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Vol. 79/No. 13      13 de abril de 2015

 
(artículo principal)
Voto en Israel no es
un giro hacia la derecha

 
POR SETH GALINSKY  
Un voto claramente a favor del Partido Likud en las elecciones israelíes del 17 de marzo asegura que el primer ministro Benjamin Netanyahu seguirá al frente del próximo gobierno. Los resultados reflejan la inquietud del pueblo trabajador en ese país de que la política exterior del presidente estadounidense Barack Obama aumenta la posibilidad de ataques por parte de Irán y las reaccionarias fuerzas islamistas de Hamas que gobiernan en Gaza.

La elección no representa un viraje de Netanyahu hacia la “derecha dura”, como afirman los voceros de la administración de Obama, los directores del New York Times y otros medios liberales en Estados Unidos e Israel. Tampoco disminuye la posibilidad del reconocimiento de un estado palestino. Al contrario, es el curso de Washington lo que aumenta el peligro de que se den conflictos en la región.

Negando una declaración que hizo justo antes de las elecciones, Netanyahu reiteró el 19 de marzo su postura a favor de un estado palestino “desmilitarizado” junto a Israel.

Netanyahu convocó los comicios después que su coalición se dividiera en torno a un proyecto de ley respaldado por él que le otorgaría derechos exclusivos a los ciudadanos judíos en Israel, y se aparta del documento de fundación de Israel que exige “la plena igualdad de derechos sociales y políticos” sin importar la religión.

Los resultados de los comicios hacen menos probable que Netanyahu intente aprobar la reaccionaria ley.

Aunque el Partido Likud de Netanyahu ganó 30 escaños, un aumento sobre los 18 que ganó en 2013, el total ganado por la llamada ala derecha es prácticamente el mismo que en la Knesset saliente, el parlamento de Israel. Likud creció principalmente a expensas de sus aliados de extrema derecha. El partido Hogar Judío, que promueve la expansión de los asentamientos en la Ribera Occidental, y el Partido Israel Nuestro Hogar, ambos perdieron escaños.

Un intento de debilitar a los partidos de los palestinos mediante un incremento en la cantidad de votos requeridos para ser elegido fracasó. Los partidos formaron por primera vez una alianza electoral, la Lista Unida, estimulando el voto de árabes israelíes en números sin precedentes y aumentaron sus escaños de 11 a 14, el tercer bloque más grande en la Knesset.

Durante un debate electoral en Ibillin, Israel, Avigdor Lieberman, dirigente del Partido Israel Nuestro Hogar y el ministro de relaciones exteriores de Netanyahu, le preguntó a Ayman Odeh, dirigente de la Lista Árabe Unida, “¿Por qué viniste a este estudio? ¿Por qué no a Gaza, o a Ramallah? ¿Por qué estás aquí?”

“Yo soy parte de la naturaleza, del entorno, del paisaje”, respondió Odeh, un miembro del consejo municipal en Haifa, una ciudad mixta árabe y judía.

El principal opositor del Likud, la Unión Sionista, integrada por el Partido Laborista y Hatnuah, ganó 24 escaños, tres más que en 2013.

Obama y Netanyahu han chocado en torno a los esfuerzos de Washington para alcanzar un acuerdo con Teherán que relajaría las sanciones imperialistas a cambio de que Irán acepte algunos límites a su programa nuclear. La alianza tácita entre Washington e Irán en la batalla contra el Estado Islámico en Iraq y Siria no es ningún secreto.

Obama hizo todo lo posible para influir los comicios, con la esperanza de que Likud perdiera. V15, un grupo dirigido por Jeremy Bird, el director de la campaña presidencial de Obama en 2012, gastó millones de dólares para derrotar a Likud.

Obama no felicitó a Netanyahu hasta dos días después de la elección.

Pero la Unión Sionista también se opone a permitir que Irán desarrolle la capacidad de producir armas nucleares. La Unión afirmó que apoya “mantener los bloques de asentamientos” en la Ribera Occidental, y mantener a Jerusalén como la “capital eterna del estado de Israel”.

La Unión Sionista dijo que iba a “reavivar el proceso de paz”, aunque sus dirigentes dijeron, al igual que Netanyahu, que no veían ninguna fuerza con autoridad en la Ribera Occidental o en Gaza con quien pudieran negociar.

Prácticamente toda la izquierda pequeñoburguesa en Estados Unidos e Israel sostiene que la victoria de Netanyahu es prueba de que los trabajadores en Israel son unos reaccionarios incurables.

Gideon Levy, columnista del diario israelí Haaretz, concentró su desprecio hacia los trabajadores cuando escribió que la elección demostró que “la nación debe ser reemplazada” y pidió “elecciones generales para elegir un nuevo pueblo israelí, de inmediato”.

El Times publicó una columna el 18 de marzo por Yousef Munayyer, director ejecutivo de la campaña estadounidense para poner fin a la ocupación israelí, la cual apoya la campaña de “boicot, desinversión y sanciones” contra Israel. “Los mayores perdedores en esta elección fueron los que sostenían que el cambio podría venir desde dentro de Israel”, escribió Munayyer. “No se puede y no vendrá”.

Los partidarios del boicot dicen que su objetivo es obligar a Tel Aviv a poner fin a su control de la Ribera Occidental y su embargo contra Gaza. Pero la campaña da cobertura al odio antijudío y a llamamientos a borrar a Israel del mapa.

Lucha de clases en Israel

Actualmente alrededor del 20 por ciento de los ciudadanos israelíes son árabes; el 10 por ciento son judíos ultra ortodoxos. Hay un gran componente de trabajadores inmigrantes de África y Asia. En medio de la crisis económica mundial del capitalismo, los trabajadores allí se han unido para realizar huelgas y protestas, y exigir viviendas, un mejor salario mínimo y sindicatos.

Los acontecimientos recientes en el movimiento obrero dentro de Israel abren más posibilidades para la unidad de la clase obrera. Alrededor de 2 500 trabajadores de cuidado infantil —árabes, judíos ultra ortodoxos y judíos seculares— realizaron un paro de un día el 9 de febrero.

La prueba de que los resultados electorales no van a detener las acciones a favor de los derechos de los árabes no tardó en llegar. El jefe de la Lista Unida Ayman Odeh encabezó una marcha de cuatro días a partir del 26 de marzo desde las aldeas beduinas en el Negev hasta la residencia del presidente israelí Reuven Rivlin. Ellos exigen que el gobierno reconozca legalmente a 46 aldeas y que les proporcione la infraestructura necesaria y servicios sociales. Rivlin dijo que se reuniría con ellos.  
 
 
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