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Vol. 74/No. 12      29 de marzo de 2010

 
Una lucha de toda
la clase trabajadora
(artículo principal, editorial)
 
El incremento en las deportaciones y despidos de trabajadores indocumentados son una pieza clave del esfuerzo de los gobernantes capitalistas de hacer que los trabajadores carguen sobre sus espaldas la mayor parte de las consecuencias de la alargada y agobiante depresión.

Millones han sido despedidos. Se han realizado recortes en todo tipo de servicios sociales, desde el transporte público hasta los hospitales y las escuelas. Los patrones están acelerando la velocidad de las líneas de producción para producir más con menos trabajadores. Esta guerra doméstica es el otro lado de las guerras que se libran en el extranjero, en Afganistán, Pakistán e Iraq.

Los capitalistas no tienen intención de deportar a la mayoría de los 11 millones de trabajadores indocumentados que hay en Estados Unidos. Dependen de esta enorme reserva de mano de obra inmigrante superexplotada para competir contra sus rivales imperialistas por todo el mundo y contra China.

El propósito de los despidos en masa de los trabajadores indocumentados, del aumento en el escrutinio de los documentos de trabajo, de crear la imagen de los inmigrantes como delincuentes, y de la militarización de la frontera con México, es aumentar la inseguridad y el miedo entre los inmigrantes. Los patrones quieren desalentar su participación en esfuerzos de sindicalización, en las luchas contra la injusticia social y otras luchas políticas. Quieren crear una brecha entre los trabajadores nacidos en el extranjero y los nacidos aquí, y entre los que tienen y los que no tienen documentos.

Pero los trabajadores y jóvenes inmigrantes no se dejan tratar como víctimas. En 2006 millones de ellos se volcaron a las calles para exigir la legalización. Gritaron, “¡Somos trabajadores, no criminales!”.

Esas acciones registraron el aumento en confianza, combatividad, y politización en el movimiento obrero, los cuales continúan hasta hoy en día. Esto se vió en los jóvenes y trabajadores que se manifestaron el 10 de marzo en Chicago con pancartas que decían, “Indocumentados y sin miedo”. Esto se ve en los trabajadores nacidos en Estados Unidos que también se han sumado a estas protestas.

Los programas antiinmigrante y antiobrero del gobierno de Estados Unidos son promovidos tanto por el Partido Demócrata como el Republicano. Hacen promesas vagas a los trabajadores nacidos en el extranjero de que van a “reparar un sistema roto”; al mismo tiempo inducen a los trabajadores nacidos en Estados Unidos a culpar a los inmigrantes por el desempleo y las condiciones sociales en deterioro.

Una parte central de estas “reformas” migratorias es instituir una tarjeta de identificación “a prueba de falsificación” para todos los trabajadores. Esta no será usada solamente contra los inmigrantes. Se usará para poner en la lista negra a cualquier trabajador que se mantenga firme y diga “¡ya basta!”. Los patrones se están preparando para la resistencia obrera más amplia que saben está por venir.

Por eso solo hay una reforma migratoria por la cual vale la pena luchar: ¡la legalización total e inmediata para todos, sin restricciones, y un fin inmediato a las deportaciones!

En el curso de esta lucha y otras para defender los intereses de la clase trabajadora, tales como la lucha por empleos, las protestas contra la brutalidad policíaca, las luchas en defensa del derecho de la mujer al aborto, y para forjar sindicatos, empezaremos a poner en práctica la convicción de que la conquista revolucionaria del poder estatal por una vanguardia de la clase trabajadora, consciente de clase y organizada —una fuerza de millones— es necesaria y posible para eliminar el capitalismo y construir un mundo basado en la solidaridad humana, no en las ganancias.
 
 
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