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Vol. 81/No. 11      20 de marzo de 2017

 
(especial)

Lenin, Fidel y el papel del individuo en la historia

Las revoluciones en Rusia y Cuba se basaron en capacidades liberadoras de los trabajadores

A continuación reproducimos la presentación de Mary-Alice Waters, una de los tres panelistas en el Encuentro de Historiadores celebrado el 13 de febrero por el centenario de la Revolución Bolchevique de octubre de 1917. El evento fue parte de la Feria Internacional del Libro de La Habana (ver el artículo en la página 14). Waters es miembro del Comité Nacional del Partido Socialista de los Trabajadores y presidenta de la editorial Pathfinder. Copyright © 2017 por Pathfinder Press. Se reproduce con autorización.

POR MARY-ALICE WATERS
Gracias, Isabel. Y gracias a los compañeros de la editorial Ciencias Sociales por darme la oportunidad de participar en este encuentro importante que conmemora el centenario de la Revolución de Octubre.

Como indicó Isabel, no soy historiadora de profesión. Si yo tuviera una página de Facebook —y no la tengo— pondría como profesión “comunista”. Eso es lo que ha guiado mis acciones desde que llegué a ser una persona política consciente hace más de 50 años y me integré al movimiento comunista en Estados Unidos, el Partido Socialista de los Trabajadores.

Sin embargo, como nos han enseñado todos los grandes dirigentes revolucionarios de la clase trabajadora —desde Marx y Engels hasta Lenin y Fidel— nadie se hace marxista sin ser estudiante de la ciencia y la historia. No de la historia según la enseñan en las academias: una lista incomprensible de nombres, fechas, sucesos y ante todo justificaciones de “la realidad existente” de las relaciones sociales capitalistas.

Me refiero a la historia viva, de la cual nosotros —el pueblo trabajador— somos los protagonistas. “Una lucha de clases existente”, “un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos”, usando las palabras del Manifiesto Comunista. Y siempre desde el punto de vista de una persona que automáticamente pregunta: Was tun?

“¿Qué hacer?”

Es con ese ánimo que Isabel y los compañeros de Ciencias Sociales me invitaron a participar en este intercambio entre historiadores. La editorial Pathfinder, donde hoy se centra una parte de mi actividad, ha publicado decenas de libros sobre la Revolución Bolchevique y su continuidad. Algunos están disponibles en la mesa al lado del salón.

Y, como explica el folleto del cual todos ustedes recibieron un ejemplar, la misma Pathfinder nació con la Revolución de Octubre.

Dos grandes revoluciones socialistas

En noviembre pasado, en las horas después de la muerte de Fidel, Jack Barnes, secretario nacional del Partido Socialista de los Trabajadores en Estados Unidos, envió un mensaje al compañero Raúl a nombre del partido. Quiero comenzar citando esa carta, que afirma con claridad el tema de mi presentación: “Lenin, Fidel y el papel del individuo en la historia”. Todos ustedes también recibieron una copia de este mensaje.

Estimado compañero Raúl:

En el siglo 20 hubo dos grandes revoluciones socialistas, una en Rusia y la otra en Cuba. Ninguna de las dos fue obra de un solo individuo. Ambas fueron el resultado de las operaciones del capitalismo mismo. Pero sin la presencia y la dirección política de Vladímir Lenin y de Fidel Castro Ruz en los momentos decisivos de esas batallas históricas del pueblo trabajador, no hay razón para creer que hubiera triunfado ni una ni la otra.

Es inconcebible pensar en la historia del siglo 20 —y del siglo 21— sin Lenin y Fidel. Ambos, estudiantes marxistas de la ciencia y la historia, dieron la vida para desarraigar la explotación, opresión y compulsión de “sálvese quien pueda” de las cuales depende el orden mundial capitalista y remplazarlo con un estado obrero, con nuevas relaciones sociales y económicas basadas en las capacidades emancipadoras del pueblo trabajador y de los jóvenes inspirados por ellos…

[El] mayor logro [de Fidel] fue forjar en la lucha a cuadros revolucionarios, cuadros comunistas, capaces de dirigir a los trabajadores y agricultores de Cuba para establecer el primer territorio libre de América y defenderlo exitosamente por más de cinco décadas y media frente al empeño de destruirlo por parte del imperio más poderoso y brutal que el mundo ha conocido…

Su obra de toda una vida, la revolución socialista en Cuba —el ejemplo de esta, y ante todo su marcha continua— es su monumento. No necesita otro.

Homenaje a Lenin y a Fidel

Nuestra discusión aquí forma parte tanto del homenaje a Fidel en la Feria Internacional del Libro de La Habana —y a su dirección política de la Revolución Cubana— como a Lenin y al centenario de la Revolución de Octubre. No hay otros acontecimientos que hayan hecho más para cambiar el curso de la historia en nuestra época y abrirle paso a toda la humanidad. Y, como dice el mensaje a Raúl, es probable que ninguna de estas revoluciones hubiera triunfado sin la presencia y la dirección de Lenin y Fidel en momentos decisivos.

Los debates entre los revolucionarios sobre la acción recíproca de los factores objetivos y subjetivos en el proceso histórico no son nada nuevo, por supuesto. Se remontan a los fundamentos del marxismo. El clásico ensayo de Jorge Plejánov en 1898 sobre El papel del individuo en la historia —una polémica contra la corriente de los naródniks en la Rusia zarista, quienes exaltaban al héroe solitario como creador autónomo de la historia— fue de carácter unilateral y mecánico. Pero influyó en la generación que estaba siendo captada para el marxismo en los años antes de la traición por parte de la dirección de la Segunda Internacional ante la primera matanza interimperialista.

¿Habría triunfado la Revolución de Octubre sin la presencia y la dirección política de Lenin en momentos decisivos de 1917? ¿Acaso otro dirigente revolucionario, o una combinación de ellos, podría haber asumido el papel de Lenin?

León Trotsky, cuyo papel en la dirección de la Revolución de Octubre fue superado solo por el de Lenin, escribió sobre esta cuestión más de una vez en los años después de la muerte de Lenin. Como bien saben ustedes, Trotsky fue organizador de la insurrección y después del Ejército Rojo, que logró defender la joven república soviética frente a las fuerzas combinadas de la reacción nacional e internacional: desde Londres hasta París, Tokio, Washington y los llamados ejércitos blancos de los derrotados latifundistas, capitalistas y monarquistas rusos.

Y para los que provienen de un origen político diferente del mío, agregaré que, a pesar de las diferencias políticas que Trotsky tuvo con la trayectoria inquebrantable de Lenin, la cual permitió el triunfo del pueblo trabajador, una vez que Trotsky se sumó sin reservas a Lenin para rechazar la conciliación con los mencheviques y otros colaboracionistas de clases a mediados de 1917, “a partir de entonces” —según las palabras de Lenin— “no ha habido mejor bolchevique”.

Desde abril hasta octubre, y después

En su Historia de la Revolución Rusa, en el capítulo sobre “¿Quién dirigió la Insurrección de Febrero?” Trotsky contestó la pregunta así: fue dirigida “por trabajadores conscientes y templados que mayormente se formaron en el partido de Lenin”. En ese sentido, la dirección de Lenin fue vital no solo después de la Revolución de Febrero sino en los años precedentes, años durante los cuales Lenin estaba exiliado.

Sin embargo, el liderazgo de Lenin asumió un carácter decisivo e irremplazable desde su reorientación política de la dirección bolchevique después de febrero —que presentó de manera audaz en las “Tesis de Abril”— hasta la insurrección de octubre y posteriormente. Nadie más podría haber ocupado el papel de Lenin, y él no podría haber dirigido a la clase trabajadora a la victoria desde lejos.

Hay momentos en la política cuando lo más importante es el sentido de la oportunidad y una voluntad inquebrantable. Ejemplo de esto es el llamamiento a la acción de Fidel en 1956, cuando anunció ante el mundo que, antes de que terminara el año, los expedicionarios del Granma “seremos libres o seremos mártires”.

La presencia de Lenin en las primeras filas de la lucha revolucionaria —protegido por trabajadores en los distritos proletarios de Petrogrado— fue necesaria para que triunfara la revolución proletaria. Como también lo fue la dirección de Fidel en la Sierra, protegido por los campesinos y pobladores rurales entre los cuales el Ejército Rebelde comenzó a sentar las bases del nuevo orden social.

Y la dirección política de Lenin en el Partido Bolchevique en coyunturas críticas fue igualmente irremplazable. El Partido Bolchevique dirigió a los trabajadores y campesinos a la victoria. Pero fue Lenin quien dirigió a los dirigentes de la revolución. Fue Lenin quien estabilizó al partido y se ganó a los timoratos en la dirección bolchevique durante las vacilaciones de marzo y abril, las peligrosas Jornadas de Julio y más tarde. Fue Lenin quien insistió en anunciar en público la fecha de la insurrección, sin lo cual seguramente habría fracasado.

La autoridad política que Lenin se había ganado entre los cuadros a través de los años de lucha revolucionaria no tenía igual.

También jugó un papel el azar. Podemos preguntarnos, ¿qué habría sido el curso de la historia si el alto mando alemán, por sus propias razones, no hubiera permitido que Lenin viajara por tren, cruzando las líneas alemanas, hasta Suecia y después a Petersburgo en abril de 1917? ¿O si Lenin hubiera sido mortalmente herido por el que trató de asesinarlo en agosto de 1918? ¿O si hubiera sido abatido por un derrame cerebral como los que pusieron fin a su vida política unos años más tarde?

Trotsky, escribiendo en 1935 desde el exilio, fue inequívoco en su conclusión: “En interés de la claridad, yo lo diría así. Si yo no hubiera estado presente en 1917 en Petersburgo, aún se habría dado la Revolución de Octubre: siempre que Lenin estuviera presente y al mando de la situación. Si ni Lenin ni yo hubiéramos estado presentes en Petersburgo, no se habría dado la Revolución de Octubre: la dirección del Partido Bolchevique lo habría impedido”.

Desde Moncada hasta 1959, y después

Volviendo a la Revolución Cubana, las similitudes son evidentes. Las condiciones históricas que llevaron al golpe de estado de Batista, la Generación Centenaria y la lucha revolucionaria por el poder que Fidel dirigió se habían gestado durante años. Las condiciones objetivas estaban más que maduras.

Pero sin la dirección de Fidel, ¿se hubiera organizado el llamado audaz a la acción, el asalto al cuartel Moncada? ¿Se habría dado el desembarco del Granma y el levantamiento del 30 de noviembre en Santiago?

Si por azar Fidel hubiera caído en alguno de estos sucesos o en combate durante la guerra revolucionaria, si hubiera muerto a manos del traidor que estaba al lado suyo en la Sierra, ¿ habría derrotado el Movimiento 26 de Julio y el Ejército Rebelde la ofensiva de 10 mil tropas de Batista? ¿Hubieran ganado la autoridad política para desplazar a los dirigentes de la oposición burguesa con sus Pactos de Miami y otras artimañas conciliadoras?

¿Habría logrado el pueblo cubano las proezas inéditas de mantener a raya durante décadas al imperio imperialista del norte, de derrotar al ejército sudafricano del apartheid, de dirigir la batalla épica del Período Especial hasta la victoria?

Sin la constante dirección moral, política y militar de Fidel —su dirección de los dirigentes— durante más de 60 años, ¿ mantendría aún su curso hoy día la revolución socialista cubana, a pesar de todas las probabilidades históricas desfavorables?

Nadie puede comprobar un argumento negativo. Pero como materialistas históricos tenemos que decir que toda la evidencia lo hace poco probable.

Una línea de marcha proletaria

La dirección de Fidel, como la de Lenin, fue una dirección proletaria. Fidel hablaba menos frecuentemente en términos de clase, pero la línea de marcha de clase era la misma. Como nos recordaba Raúl, Fidel dirigió una revolución “de los humildes, por los humildes y para los humildes”.

Al igual que Che y Lenin, él creía en la capacidad de los seres humanos comunes y corrientes de lograr lo que otros consideraban imposible, y ante todo, de transformarse en este proceso.

“Nuestra propia revolución surge de cero, surge de la nada”, dijo Fidel en 1987. “No se tenía un arma, no se tenía un centavo. No eran siquiera conocidos los hombres que empezaron aquella lucha… [Pero] frente a las decenas de miles de soldados, porque nosotros creíamos en el hombre, la revolución fue posible”.

La guerra revolucionaria tenía un solo objetivo: tomar el poder lo antes posible y con el mínimo costo posible de vidas humanas. “Con un mínimo de armas y un máximo de moral”, para citar una emisión de Radio Rebelde desde la Sierra en agosto de 1958.

“La política comienza donde hay millones de hombres y mujeres”, dijo Lenin ante el Congreso Extraordinario del Partido Comunista Ruso en marzo de 1918, “donde no hay miles sino millones: es ahí donde comienza la política en serio”.

Eso fue lo que guió a los bolcheviques durante los primeros años turbulentos de la Revolución Rusa y su temprana lucha por la supervivencia.

Es lo que ha guiado a la dirección cubana durante décadas y lo que continúa guiándola hasta el día de hoy.

El imperialismo perdió la Guerra Fría

Para concluir:

Hace unos 25 años, poco después del “desmerengamiento”, según la palabra que usó Fidel, de la Unión Soviética y sus aliados europeos, el Partido Socialista de los Trabajadores aprobó una resolución titulada “El imperialismo norteamericano ha perdido la Guerra Fría”. (Se publicó en la revista de política y teoría marxista Nueva Internacional, que se puede obtener allí en la mesa). En esa época, apenas había un alma en este planeta que no creyera que estábamos delirando. Incluso aquí en Cuba, donde ustedes vivían los días más oscuros del Período Especial.

Hoy, tal vez, no estamos tan solos en mantener ese punto de vista.

La “Guerra Fría” nunca tuvo que ver con tumbar a una casta burocrática en la Unión Soviética y a sus aliados del Pacto de Varsovia. Para los gobernantes imperialistas, siempre tuvo que ver con tratar, inútilmente, de contener la inevitable aceleración y agudización de la lucha de clases de ambos lados de lo que llamaban “la Cortina de Hierro”. Tuvo que ver con tratar de convencer al pueblo trabajador de ambos lados de que eran enemigos —y no aliados— con el fin de dividir, debilitar y vencer.

Primero vino el desmerengamiento, pero hoy son la Unión Europea, la OTAN y otras instituciones del dominio imperialista las que se están fracturando. Están volviendo a surgir, con fuerza explosiva, todas las contradicciones no resueltas del último siglo. Y las clases privilegiadas en todas partes se desesperan por encontrar maneras de proteger sus intereses contra la humilde mayoría, contra los que Hillary Clinton, durante su campaña electoral presidencial, catalogó desdeñosamente como “los deplorables”.

Los explotadores se desesperan por encontrar las maneras de negar su miedo.

En el centenario de la gran Revolución de Octubre, hay algunos que dicen que la ocasión debería conmemorarse con denuncias airadas y gritos de “¡Nunca más!”

En cuanto a nosotros, podemos afirmar con confianza, como hizo Fidel en sus palabras ante la sesión de clausura del congreso en abril pasado del Partido Comunista de Cuba, que no va a tardar otro siglo “para que ocurra otro acontecimiento como la Revolución Rusa, para que la humanidad tenga otro ejemplo de una grandiosa revolución social que significó un enorme paso en la lucha contra el colonialismo y su inseparable compañero, el imperialismo”.
 
 
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