mayoría de ellos caucásicos— que en 2008 y 2012 habían votado por Obama en más de 200 condados. Estos trabajadores estaban buscando un cambio para que las cosas “no siguieran igual en el gobierno”, un alivio de los golpes del capitalismo que recibieron en los ocho años previos, y mucho más (además de los muchos trabajadores que no fueron a votar).

Pero Trump es un político multimillonario capitalista. Como los que vinieron antes de él, busca servir las necesidades de la clase capitalista de Estados Unidos en el exterior (probablemente con más éxito hasta ahora que sus dos predecesores en impulsar los intereses de clase del imperialismo), y dentro del país (lo que todavía es una obra en proceso desde la perspectiva de los dos partidos de los explotadores).

Capitalistas temen a trabajadores
El temor de los capitalistas hacia los trabajadores no comenzó en 2016. Ha ido creciendo a medida que la crisis capitalista se profundiza y a medida que más trabajadores están abiertos a considerar la necesidad de un cambio profundo. Esto incluye la mayor receptividad a las explicaciones y propuestas de miembros del Partido Socialista de los Trabajadores que tocan a sus puertas haciendo campaña por el comunismo, que luchan junto a ellos en sus centros laborales y en las líneas de piquetes o cuando participan en protestas contra la brutalidad policial o por el derecho de la mujer a elegir el aborto.

Un número creciente de trabajadores está comenzando a percibir que los patrones no pueden hacer nada para resolver el estancamiento de la producción y comercio del sistema capitalista, fuera de exprimirnos más. Se está desarrollando una amplia crisis social, producto de la expulsión de una parte importante de la clase trabajadora de la fuerza de trabajo y del deterioro en el acceso a la atención médica, una epidemia de drogadicción y, por primera vez en décadas, una disminución de la esperanza de vida de los trabajadores.

Es por eso que tanto los políticos demócratas como los republicanos están tomando medidas para restringir los derechos políticos del pueblo trabajador, los cuales necesitaremos más en los meses y años venideros. Los gobernantes están privando de derechos a más y más trabajadores, fortaleciendo y ampliando los aparatos burocráticos y “reguladores” del gobierno y del estado capitalistas.

Desde el comienzo de la candidatura de Barack Obama en 2007, él y su administración demócrata demostraron las mismas actitudes antiobreras que llevaron a Hillary Clinton a menospreciar a quienes planeaban votar por Trump, y no por ella, calificándolos de “deplorables”. Son “ofensivos, odiosos y mezquinos”, dijo Clinton.

Más aún, la lista de “deplorables” de Obama no solo incluía a trabajadores caucásicos que, como dijo en 2008, “se aferran a las armas o la religión o la antipatía hacia personas que no son como ellos”. En su mira se encontraban también millones de trabajadores que son negros. Los africano-americanos, dijo Obama en 2008, deben “de vez en cuando, remplazar el juego de video o el control remoto con un libro”. Y deberían de dejar de alimentar a sus hijos “pollo frío de Popeyes” para el desayuno. (Ver artículo adjunto en la página 11).

Ambos partidos de la clase capitalista se encuentran en medio de una crisis y están tratando de cambiar su imagen. Ninguno de los dos volverá a ser como era antes de las elecciones de 2016.

Más trabajadores perciben la exactitud de una caricatura publicada durante la campaña electoral. Esta representaba a dos vecinos que tenían letreros en sus céspedes que decían, “Él es peor” y en el otro “Ella es peor”.

Aún si los liberales lograran que se destituyera a Trump, como lo reconoció recientemente el Washington Post, no hay ninguna razón para creer que los partidarios de Trump “de repente vayan a quedar satisfechos con los viejos partidos republicano y demócrata”.

Santo Mueller
El 16 de mayo, el subprocurador federal Rod Rosenstein nombró al ex director del FBI Robert Mueller como fiscal especial, encargado de investigar los supuestos lazos entre la campaña electoral de Trump en 2016 y el gobierno ruso. “Mi decisión no es una constatación de que se han cometido crímenes o que se justifica algún enjuiciamiento”, dijo Rosenstein.

La prensa liberal y las principales figuras de los dos partidos capitalistas respondieron rindiendo un homenaje servil a Mueller, elevándolo prácticamente a la santidad. Pero este ex policía federal de alto rango ganó su reputación trabajando para que la agencia policial federal fuera más efectiva y virulenta en sus operaciones de espionaje y desestabilización.

La campaña contra Trump se ha basado en las técnicas clásicas para la creación de casos fabricados, presentando una mezcla de acusaciones e insinuaciones sensacionalistas con la esperanza de que algunas de ellas sean efectivas.

Los trabajadores, incluyendo aquellos que han sido objeto de ataques por los patrones por su actividad sindical o política, conocen muy bien este tipo de cacería de brujas. Los luchadores de la clase obrera de vanguardia, incluyendo miembros y dirigentes del Partido Socialista de los Trabajadores, han sido encarcelados, golpeados o amenazados con deportación cuando ese tipo de inquisiciones ganan credibilidad.

Todo esto se ve reforzado por la interminable “comedia” lasciva y vulgar en los programas de entrevistas nocturnos que calumnian a Trump, incluyendo comentarios humillantes y contra la mujer al referirse a su hija Ivanka y su esposa Melania. Los “noticieros” matutinos continúan donde terminaron los deslenguados “comediantes”.

Prevenir el voto de la clase obrera
Los servidores políticos de las familias propietarias de Estados Unidos —especialmente los centros de expertos liberales, las universidades, fundaciones, organizaciones no gubernamentales y otros meritócratas de la clase media y profesionales que promueven el dominio burgués— están encontrando maneras nuevas para que el gobierno pueda prevenir el derecho al voto de los trabajadores.

No hay mejor ejemplo de esto en este momento que el nuevo fiscal especial de los gobernantes capitalistas estadounidenses.

En su memorándum sobre la conducta de Comey, el subprocurador Rosenstein describe cómo el ex director del FBI usurpó sin rodeos la autoridad del Departamento de Justicia y se negó a reconocerla.

“Por lo menos”, dice Rosenstein, Comey “debería haber dicho que el FBI había completado su investigación y debería haber presentado sus hallazgos. … El Director ahora defiende su decisión afirmando que creía que la fiscal general Loretta Lynch tenía un conflicto. Pero el director del FBI no cuenta con el poder para suplantar a los fiscales federales y asumir el mando del Departamento de Justicia”.

Los republicanos habían instado a Lynch a que se retirara de la investigación, después de que el ex presidente Bill Clinton maniobró flagrantemente para comprometerla cuando abordó el avión de Lynch cuando estaba en la pista del Aeropuerto Internacional Sky Harbor de Phoenix en junio de 2016. En lugar de decirle a Clinton que se largara, Lynch procedió a hablar durante 30 minutos con el marido de una candidata que estaba bajo investigación por el “Departamento de Justicia” de la cual ella estaba a cargo.

A la clase obrera no le importa quién dirija las agencias policiacas y otros organismos gubernamentales que sirven los intereses de la clase capitalista. Estos son sus instrumentos para defender al gobierno de las familias gobernantes acaudaladas. Pero los trabajadores tienen mucha experiencia con los casos amañados del FBI y la desestabilización de las luchas contra la explotación, el racismo y la guerra imperialista.

En su investigación de la campaña de Trump, el ex jefe del FBI, Mueller, tiene el poder para obligar a testigos a dar testimonio y a convocar un gran jurado que funciona a puertas cerradas interrogando a individuos sin derecho a asesoría legal presente. Él no tiene que responder a ningún órgano electo.

Nada nuevo
Los liberales siempre han sido los primeros en tomar medidas contra los derechos de los trabajadores, y luego, cuando lo considera necesario, los gobernantes capitalistas recurren a los matones de la ultraderecha para concluir el asalto contra los trabajadores.

La cacería de brujas de McCarthy en la década de 1950 se estableció bajo la administración del demócrata Harry Truman.

Fue la administración demócrata de Franklin Delano Roosevelt la cual inició el asalto del FBI contra los militantes sindicales y personas que se oponían a la entrada de Washington en la Segunda Guerra Mundial, lo que provocó el caso amañado y encarcelamiento de 18 dirigentes del Partido Socialista de los Trabajadores y del sindicato Teamsters en el Medio Oeste bajo la notoria ley de la “mordaza” Smith.

Hoy en día, grupos izquierdistas y liberales de clase media culpan cada vez más a los trabajadores —la mayoría de los cuales los consideran ignorantes, racistas, xenófobos y peligrosos— por prevenir lo que ellos consideran una “política progresista”.

Muchos están distribuyendo carteles y pegatinas que dicen “Procesar a Trump”, mientras que otros furtivamente exponen volantes que dicen “Matar a Trump”. Muchos celebran la ruptura de reuniones en Berkeley, California, y Middlebury, Vermont, cerrando el espacio político tan necesario para que los trabajadores y sus organizaciones puedan organizarse y actuar bajo un régimen capitalista.

Y cuando en la política burguesa comience una cacería de brujas contra el pueblo trabajador, rápidamente se dirigirá contra la vanguardia comunista.

Por ejemplo, fueron los dos demócratas de la Comisión Federal Electoral, los que asestaron un golpe contra los derechos de los trabajadores cuando decidieron en contra de extender la exención del Partido Socialista de los Trabajadores de las leyes de divulgación de los nombres de donadores el mes pasado.

Esa acción de estos “reguladores” federales liberales facilitará el espionaje y al acoso por parte del gobierno y la derecha contra el PST y otras organizaciones obreras.
 
 
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