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Vol. 81/No. 1      2 de enero de 2017

 
(portada)

Declaración de La Habana: ¡‘No a la explotación,
al imperialismo!’

Tras el fallecimiento de Fidel Castro, millones de trabajadores y jóvenes cubanos se movilizaron para reafirmar su compromiso a defender e impulsar la revolución socialista. En un acto en la Plaza de la Revolución en La Habana el 29 de noviembre, Raúl Castro, primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, recordó al pueblo cubano que en esa misma plaza Fidel presentó en septiembre de 1960 y febrero de 1962 la Primera y la Segunda Declaración de La Habana, donde fueron adoptadas por los millones de personas que constituyeron las Asambleas Generales del Pueblo Cubano. A continuación publicamos un extracto de la Primera Declaración publicada en el libro La Primera y Segunda Declaración de La Habana: Manifiestos de lucha revolucionaria en las Américas aprobados por el pueblo de Cuba. Copyright © 2007 de Pathfinder Press. Reproducido con autorización.
 

Granma/Rogelio Arias
Acto masivo celebrado el 4 de febrero de 1962 en el que fue adoptada la Segunda Declaración de La Habana, la cual todavía guía a los revolucionarios cubanos hoy día.

La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba:

Condena el latifundio, fuente de miseria para el campesino y sistema de producción agrícola retrógrado e inhumano; condena los salarios de hambre y la explotación inicua del trabajo humano por bastardos y privilegiados intereses; condena el analfabetismo, la ausencia de maestros, de escuelas, de médicos y de hospitales; la falta de protección a la vejez que impera en los países de América; condena la discriminación del negro y del indio; condena la desigualdad y la explotación de la mujer; condena las oligarquías militares y políticas que mantienen a nuestros pueblos en la miseria, impiden su desarrollo democrático y el pleno ejercicio de su soberanía; condena las concesiones de los recursos naturales de nuestros países a los monopolios extranjeros como política entreguista y traidora al interés de los pueblos; condena a los gobiernos que desoyen el sentimiento de sus pueblos para acatar los mandatos de Washington; condena el engaño sistemático a los pueblos por órganos de divulgación que responden al interés de las oligarquías y a la política del imperialismo opresor; condena el monopolio de las noticias por agencias yanquis, instrumentos de los trusts norteamericanos y agentes de Washington; condena las leyes represivas que impiden a los obreros, a los campesinos, a los estudiantes y los intelectuales, a las grandes mayorías de cada país, organizarse y luchar por sus reivindicaciones sociales y patrióticas; condena a los monopolios y empresas imperialistas que saquean continuamente nuestras riquezas, explotan a nuestros obreros y campesinos, desangran y mantienen en retraso nuestras economías, y someten la política de la América Latina a sus designios e intereses.

La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba condena, en fin, la explotación del hombre por el hombre, y la explotación de los países subdesarrollados por el capital financiero imperialista.

En consecuencia, la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba, proclama ante América:

El derecho de los campesinos a la tierra; el derecho del obrero al fruto de su trabajo; el derecho de los niños a la educación; el derecho de los enfermos a la asistencia médica y hospitalaria; el derecho de los jóvenes al trabajo; el derecho de los estudiantes a la enseñanza libre, experimental y científica; el derecho de los negros y los indios a la “dignidad plena del hombre”, el derecho de la mujer a la igualdad civil, social y política; el derecho del anciano a una vejez segura; el derecho de los intelectuales, artistas y científicos a luchar, con sus obras, por un mundo mejor; el derecho de los estados a la nacionalización de los monopolios imperialistas, rescatando así las riquezas y recursos nacionales; el derecho de los países al comercio libre con todos los pueblos del mundo; el derecho de las naciones a su plena soberanía; el derecho de los pueblos a convertir sus fortalezas militares en escuelas, y a armar a sus obreros, a sus campesinos, a sus estudiantes, a sus intelectuales al negro, al indio, a la mujer, al joven, al anciano, a todos los oprimidos y explotados, para que defiendan, por sí mismos, sus derechos y sus destinos.  
 
 
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