Vol. 74/No. 32 23 de agosto de 2010
Pelotón cubano-angolano que pertenecía al 11 Grupo Táctico, de la 10 Brigada de Tanques en Cabinda, Angola, bajo el mando del teniente Gerardo Hernández, 1989-90. En la foto del pelotón estamos, en primera fila, y siempre de izquierda a derecha, escribió Hernández, Wilfredo Pérez Corcho (con un gato), Fidel Martell (con el otro gato), Palacio, Bouza y Adolfo. (Bouza es de la Ciénaga de Zapata, y la última vez que tuve noticias suyas era funcionario del PCC [Partido Comunista de Cuba] municipal en Soplillar). Estoy yo en el medio, y detrás Gabriel Basquito (angolano), Henry, Manuel (también graduado del ISRI [Instituto Superior de Relaciones Internacionales] y posiblemente diplomático hoy), José Ramón Zamora, dos compañeros cuyos nombres lamentablemente no me vienen a la mente ahora, Nelson Abreu, otro compañero (con lentes oscuros) cuyo nombre no puedo recordar y Carlos Amores, con la cámara, nuestro actual embajador en Malasia. Lo que pasa en la mayoría de los casos cuyos nombres no recuerdo es que estuvieron poco tiempo en el pelotón después de yo llegar, porque cumplieron sus misiones y regresaron a Cuba. |
En 1989-1990, el teniente Hernández dirigió el pelotón cubano-angolano de exploradores de 12 hombres adjunto al onceavo grupo táctico de la décima brigada de tanques que estaba estacionada en la provincia angolana de Cabinda.
El siguiente relato de esos años es de José Luis Palacio, un mecánico de oficio y uno de los hombres que sirvieron con Hernández en Cabinda. Fue publicado originalmente bajo el título 12 hombres y dos gatos, en marzo de 2006 en Guerrillero, el periódico de la provincia de Pinar del Río en el oeste de Cuba.
El homenaje de Palacio a las cualidades de liderazgo de Hernández o simplemente, Gerardo, como él es conocido por millones de personas alrededor del mundo que luchan por su libertad ayuda mucho a comprender por qué el gobierno de Estados Unidos lo ha elegido como blanco especial para el tratamiento brutal y vengativo que se denunció en el artículo de la portada del número anterior del Militante. Entre los Cinco Cubanos, Hernández recibió la pena más draconiana de todos dos cadenas perpetuas más 15 años. Durante los últimos 12 años, se le ha negado el derecho a recibir visitas de su esposa, Adriana Pérez.
Hernández me envió una fotocopia del artículo en Guerrillero a mí como uno de los editores de Malcolm X, la liberación de los negros y el camino al poder obrero por Jack Barnes, publicado por la editorial Pathfinder. Ese libro, que Hernández recibió a principios de este año, incluye una de las fotos en estas páginas: la foto de Hernández junto con otros miembros de su pelotón en torno a un fuego para cocinar. Las otras dos fotos del pelotón que mostramos aquí las envió Gerardo por correo desde la penitenciaría de máxima seguridad de Victorville, California, donde está detenido.
En cartas que envió al mismo tiempo, Hernández comentó:
Han pasado 20 años, pero recuerdo como si fuera hoy el momento en que tomamos esa foto de Angola. Estábamos haciendo un dulce de coco. Recuerdo los nombres de todos, incluyendo a los dos combatientes angolanos que aparecen, y que formaban parte de nuestro pelotón de exploradores.
Varios combatientes cubanos de mi pelotón me escriben con frecuencia, incluyendo a tres de lo que ellos mismos llaman mi escuadra matancera, porque todos son de Matanzas José Ramón Zamora, Fidel Martell y Wilfredo Pérez Corcho. Los tres son campesinos, personas muy humildes y muy revolucionarios. Ellos me enviaron estas dos fotos que hoy comparto con usted.
La calidad de los originales no era muy buena, por los años y por las condiciones en las que se revelaban e imprimían
En la del tanque Parado abajo está José Luis Palacio, de Pinar del Río.
De Palacio conservo desde hace unos años una entrevista que dio al periódico de Pinar del Río, su provincia, y que me emocionó mucho cuando la leí. Voy a buscarla entre mis papeles y le enviaré una copia.
Siento una grán admiración por todos esos compañeros en aquel entonces muchachos prácticamente que asumieron voluntariamente una misión como aquella. A mi me tocó darles clases de algunas materias, o sea, supuestamente debía enseñarles, pero fui yo el que terminó aprendiendo mucho de ellos. Angola fue una gran escuela para todos.
Hernández proporcionó los nombres de los individuos en las fotos. Los comentarios en la entrevista que sigue que se encuentran entre paréntesis son suyas.
Cuando un grupo de 12 hombres tiene que dormir dos metros y medio bajo tierra; espantar la añoranza que muerde despacio ante la demora de cada carta; caminar en el territorio de las serpientes; entonces la amistad alcanza el más alto de los vuelos.
Se puede comprender por ello que José Luis Palacio Cuní se sintiera muy raro a su retorno en 1991 y que extrañara el modo campechano y la jodedera de aquellos compañeros de pelotón de la décima brigada de tanques de Cabinda.
En las noches, mataban el tiempo jugando dominó de siete fichas o cartas. Este último era el entretenimiento que más le gustaba al teniente Gerardo Hernández Nordelo [En realidad era el dominó. GH], de muy bien carácter y quien siempre los levantaba a las cinco de la mañana con aquella frase muy suya: ¡De pie soldados; vertical como las palmas de Cuba!
Nadie imaginaba cuando aquello, que Gerardo quien compartía el mismo hueco con ellos se convertiría en un héroe, y que tendría que soportar pruebas aún peores, nada más y nada menos que en una cárcel de Estados Unidos.
Ninguno de los amigos de Palacio quiso creerle aquella tarde cuando viendo la televisión, y en medio de una fiestecita, este moreno que vive en el edificio Doce plantas nuevo del Hermanos Cruz les dijo: Coño
ese hombre de la foto fue mi jefe en Angola, era el teniente Nordelo!
Dos gatos en el pelotón
Palacio estuvo en Angola, en Cabinda, dos años y tres meses. Trabajaba en la Empresa de Reparación de Equipos y Agregados, la entonces EREA, cuando fue llamado a cumplir con su deber como reservista. Era 1989 y dejaba tras de sí a una hija de poco más de tres años.
¿Cómo se adaptaron a dormir en el refugio?, fue una de las primeras preguntas que le hicimos a nuestro entrevistado.
Los refugios tenían seis metros de largo por dos o tres de ancho. Adaptarse a dormir ahí no es muy fácil, pero cuando sabes que es más seguro que tener el cuerpo al aire libre, tienes que hacerlo.
Yo era el único pinareño entre aquellos 12 hombres. La mayoría eran matanceros, también algunos orientales y habaneros. Por las noches cuando estábamos allá abajo, empezábamos a decirnos que si el lugar más hermoso de Cuba era Viñales, y allá iba otro y saltaba con su provincia, y así
Un muchacho de Matanzas nada más que llegó al pelotón comenzó a criar dos gatos. Realmente aquellos animalitos eran también soldados internacionalistas, pues bajo tierra había ratones, y mientras dormíamos los escuchábamos cazar muchas veces. Estaban muy apegados a nosotros.
El teniente que teníamos concluyó su misión y entró entonces Gerardo, graduado del Instituto de Relaciones Internacionales. El jefe del onceno grupo táctico nos dijo: Este es su nuevo jefe. Recuerdo muy bien las primeras palabras de Nordelo:
Yo voy a compartir la alegría, la tristeza y todas las emociones con ustedes. Seré uno más, como un hermano, como un hombre sencillo. Nos cayó muy bien desde el principio.
En las noches hablaba de cuando estuvo en la Universidad, de su vida estudiantil, de las caricaturas, de su mamá, y de su esposa.
Era muy jocoso y tenía mucha gracia para hacer chistes. En las clases daba seis minutos de receso y en ese tiempo hacía caricaturas de nosotros y nos decía: Así estaban en la clase.
Cuando veía que algún soldado estaba triste hasta les enseñaba sus propias cartas. Cuando se está tan lejos nada tiene tanto valor como que le escriban a uno.
Jugaba pelota en los ratos libres, ¿qué si era bueno?, a decir verdad no, no lo era. Se desempeñaba como pitcher, y como jugábamos al flojo, no se notaba mucho
Creó una radio base, siempre tenía que estar haciendo algo. El escribía los comunicados y los chistes que leía un soldado.
El Corcho
Cuenta este espigado moreno que en el pelotón había un muchacho muy delgadito llamado Pérez Corcho, y a quien le apodaron El Corcho.
Todos lo llamaban El Corcho para aquí y El Corcho para allá. Un día de su cumpleaños Gerardo tuvo la idea de celebrárselo. Pidió permiso para ello y fue autorizado.
Se hizo para la fecha, vino de arroz y de piña, abundante en la zona. Ese día no fueron al comedor central de la unidad. [No era vino, sino una especie de refresco, porque estaba prohibido beber. GH]
Muchos en el grupo de los 12 no sabían ni cocinar, pero inventaron. Gerardo escribió unos chistes y un comunicado. Combinaba siempre lo alegre con lo patriótico, según afirma su otrora subordinado.
¿Y con las serpientes tenían alguna estrategia?
Allá abundaban las cobras. Era una orden dormir con mosquitero y colocar una bota dentro de otra, para no dejarles espacio para que se acomodaran, pues ellas siempre buscan el calor del cuerpo.
Gerardo era el último en acostarse y siempre nos repetía: Coloquen las botas como ya ustedes saben. Se fijaba siempre en esos detalles, aunque era muy joven.
Cada tercer o cuarto día caminábamos en nuestras misiones de exploración unos 40 ó 50 kilómetros en la selva. Salíamos juntos en un pelotón integrado por angolanos de las FAPLA y los cubanos.
Una vez un angolano descubrió una boa de unos seis metros de largo y la mató. Ellos las respetaban mucho y nos decían que los cubanos no le temíamos ni a esos bichos, pues no las matábamos.
El teniente Nordelo siempre nos alertaba de todo, y una de las cosas en las que más hincapié hacía era en la necesidad de respetar a nuestra familia y a las nativas de aquellos lugares.
Yo había visto antes en la televisión la pobreza de Angola, lo que hacían las tropas de la UNITA1, pero nada de eso puede compararse con lo que vi después. Niños en condiciones muy malas, viviendo en aquellos quimbos, flacos, demacrados, y no podía evitar compararlos con los nuestros y pensar que a veces no sabíamos bien ni lo que teníamos.
Angola fue para mí una escuela. Allí aprendí a valorar más la vida, el internacionalismo, a dar un poco de mí.
Gerardo tuvo una de sus tantas buenas ideas con los niños del lugar en el que estábamos. Convocó a la confección de juguetes artesanales para los muchachos, hasta muñequitas de trapo. Fue algo muy bonito.
Cuando viste a Gerardo en la televisión, ¿qué sentiste?
Lo primero fue mucha tristeza, al pensar en aquel hombre tan revolucionario, tan buen compañero, tan preocupado por todos nosotros, y que ahora estaba preso, y en Estados Unidos.
Pero ahora lo veo de otra manera. Me da alegría recordar que aquel teniente al lado de quien estuve tanto tiempo es un símbolo de patriotismo, y no se ha doblegado. Ha aguantado tantas cosas, ni siquiera lo han dejado ver a su esposa. No ha podido tener hijos, ¡ese hombre que estaba cuidándonos a todos nosotros!
A la vez me siento más revolucionario y comprometido. Tengo también la esperanza de que regrese y que aquellos 12 cubanos podamos reunirnos nuevamente para recordar los días vividos en Angola.
Palacio, un hombre sencillo, militante del Partido, mecánico de refrigeración y climatización en el frigorífico, no le ha escrito a Gerardo por no conocer la dirección de la cárcel, tampoco había buscado protagonismo en contar sus días junto a aquel teniente a quien tanto le gustaba la lectura.
Fue su amigo Félix Peña, funcionario del Comité Provincial del Partido, quien lo animó a conversar con algún periodista para compartir con muchas más personas sus vivencias acerca de ese cubano de pura cepa, cuyos ideales se mantienen verticales, como las palmas de Cuba que él mencionaba a sus hombres, como para recordarles que habían nacido en una pequeña Isla acostumbrada a la hidalguía.
Su pelotón de exploradores de un grupo táctico perteneciente a la décima brigada de tanques, en Cabinda, tomó parte en misiones de exploración con el objetivo de proteger a las unidades y tropas cubanas.
Cuando impartía las clases a sus soldados, según el propio Palacio, les enfatizaba que tenían que aguzar las técnicas de observación del enemigo para rastrear sus huellas.
Un explorador busca en el terreno indicios de dónde pudiera estar el contrario. Tiene que estudiar la conformación del ejército adversario, de su armamento.
Todos los integrantes de aquel pelotón de 12 hombres número simbólico en la historia de Cuba tienen una foto del grupo. La tomó el propio Gerardo. Ese patriota que de alguna u otra manera tiene puntos de contacto con Ignacio Agramonte2, el bravío abogado, hombre de letras y también de acción en los campos de Cuba, capaz de empuñar el machete, pero también de dedicarle tiernas líneas a su esposa.
Y el Héroe cubano crecido en una celda de Estados Unidos dejó a su compañera Adriana antes de separarse, y junto a la canción de Silvio Rodríguez Dulce abismo, este poema de Roberto Fernández Retamar titulado Filin: 3:
Si me dicen que te has marchado
y que no vendrás
no voy a creerlo
voy a esperarte y esperarte.
Si te dicen que me he ido
y que no vuelvo
no lo creas
espérame
siempre.
2. Ignacio Agramonte (1841-73), uno de los más destacados líderes políticos y militares de la primera guerra de independencia de Cuba contra España. Comandante de división del Ejército de Liberación en la provincia de Camagüey. Alcanzó el rango de Mayor General. Fue muerto en combate.
3. Filin (sentimiento) fue un género de la música popular cubana que se desarrolló en La Habana durante un período de creciente malestar social en las décadas de los 1940 y 1950 incorporando elementos de jazz y de bolero cubano.