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Vol. 79/No. 21      8 de junio de 2015

 
(portada)
Monarcas del Golfo dan espalda a
giro en política exterior de Obama

 
POR SETH GALINSKY  
Como parte de un cambio estratégico en la política exterior estadounidense, la administración del presidente Barack Obama está impulsando un acuerdo nuclear y una nueva relación con Irán, lo cual ha irritado a los gobernantes de Arabia Saudita y otras monarquías del Golfo Arábigo-Pérsico.

Esto también tiene preocupado al gobierno de Benjamín Netanyahu en Israel y pone en peligro la estrecha relación de muchas décadas entre Washington y Tel Aviv.

Obama invitó a los gobernantes de los países del Golfo a que se reunieran con él en Washington y en Camp David, Maryland, el 13 y 14 de mayo, con el fin de darles garantías de la sabiduría de su curso. Pero apenas unos días antes de las reuniones, el rey Salman de Arabia Saudita anunció que no asistiría. El emir de Bahrein Hamad bin Isa Al Khalifa, un viejo aliado de Washington, prefirió asistir a un espectáculo de caballos en Gran Bretaña y reunirse con la Reina Elizabeth. Salman y Hamad enviaron funcionarios de menor rango, al igual que los gobernantes de los Emiratos Árabes Unidos y Omán.

Los emires temen que la ofensiva de Obama para obtener un acuerdo con Irán le permitirá a Teherán acercarse a la producción de armas nucleares. “Lo que tengan los iraníes, nosotros lo vamos a tener también”, dijo el ex jefe de inteligencia saudí, el príncipe Turki Al-Faisal, el 29 de abril.

Los representantes de los emiratos en la cumbre instaron a Obama a que prometiera que las fuerzas militares estadounidenses responderían a cualquier ataque respaldado por Irán contra un estado del Golfo como si fuera un ataque a Estados Unidos. Obama “no llegó a ofrecer, sabiamente, un pacto formal similar al tratado de la OTAN, que algunos dirigentes árabes hubiesen deseado, pero que pudiera arrastrar a Estados Unidos en los conflictos del Medio Oriente”, dijo un editorial en el New York Times el 16 de mayo.

Obama espera cimentar su legado histórico forjando la colaboración con Teherán y tomando otros pasos en la política exterior que él espera que puedan reducir la amenaza de guerra y de revolución en el Medio Oriente. Tiene la esperanza de que el acuerdo con Irán promueva la posibilidad de que los dirigentes burgueses más progresistas en el país —sus homólogos meritócratas— puedan darle un empujón a los mullahs islámicos hacia fuera del poder político.

El acuerdo con Teherán “podría conducir a más inversiones en la economía iraní y más oportunidades para el pueblo iraní, lo cual podría fortalecer la posición de dirigentes más moderados”, dijo Obama a Asharq Al-Awsat, un periódico árabe londinense

Su curso hacia la formación de un bloque con Irán encaja con la creencia de Obama de que él puede forjar la paz mundial encontrando otros “inteligentes” con quien dialogar, una opinión compartida con académicos meritócratas, empleados de organizaciones no gubernamentales y otras capas profesionales por todo el mundo.

Los estados del Golfo aliados a Washington —los regímenes islámicos sunitas que compiten políticamente y económicamente con Teherán y que perciben a los gobernantes chiítas de Irán como una amenaza mortal— discrepan marcadamente.

Henry Kissinger y George Shultz, ex secretarios de estado, criticaron los pasos de Obama con respecto a Irán en el Wall Street Journal el 8 de abril.

“Para Estados Unidos, el restringir la capacidad nuclear de Irán por una década es un interludio posiblemente esperanzador”, escribieron, refiriéndose a las restricciones a la industria nuclear de Irán incluidas en el acuerdo. “Para los vecinos de Irán —que perciben sus necesidades en términos de rivalidades milenarias— es un preludio peligroso a una realidad permanente aún más peligrosa”. Pero Kissinger y Shultz no ofrecen un curso muy diferente que sirva mejor a los intereses de Washington.

Los gobernantes estadounidenses afirman, equivocadamente, que la República Islámica de Irán, dominada por los chiítas, representa la revolución de 1979, cuando las movilizaciones revolucionarias populares de millones de trabajadores y campesinos derrocaron al Shah, que contaba con el respaldo de Washington.

Pero el pueblo trabajador no pudo consolidar sus avances con la toma del poder político y el establecimiento de un gobierno de trabajadores y agricultores en Irán.

Más bien, las fuerzas islamistas echaron a un lado a las figuras políticas burguesas, que no fueron lo suficientemente fuertes para gobernar en su propio interés, y llevaron a cabo una sangrienta contrarrevolución y establecieron un régimen bonapartista que ha durado más de 30 años. La idea de que ellos puedan ser “empujados” del poder está muy lejos de la realidad.

‘Reajuste’ ruso

A pesar del continuo conflicto en Ucrania, el secretario de estado John Kerry visitó al presidente ruso Vladimir Putin en Sochi el 12 de mayo para “explorar nuevas vías de colaboración”, informó el Times. La visita fue vista por Moscú como “una rama de olivo del presidente Obama”, dijo el Times, “y un reconocimiento de que Rusia y su dirigente son simplemente demasiado importantes como para ignorarlos”.

Obama está dispuesto a convivir con la insistencia de Putin de que exista una “zona de amortiguación” entre Europa Central y la frontera con Rusia si eso significa que podrán colaborar para derrotar al Estado Islámico en Siria. Moscú es un aliado clave del presidente sirio Bashar al-Assad, quien ha llevado a cabo una guerra asesina contra los trabajadores de Siria durante los últimos cuatro años que ha dejado más de 200 mil muertos y 11 millones de desplazados. Mientras se lamenta de las atrocidades de al-Assad, la administración Obama ve la estabilización de su régimen como un mal menor con respecto a los intereses del imperialismo estadounidense.

“Está claro que Obama está pensando en su legado, su lugar en la historia”, dijo al Times Alexander Baunov, del Centro Carnegie de Moscú. “El no lograr el acuerdo final con Irán sería una gran derrota para él, así que necesita a Rusia para ello”.

Tal “reajuste” vendría acompañado por un levantamiento de las sanciones impuestas a Rusia después de la toma de Crimea por Moscú el año pasado y por su apoyo a los rebeldes separatistas en el este de Ucrania.  
 
 
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