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Vol. 75/No. 40      7 de noviembre de 2011

 
Fidel Castro sobre como
triunfó la revolución
‘La contraofensiva estratégica’: lecciones
imprescindibles para forjar un liderazgo proletario
(especial, reseña)
 

De la Sierra Maestra a Santiago de Cuba. La contraofensiva estratégica por Fidel Castro. En español, 608 páginas (incluye 72 fotografías, 16 mapas con leyendas y 24 copias de documentos originales). Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, Cuba, $25.

POR SETH GALINSKY  
Desde la Sierra Maestra a Santiago de Cuba: La contraofensiva estratégica por Fidel Castro, quien dirigió la victoriosa guerra revolucionaria de 1956 a 1958 en Cuba, es una contribución inestimable a la comprensión de esa victoria. Contiene lecciones valiosas sobre como forjar un liderazgo de la clase obrera con la disciplina y el carácter moral necesarios para arrebatar el poder político de los explotadores y dirigir a la mayoría trabajadora en la reorganización de una nueva sociedad basada en la solidaridad de clase.

El libro es el segundo de dos volúmenes, disponibles sólo en español, sobre las batallas de 1958 que condujeron al derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista, la cual contaba con el respaldo de Washington. En el primer volumen, Por todos los caminos de la Sierra: La victoria estratégica (una reseña del cual fue publicada en el Militante del 10 de enero de 2011), Fidel Castro describe cómo 300 combatientes dedicados del Ejército Rebelde llenos de confianza derrotaron a una ofensiva de 10 mil soldados fuertemente armados de la dictadura respaldada por Washington en el curso de múltiples batallas libradas entre mayo y agosto de 1958.

El Ejército Rebelde se formó después de que Castro y 81 otros miembros del Movimiento 26 de Julio regresaron a Cuba el 2 de diciembre de 1956 para iniciar la lucha armada contra el régimen de Batista, uno de los más represivos en América Latina en ese momento.

El segundo volumen, Contraofensiva estratégica, relata cómo después de romper la espalda de la campaña de la dictadura para “cercar y aniquilar” a los revolucionarios, el Ejército Rebelde tomó inmediatamente la ofensiva, atrayendo cada vez a más y más trabajadores y campesinos a sus filas, y rápidamente propagando la guerra revolucionaria a toda la isla. El libro se compone de cartas, declaraciones, emisiones de radio y discursos escritos o dados en el fragor de la batalla, muchos de ellos nunca antes publicados.

En este tomo, por primera vez, Castro ofrece un relato detallado desde el punto de vista del líder central del Ejército Rebelde de los intensos combates que tuvieron lugar de mediados de noviembre al 31 de diciembre cuando los revolucionarios, bajo su mando, se preparaban para tomar Santiago de Cuba en la parte oriental de la isla. El ejército de Batista que se encontraba en la ciudad se rindió a la columna de Castro el primero de enero, poco después de que las fuerzas bajo el mando de Ernesto Che Guevara tomaron Santa Clara en el centro de Cuba y cuando confrontaban la llamada de Castro a una huelga general y un plazo de capitulación de las 6:00 pm.

Juntos, los dos volúmenes, son insustituibles para comprender la dinámica de la campaña política y militar que derrocó a la dictadura.

En una emisión de la estación de Radio Rebelde el 19 de agosto 1958, la cual se reimprime en el libro, Castro explicó al pueblo cubano cómo fue posible que el número relativamente pequeño de combatientes revolucionarios pudo derrotar al mucho más grande y mejor armado ejército de Batista.

“La victoria en la guerra depende de un mínimo de armas y un máximo de moral”, dijo.

La dirección del Ejército Rebelde luchaba no sólo por derrocar a una dictadura brutal, sino para que además en el transcurso de la lucha se forjara un grupo capaz de luchar para crear una sociedad diferente, una sociedad que vele por los intereses de los obreros y campesinos, no los de los terratenientes capitalistas, industriales y sus amos imperialistas en Washington. Todo lo que los revolucionarios hicieron —desde la manera en que trataron a los soldados de Batista que fueron capturados o heridos hasta garantizar el funcionamiento disciplinado de los combatientes revolucionarios— se hizo para avanzar en este objetivo final.  
 
Conducta de revolucionarios cubanos
“Las victorias obtenidas por nuestras armas sin asesinar, sin torturar, y aun sin interrogar a un adversario demuestran que el ultraje a la dignidad no puede tener jamás justificación”, dijo Castro en la emisión radial del 19 de agosto. No eran sólo palabras. Esa fue la conducta de los revolucionarios cubanos en los momentos más difíciles de la guerra.

El ejemplo de los rebeldes en este sentido contrasta marcadamente con la conducta de las clases explotadoras a lo largo de la historia incluyendo el tratamiento de prisioneros por parte de los gobernantes en Washington, desde Afganistán, a la base naval en Guantánamo, Cuba y las rebosadas cárceles en Estados Unidos.

Cuando el Ejército Rebelde tomó el control de grandes zonas de la isla en 1958, los comandantes rebeldes fueron instruidos a iniciar medidas en defensa de los intereses de los trabajadores. El libro reimprime parte de la Ley Número Tres, emitida en octubre de 1958 por el Ejército Rebelde, que garantiza “el derecho de los campesinos a la tierra”.

“El asentamiento de la tierra de los pequeños agricultores que la trabajan es el primer paso de la Reforma Agraria y un derecho que pueda ya y debe garantizarse al campesinado cubano, por los que han asumido la responsabilidad histórica de liberar a la patria de la tiranía política y de la injusticia social”, dice el preámbulo de la ley.  
 
Centralización y disciplina
Muchas de las cartas que se encuentran en el volumen fueron escritas para los comandantes del Ejército Rebelde y los dirigentes del Movimiento 26 de Julio en las ciudades, explicando la necesidad de la centralización y la disciplina.

“No pueden haber en una organización dos clases de planes: uno como miembro de la misma y otros como asuntos privados”, escribió Castro a Agustín Tomé, coordinador del Movimiento 26 de Julio en Camagüey, criticándolo por organizar la obtención de armas para sus tropas por su cuenta sin ninguna discusión en los cuerpos de dirigencia del Movimiento 26 de Julio y el Ejército Rebelde. “Un miembro de una organización y mucho menos un dirigente, no puede hacer proyectos de carácter privado pensando que lo justifica el hecho de respaldarlo con sus recursos personales”.

“Si el plan es bueno se propone a la organización. Si la organización lo acepta, en ello deben invertirse los recursos de la misma”.

Castro también buscó inculcar disciplina con respecto a cuestiones de finanzas entre los comandantes del Ejército Rebelde.

“Sobre las recaudaciones hay que establecer una norma saludable: que todos los frentes remitan un balance sobre ingresos y gastos”, le escribió Castro a su hermano Raúl Castro, “desde el jefe de pelotón hasta los jefes de frentes”.

Castro luchó para fomentar dentro de los cuadros el hábito de siempre empezar con las necesidades del movimiento revolucionario en su conjunto, en claro contraste con la manera de funcionar que reinaba entre las organizaciones pequeño-burguesas y burguesas que se oponían a Batista.

El libro también incluye un intercambio de cartas con Huber Matos, un hombre de negocios y terrateniente, a quien se le dio el mando de una columna en Camagüey en los últimos meses de la guerra, y después se opuso a la revolución. Fue arrestado en octubre de 1959 y encontrado culpable de planear el derrocamiento del gobierno revolucionario.

Sin embargo Castro no lo borra del récord histórico. En el primer volumen señala el papel útil que Matos jugó en organizar la defensa en sus áreas de responsabilidad durante la ofensiva del ejército.

En el intercambio presentado en el segundo volumen, Castro reprende a Matos por intentar obtener armas para su unidad sin importarle si otras unidades las necesitaran más, socavando la estructura centralizada del Ejército Rebelde.

“Mi deseo de tener más armas para mi columna tiene un limite impuesto por mi misma dignidad de hombre”, Matos respondió molesto. “Creame que hoy he deplorado el haber venido aquí a la Sierra. Acepto su insulto como un sacrificio más en esta hora en que lo que importa es la suerte de Cuba”.

Castro respondió que él nunca se arrepentía de haberse unido a la lucha sin importar las dificultades ni los obstáculos. Los comandantes en un ejército revolucionario rechazan las normas de conducta que predominan en las estructuras militares burguesas, donde “cada cual quiere tener lo mejor para su tropa y se olvidan de que la victoria solo puede ser el fruto de la eficacia y el esfuerzo de todos”, contestó Castro.  
 
Ejército trata de rescatar el régimen
A medida que el Ejército Rebelde avanzaba, altos oficiales militares de la dictadura, viendo lo que parecía inevitable, trataron de rescatar al régimen ya sin Batista. Algunos argumentaban que lo hacían en interés del pueblo cubano. Castro buscó recortar el costo de la victoria revolucionaria en algunos casos intentando ganarse a algunos oficiales del ejército hacia el lado revolucionario, o más comúnmente, obteniendo su neutralidad. Se rehusó a hacer concesiones que mantuvieran rezagos del poder estatal existente en pie.

“Aunque ustedes tengan la intención de entregar el poder a los revolucionarios, no es poder en sí lo que a nosotros nos interesa, sino que la revolución cumpla su destino”, dijo Castro en su carta del 31 de diciembre de 1958 al Coronel José Rego Rubido, comandante militar de Batista en Santiago de Cuba, poco antes que cediera el mando de la ciudad al Ejército Rebelde. “Nunca se podrá llamar triunfo a lo que se obtenga con doblez y engaño”, dijo Castro.

Justo después de la medianoche del 1 de enero de 1959, el general Eulogio Cantillo dio un golpe de estado en La Habana, permitiendo que Batista y algunos de sus peores asesinos huyeran con parte de la fortuna que habían robado al pueblo cubano.

“La dictadura se ha derrumbado como consecuencia de las aplastantes derrotas sufridas”, dijo Castro por Radio Rebelde esa mañana. “Pero esto no quiere decir que sea ya el triunfo de la revolución”. Inmediatamente hizo un llamado al pueblo trabajador para que preparara una huelga general en cada centro de trabajo y ordenó a las unidades del Ejército Rebelde a que continúen la lucha.

El libro concluye con el discurso que dio Castro a miles de personas al día siguiente, después de que el Ejército Rebelde entró a Santiago de Cuba, donde explicó al pueblo cubano lo que estaba en juego.

Aceptar el golpe de estado de Cantillo hubiera sido “una revolución a medias, una componenda, una caricatura de revolución”, dijo Castro a la gente.

El pueblo trabajador de toda la isla estuvo de acuerdo. Una huelga general y una insurrección masiva se desencadenó por todo el país. El 2 de enero se colapsó la junta militar de Cantillo. El 8 de enero de 1959, las fuerzas rebeldes comandadas por Castro entraron en La Habana.  
 
 
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