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Vol. 79/No. 11      30 de marzo de 2015

 
(portada, editorial)
Derrota de Jim Crow, hito
histórico para trabajadores

 
La celebración el 7 y el 8 de marzo del 50 aniversario de la marcha de Selma a Montgomery por el derecho al voto en 1965, en la que participaron 80 mil personas dice mucho de cómo Estados Unidos cambió para siempre a través del movimiento revolucionario que derribó el sistema de segregación Jim Crow, así como sobre las tareas inconclusas de esa lucha.

El boicot a los autobuses que tuvo lugar en Montgomery en 1955–56, la batalla de Birmingham en 1963, la lucha en Selma por el derecho al voto dos años más tarde y otras batallas fueron libradas por trabajadores y agricultores del sur y sus aliados del norte, quienes ejercieron disciplina, valor y la confianza firme en su determinación y en la fuerza de sus números.

El movimiento fue una de las acciones verdaderamente de masas que cambió para siempre la conciencia no solo de los miles que marcharon sino de los millones de personas por todo el país que fueron ganados a la causa. Las batallas fortalecieron a toda la clase obrera. El derrocamiento de Jim Crow eliminó una herramienta clave que los patrones y su gobierno habían utilizado durante casi un siglo para dividir y debilitar al pueblo trabajador.

La lucha fortaleció a la Revolución Cubana y a su ayuda internacionalista en África, a la lucha republicana irlandesa contra el imperialismo británico, a la batalla del Congreso Nacional Africano para derribar el odiado sistema de apartheid en Sudáfrica, y otras luchas.

Este movimiento produjo un líder revolucionario del calibre de Malcolm X, que vio el movimiento negro en Estados Unidos como parte de la lucha mundial contra las clases acaudaladas y expuso al gobierno de Estados Unidos y a ambos partidos capitalistas como los enemigos de la humanidad. Actualmente la editorial Pathfinder mantiene impresas las obras de Malcolm X.

Aquellos que dicen que nada ha cambiado significativamente, o los que ven un “nuevo Jim Crow” como lo que se impuso después de la sangrienta derrota de la Reconstrucción Radical en la década de 1870, están equivocados. La revolución de los derechos civiles asestó un golpe mortal a los linchamientos, a los lugares públicos segregados, a las leyes que prohíben el matrimonio entre afroamericanos y caucásicos, y mucho más.

Todavía quedan muchas tareas en la lucha para acabar con la discriminación racial. La opresión racista es endémica de la dominación capitalista.

En 2013 la Corte Suprema asestó un golpe a la Ley de Derecho al Voto por el cual los manifestantes en Selma derramaron su sangre. Ese fallo abrió la puerta a medidas discriminatorias que caen de manera desproporcionada sobre los trabajadores que son afroamericanos o latinos.

La gran concurrencia, abrumadoramente proletaria en la marcha de Selma; las continuas explosiones de resistencia contra la brutalidad policial; la determinación para ganar el control sobre la seguridad en el trabajo por los trabajadores en las refinerías y ferrocarriles; las acciones de los trabajadores de Walmart para ganar 15 dólares la hora, trabajo a tiempo completo y un sindicato —todas estas luchas se refuerzan mutuamente. Plantean la necesidad —y la posibilidad— de construir un movimiento masivo, internacionalista y revolucionario de millones que crecerá los suficientemente fuerte como para poner fin a la dictadura del capital, desarraigar la base material del racismo y construir una nueva sociedad basada en la solidaridad humana y los intereses de la mayoría trabajadora.  
 
 
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