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Vol. 77/No. 1      14 de enero de 2013

 
Obreros cargan el peso de ‘desastres
naturales’ bajo el capitalismo
 
POR EMMA JOHNSON
Los desastres causados por huracanes, inundaciones, terremotos y otros fenómenos naturales destructivos frecuentemente exponen las relaciones sociales que existen bajo el capitalismo.

Similitudes notables, que sientan las bases para este tipo de catástrofe social, se pueden ver en todos los rincones del mundo capitalista, desde los países imperialistas más ricos hasta las naciones semicoloniales subdesarrolladas. Tal es el caso con los estragos causados por el huracán Sandy en la costa este de Estados Unidos, y más recientemente tras el tifón Bopha en Filipinas. En ambos casos, las áreas más vulnerables —tanto por razones naturales como causadas por el hombre— estaban pobladas por trabajadores.

Cuando Sandy tocó tierra el 29 de octubre, zonas costeras y densamente pobladas de Nueva York y Nueva Jersey sufrieron inundaciones severas.

Por décadas los gobiernos estatales y municipales han dirigido la planificación y el desarrollo de viviendas para la clase trabajadora precisamente a estas áreas, en donde dos huracanes severos en 1893 y 1938 causaron enormes inundaciones y devastación. Gran parte de la vivienda pública de la ciudad, donde viven 400 mil personas trabajadoras, fue construida en zonas costeras de Manhattan, Brooklyn y Queens a principios de los años 30.

En los años 50 la ciudad comenzó la construcción de edificios altos en el área de los Rockaways en Queens, una de las partes de la ciudad más propensas a inundaciones. En 1975 los Rockaways contaban con el 57 por ciento de las viviendas para personas de bajo ingreso de Queens, pero solo el 5 por ciento de su población.

Con el tiempo, la gente con ingresos estables fue instada a salir de allí para abrir paso a los que reciben asistencia pública. Para las clases dominantes acaudaladas de Nueva York y los funcionarios del gobierno que administran la ciudad en su nombre, la ubicación distante de los Rockaways los hacía un destino ideal para los sectores de ingresos más bajos, los desempleados, enfermos y ancianos de la clase trabajadora, a quienes que ellos ven con desdén. “Después de la Segunda Guerra Mundial, Rockaway fue básicamente tratado como un basurero”, dijo al New York Times Lawrence Kaplan, coautor de Between Ocean and City: The Transformation of Rockaway, New York (Entre el océano y la ciudad: La transformación de los Rockaway, Nueva York) el 3 de diciembre.

Poco después se construyeron instalaciones para pacientes mentales recientemente desinstitucionalizados y edificios de gran altura para ancianos. Hoy en día, la mitad de los hogares para ancianos de la ciudad están en los Rockaways, muchos justo al lado del océano.

Las 21 personas que se ahogaron durante la oleada del ciclón en Staten Island se encontraban a lo largo de la costa sur, donde se realizó la construcción a gran escala más reciente a finales de los 1980 y principios de los 90, cuando la ciudad aprobó la construcción de cientos de condominios estrechamente atiborrados y comunidades planificadas a solo pies de la línea a la que llega la marea alta.

Los promotores inmobiliarios han construido más de 2 700 unidades residenciales en la isla en zonas de alto riesgo de inundaciones producidas por lluvias entre 1980 y 2008, con la aprobación de las autoridades municipales de planificación y zonificación.

En un informe en 2010, el Grupo de Trabajo de Nivel de Mar del Estado de Nueva York escribió que el estado debería “reducir los incentivos que aumentan o perpetuán el desarrollo en localidades de alto riesgo”.

Pero la Oficina de Planificación y Sostenibilidad a Largo Plazo del alcalde de Nueva York presentó una respuesta de disensión: “Las recomendaciones podrían resultar en una política de desinversión y promoverían la reubicación de zonas urbanas existentes. Esto tendría graves consecuencias económicas y ambientales para la ciudad y el estado”.

Los patrones de vivienda de la clase obrera están determinados por la ley del valor capitalista: Los precios de la tierra y las rentas son más bajos en las áreas propensas a inundaciones o las que sean peligrosas o insalubres por otras razones. Pero visto a través del lente burgués, el pueblo trabajador simplemente opta por vivir en esas áreas y por lo tanto es individualmente responsable de los riesgos.

El 4 de diciembre el tifón Bopha golpeó Filipinas, una nación insular semicolonial en el sur de Asia con una población de 100 millones de habitantes. Vientos de hasta 100 millas por hora fueron acompañados por lluvias torrenciales.

Más de 900 personas han muerto y cerca de mil han desaparecido. Casi 5.5 millones han sido afectados y 80 mil todavía se encuentran en centros de evacuación.

Las muertes se concentran en un área pobre y montañosa de agricultura y minería de oro atravesada por ríos en la costa oriental de Mindanao, la isla sureña del país.

Miles de personas viven en chozas en las riberas o en islas. Más de 20 mil personas se han establecido en las laderas de las montañas en años recientes en busca de oro. Han construido cientos de túneles improvisados con pequeñas plantas procesadoras. La extensa explotación forestal ha resultado en deforestación, exacerbando enormemente la vulnerabilidad del área a las inundaciones.

En las intensas lluvias las laderas fueron arrasadas por deslizamientos de tierra que arrastraron casas, carreteras y puentes y enterraron todo en el lodo. Aldeas completas quedaron aniquiladas, plantaciones bananeras fueron destruidas y cocoteros derrumbados, muchos arrancados por las raíces. La mayoría de las personas que murieron se ahogaron o fueron muertas por golpes de los árboles que caían o escombros que volaban a su alrededor.

Nueva Bataan, la ciudad más afectada, con una población de 45 mil habitantes, fue construida en 1968 en una zona clasificada como “altamente susceptible a inundaciones y deslizamientos de tierra”.  
 
 
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