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Vol. 73/No. 44      16 de noviembre de 2009

 
Malcolm X, la liberación de los
negros y el camino al poder obrero
(especial)
 
Reproducimos a continuación la introducción del libro Malcolm X, la liberación de los negros y el camino al poder obrero, por Jack Barnes, que la editorial Pathfinder publicará en inglés en diciembre (ver la oferta de prepublicación en esta página) y poco después en español. Barnes es secretario nacional del Partido Socialista de los Trabajadores.

Las fotos en el pliego especial en las páginas 13, 12 y 9 se seleccionaron de las casi 80 páginas de ilustraciones del nuevo libro, cuya tabla de materias aparece en la página 14.

Copyright © 2009 por Pathfinder Press. Se reproduce con autorización.

POR JACK BARNES  
Este libro trata de la dictadura del capital y del camino a la dictadura del proletariado.

Trata del último siglo y medio de la lucha de clases en Estados Unidos —desde la Guerra Civil y la Reconstrucción Radical hasta el día de hoy— y las pruebas irrebatibles que ofrece de que los trabajadores que son negros integrarán una parte desproporcionadamente importante de las filas y de la dirección del movimiento social de masas que harán una revolución proletaria.

Este libro trata de por qué es necesaria esta conquista revolucionaria del poder estatal por una vanguardia de la clase trabajadora dotada de conciencia de clase y organización política, una fuerza de millones de personas. De por qué ese nuevo poder estatal proporciona al pueblo trabajador el arma más poderosa posible para librar la batalla en marcha para acabar con la opresión de los negros y todas las formas de explotación y degradación humana heredadas a través de milenios de una sociedad dividida en clases. Y de cómo la participación en esa misma lucha los cambia a tal punto de ser capaces políticamente de llevar esa batalla hasta el final.

Este libro trata del último año en la vida de Malcolm X. De cómo llegó a ser el rostro y la voz auténtica de las fuerzas de la revolución norteamericana venidera.
 

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“¿Dictadura del capital? ¿Dictadura del proletariado? ¿Qué tienen que ver estos términos con nuestro mundo actual?” Este es el estribillo que el pueblo trabajador en Estados Unidos y la mayor parte del resto del mundo oyen una y otra vez en las escuelas, los diarios y de parte de los “comentaristas” de la radio y televisión. Sobre todo, lo oímos expresado por todas las corrientes políticas de clase media —“socialista,” “verde” o lo que sea— que alegan hablar y actuar a favor de los intereses de los oprimidos y explotados.

Por encima del barullo, la respuesta sigue siendo: No es el mundo “nuestro”. Y la cuestión de qué clase habrá de gobernar es la que, a fin de cuentas, realmente importa para los trabajadores y agricultores en todas partes: ahora más que nunca.

La depresión y la crisis social que se han profundizado y extendido globalmente durante el último año le han arrancado otro velo más al rostro del capitalismo, a las consecuencias que tiene el dominio burgués para el pueblo trabajador. Se hace más y más evidente el hecho que las familias gobernantes de Estados Unidos y otros países capitalistas dictan, y seguirán dictando, el uso de cualquier grado de poder estatal que sea necesario para defender e impulsar sus propios intereses de clase. Como también se hace más evidente que lo hacen, y lo seguirán haciendo, sin importarles el precio que les impondrán a muchos cientos de millones de personas por todo el mundo, la inmensa mayoría de la humanidad.

Desde principios de 2008, las familias de la clase dominante y su gobierno han calificado a bancos e instituciones financieras tales como la Fannie Mae, Freddie Mac, Merrill Lynch, AIG, Citigroup, General Electric, General Motors (¡sí, la GE y la GM!), y decenas de otras como “demasiado grandes como para quebrar”. Han dispuesto millones de millones de dólares, literalmente, para desembolsos y “garantías” federales —que de hecho han producido directamente de sus imprentas— para rescatar estos baluartes del capital financiero, o con más exactitud, para rescatar a sus principales tenedores de bonos, que es otra manera de describir la clase dominante estadounidense. Están decididos a garantizar que se mantenga segura su enorme acumulación de riqueza que rinde intereses, riqueza producida por el pueblo trabajador a lo largo de los siglos.

Los principales socios y ejecutivos de la Goldman Sachs, Citigroup, JPMorgan Chase y otras instituciones de Wall Street se van recambiando en los cargos de diseñadores de políticas en el Tesoro, la Reserva Federal y otras agencias gubernamentales y semigubernamentales (a veces intercalando una temporada en una universidad), como cartas repartidas por un mecánico en una mesa de póker. Los rostros de los que “manejaban” la crisis financiera en la Casa Blanca durante la anterior administración republicana reaparecen en la actual administración democrática, con o sin sombrero nuevo, y a menudo con un currículum que se remonta a presidencias anteriores bajo ambos partidos capitalistas.

También es evidente quién no es “demasiado grande para quebrar” bajo el dominio del capital. Incluye a los millones de trabajadores, cuyas filas se engrosan rápidamente, que están siendo botados de sus empleos con los cierres de fábricas, despidos “para recortar gastos”, “cesanteos”, cartas “no-match”, deportaciones y ejecuciones hipotecarias de fincas. Incluye las pequeñas tiendas familiares que han cerrado, desde las ciudades más grandes hasta los pueblos más chicos. Incluye a los trabajadores empleados cuyos salarios, con un poder adquisitivo menor que hace 40 años, han caído aún más bruscamente en los últimos 12 meses. Incluye a las personas, tanto aseguradas como no aseguradas, que se ven obligadas a declararse en bancarrota a causa de gastos médicos catastróficos. Incluye a los que se ven desahuciados de casas ante las crecientes ejecuciones bancarias de hipotecas, así como otros millones más expulsados de apartamentos por los cuales ya no pueden pagar el alquiler. Estos “nuevos desamparados”, según los llaman en los medios de difusión burgueses, están escondidos de la vista, ya que con cada vez más frecuencia se encuentran hacinados con sus familias y otras personas en un solo hogar.

“Servir y proteger”: esa promesa luce en los coches patrulla por todo Estados Unidos desde los cuales los policías hostigan y brutalizan a trabajadores día tras día, agrediendo desproporcionadamente a los africano-americanos, latinos e inmigrantes. Para el pueblo trabajador, esas palabras siempre serán una mentira despreciable. Pero para la clase dominante y las capas medias privilegiadas, son un resumen exacto de la función del aparato estatal norteamericano: las fuerzas armadas; las múltiples agencias de policía y de espionaje a nivel local, estatal, federal y militar; las cortes, agencias rapaces de fianzas y los agentes probatorios y de libertad condicional; las cárceles y prisiones hacinadas, con sus encierros deshumanizantes cada vez más frecuentes y su vida controlada por pandillas, organizadas por los que administran el “sistema penal” y supervisadas por guardias carcelarios matones (un verdadero microcosmo de las relaciones sociales burguesas). El estado norteamericano es el aparato represivo más grande en toda la historia mundial, con la mayor incidencia de encarcelamiento —y va en aumento— de cualquier país del mundo.

Estas instituciones del dominio de clase, de la “ley y el orden” burgués, sí sirven y protegen brutalmente la propiedad, las ganancias y las prerrogativas presumidas de la clase capitalista estadounidense: desde las calles, las fábricas, los campos de cultivo, las minas, los cruces de frontera y las prisiones a través de Estados Unidos, Afganistán, Pakistán, Iraq y más allá.

El pueblo trabajador puede y podrá arrancarles concesiones a la clase dominante en el transcurso de la agudización de luchas contra los ataques impelidos por la crisis contra nuestros empleos, condiciones de vida y dignidad humana elemental, contra nuestras libertades políticas y el derecho a sindicalizarse, y contra la marcha hacia mayores gastos militares y más sangrientas guerras en el exterior. Pero estas concesiones no pueden cambiar las leyes que subyacen el funcionamiento del sistema capitalista en sí, ni pueden aplazar su mayor devastación de nuestra vida y sustento. No pueden poner fin a la dictadura del capital.

Solo la conquista, y el uso, del poder estatal por parte de la clase trabajadora y la expropiación del capital financiero pueden crear los cimientos para un mundo basado, no en la explotación, violencia, discriminación racial, jerarquías basadas en las clases sociales y la competencia a muerte, sino en la solidaridad entre los trabajadores que fomente la creatividad y el reconocimiento del valor de cada individuo, sin importar su género, su origen nacional o el color de su piel.

Un mundo socialista.
 

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Durante el último medio siglo, dos acontecimientos ante todo han transformado las perspectivas revolucionarias para el pueblo trabajador en Estados Unidos. Han impactado profundamente en la capacidad y efectividad, en el carácter proletario, del Partido Socialista de los Trabajadores y la Alianza de la Juventud Socialista.

Uno es la conquista del poder en 1959 por los trabajadores y agricultores de Cuba. Ese triunfo no solo abrió el camino a la revolución socialista en las Américas. Marcó una renovación en acción de la trayectoria proletaria internacionalista que Carlos Marx y Federico Engels señalaron por primera vez más de un siglo antes, y que más tarde los trabajadores y campesinos en Rusia llevaron a cabo en la práctica en 1917 bajo la dirección de V.I. Lenin y del Partido Bolchevique.

El otro es el ascenso después de la Segunda Guerra Mundial de la lucha popular por la liberación de los negros en Estados Unidos, de la cual surgió Malcolm X, su dirigente más destacado. Incluso a principios de los años 60, mientras Malcolm aún era el portavoz más conocido de la Nación del Islam, los dirigentes del Partido Socialista de los Trabajadores reconocimos en sus palabras y sus hechos un dirigente intransigente de calibre extraordinario. La Nación del Islam en sí era una organización nacionalista burguesa y religiosa, como lo sigue siendo hoy día. Como señaló Malcolm después de su ruptura con la Nación en marzo de 1964, la organización no “participaba en la política” y su jerarquía, dirigida por Elijah Muhammad, “lo que la motivaba principalmente era proteger sus propios intereses”.

Pero la voz de Malcolm era más y más la de un dirigente revolucionario de la clase trabajadora. Y durante el último año de su vida, la claridad política de sus palabras avanzó a una velocidad deslumbrante.

En enero de 1965, poco menos de un año tras su escisión de la Nación, Malcolm dijo a un entrevistador de televisión, “Creo que al final habrá un choque entre los oprimidos y los que oprimen. Creo que habrá un choque entre los que quieren libertad, justicia e igualdad para todos y los que quieren continuar el sistema de explotación.

“Creo que se dará ese tipo de choque”, dijo Malcolm, “pero no creo que se basará en el color de la piel, como había enseñado Elijah Muhammad”.

Hablando a nombre de la Alianza de la Juventud Socialista en un mitin memorial en marzo de 1965 en Nueva York, una pocas semanas después del asesinato de Malcolm, señalé que Malcolm se había empeñado incansablemente en ir más allá de sus orígenes en la Nación del Islam para emerger en la política mundial como el más destacado “dirigente de la lucha por la liberación de los negros” en Estados Unidos. “él pertenece, ante todo, a su pueblo”. Al mismo tiempo, para los jóvenes de todos los orígenes que se veían atraídos a la clase trabajadora y a la política proletaria, en este país y a nivel mundial, Malcolm X se había convertido en “el rostro y la voz auténtica de las fuerzas de la revolución socialista norteamericana que viene. Dijo la verdad a nuestra generación de revolucionarios… Malcolm desafió al capitalismo norteamericano desde el interior. Para nuestra generación de revolucionarios fue la prueba viviente de que también aquí puede suceder y va a suceder”.

Casi medio siglo después, no tengo nada que cambiar en esa valoración, y todavía puedo reconocer al joven socialista que la hizo. Pero sé que nadie reconocería a este Malcolm X, al Malcolm viviente que conocimos —al Malcolm que continuó luchando y creciendo hasta el último día de su vida— si lo que saben de su trayectoria política proviniera solo de La autobiografía de Malcolm X preparada por el periodista Alex Haley, o de la película Malcolm X de 1992, dirigida por Spike Lee. Estas son las principales fuentes actuales de “información” sobre Malcolm X, que decenas de millones de personas en el mundo, literalmente, han leído o visto en múltiples idiomas. Sin embargo, ambas obras congelan la trayectoria política de Malcolm en abril de 1964, cuando él hizo su peregrinación a la Meca, apenas un mes después de su ruptura pública con la Nación del Islam. Todo lo sucedido después de ese peregrinaje recibe poca atención tanto en la autobiografía como en la película. Pero las experiencias de Malcolm y las conclusiones políticas que extrajo no se terminaron ahí. En realidad, apenas comenzaban.

Esta falsa interpretación de Malcolm X es también lo que descubre el lector en Los sueños de mi padre: Una historia de raza y herencia, las memorias de 1995 de Barack Obama, hoy presidente de Estados Unidos. Obama, quien escribía en preparación para lanzar su carrera electoral al año siguiente con una candidatura para senador estatal en Illinois, dijo que de adolescente había buscado como guía las obras de unos cuantos autores negros conocidos, entre ellos James Baldwin, W.E.B. Du Bois, Ralph Ellison, Langston Hughes y Richard Wright. Y cada uno de ellos, de diferentes formas, terminaron “con la misma vieja huída, todos agotados, amargados, con el diablo pisándoles los talones”. (En todos los casos excepto el primero, el diablo era el estalinismo. Pero esto siempre lo han disimulado los políticos de Hyde Park y sus partidarios y editores progresistas).

Al principio, solo La autobiografía de Malcolm X “parecía ofrecer algo diferente”, dijo el futuro presidente de Estados Unidos. Pero hasta eso resultó ser una quimera. “Si lo que descubrió Malcolm al final de su vida —de que algunos blancos podrían convivir con él como hermanos islámicos— parecía ofrecer cierta esperanza de reconciliación al final, esa esperanza se vislumbraba en un futuro distante, en una tierra lejana”.

Si esto realmente resumiera el legado y el ejemplo de Malcolm, entonces sí sería una esperanza para “un futuro distante, en una tierra lejana”.

Pero ¿se había molestado este aspirante a político en leer algunas de las palabras de Malcolm durante los últimos 10 meses de su vida? Al menos ocho libros y folletos con discursos y escritos de Malcolm estaban impresos en inglés en aquella época (así como uno en español); estos contenían unas 70 charlas, entrevistas y cartas de esos últimos meses. Sin embargo, para los de diversas opiniones políticas, resulta conveniente actuar como si simplemente no existiera esa historia documentada de las convicciones revolucionarias emergentes de Malcolm. Como si esas palabras nunca se hubieran pronunciado. Como si Malcolm no murió a causa de ellas.
 

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En junio de 2009, casi 15 años después de mandar a la imprenta su historia de raza, Barack Obama habló sobre un tema afín desde una posición muy distinta, como ejecutivo principal y comandante en jefe de la potencia imperialista predominante del mundo. Durante una visita oficial a Arabia Saudita y Egipto, pronunció un discurso ante estudiantes y otros en la Universidad del Cairo, donde expresó los mitos autocomplacientes de las capas de clase media alta en Estados Unidos, de todos los colores de la piel, de las cuales ascendió a la Casa Blanca. Malcolm dedicó su vida política a exponer esos mitos y a vacunar a la gente contra ellos, luchando por despertar la conciencia de los afroamericanos y de otras personas a nombre de las cuales hablaba, no sobre su opresión sino sobre su propia valía.

“Durante siglos”, dijo en El Cairo el nuevo presidente, “los negros en América sufrieron el azote como esclavos y la humillación de la segregación. Pero no fue la violencia lo que logró los derechos plenos e iguales. Fue una insistencia pacífica y decidida en los ideales que se encuentran al seno de la fundación de América”.

¿Acaso se acabó con la violencia institucionalizada del comercio de esclavos y de la esclavitud, según las palabras del presidente norteamericano, mediante “una insistencia pacífica y decidida”? ¿Acaso no fueron los “ideales que se encuentran al seno de la fundación de América” los que consagraron la esclavitud en la propia constitución de la república?

¿Acaso se puso fin a la “institución peculiar” sin amotinamientos a bordo de los barcos de esclavos y actos temerarios de desafíos individuales y colectivos por parte de africanos durante el infame “pasaje medio” transatlántico?

¿Sin las rebeliones dirigidas por Denmark Vesey, Nat Turner y cientos de otros, que los esclavistas y su gobierno tuvieron que ahogar en sangre para suprimirlas?

¿Sin los cientos de “conductores” armados del Ferrocarril Subterráneo como Harriet Tubman?

¿Sin la Guerra Civil norteamericana, en la que se produjo la mayor pérdida de vidas de cualquier guerra en la historia de Estados Unidos, una guerra revolucionaria que para 1865 había alistado a unos 200 mil soldados negros para la causa de la Unión?

¿Sin el poder del Ejército de la Unión junto con las milicias locales que apoyaron la política de los gobiernos estatales de Reconstrucción Radical a través del Sur después de la Guerra Civil: hasta 1877, cuando la burguesía norteamericana ascendente traicionó la Segunda Revolución Norteamericana y retiró el ejército, abriendo paso a la supresión sangrienta de estos regímenes populares?

¿Acaso se impuso sin violencia la segregación Jim Crow por todo el Sur? ¿Acaso fue tumbado con amor y perdón? O más bien, ¿no es el caso que el movimiento de masas por los derechos de los negros, con liderazgo proletario, durante los años 50, 60 y principios de los 70, fue posible únicamente gracias a la disciplina política y física y la valentía de millones (incluso dentro de las fuerzas armadas norteamericanas imperialistas), y también a la voluntad de una vanguardia consciente para organizar la defensa de sus comunidades contra el terror de los jinetes nocturnos, por cualquier medio que fuera necesaria?

¿No es cierto que las rebeliones urbanas de los años 60 por parte de trabajadores que son negros en Harlem, Watts, Chicago, Newark, Detroit y otras ciudades norteamericanas les advirtieron a la clase dominante de que millones de personas entre esta parte oprimida y superexplotada de la clase trabajadora no quedarían satisfechos simplemente con leyes que, una vez más, reconocían formalmente los “derechos plenos y iguales” que el presidente norteamericano citó en El Cairo? ¿No es cierto que los militantes y mártires de la rebelión de Attica y otros levantamientos en las prisiones emplearon las únicas vías que les quedaban para llamar la atención del mundo a los horrores de los penales norteamericanos? ¿No es cierto que la brutalidad racista y desigualdad de clase institucionalizadas del capitalismo han perdurado mucho más que las conquistas de la lucha por los derechos de los negros a mediados del siglo XX?

¿No es cierto que una amplia vanguardia de afroamericanos percibió sus luchas como parte íntegra de los movimientos victoriosos por la liberación nacional después de la Segunda Guerra Mundial que se extendieron por Africa, Asia y el Caribe, y obró en consecuencia? ¿Acaso todo esto no echó atrás al racismo, elevó la confianza entre los afroamericanos y sentó las bases para una mayor unidad en la lucha entre trabajadores que son negros, blancos y de otros orígenes raciales o nacionales?

La historia documentada da pruebas en abundancia de que hasta el estado burgués más “democrático” es en el fondo un masivo aparato omnipresente de violencia, dedicado a la preservación del dominio capitalista. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, las tropas, fuerzas especiales, operativos de “inteligencia” y mercenarios a sueldo y armas (de “alta” y baja tecnología) del imperialismo han sido responsables de la masacre y mutilación de millones de trabajadores y campesinos, desde Vietnam hasta Iraq y Afganistán, desde Irán hasta Corea, Cuba, El Salvador, Nicaragua, Guatemala, Angola y Yugoslavia.

A pesar de todos los sermones burgueses autocomplacientes sobre los “ideales que se encuentran al seno de la fundación de América”, la historia demuestra cientos de veces que los que luchan contra la explotación y la opresión no son la fuente de donde emana la violencia en el mundo. Más bien es la dictadura del capital: capital mercantil, industrial, bancario y actualmente el capital financiero.

La voluntad y capacidad del pueblo trabajador para defendernos efectivamente, en la marcha histórica hacia una lucha revolucionaria por el poder, decidirá si podrá haber un futuro pacífico y productivo para la humanidad.
 

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Una vez que Malcolm X se libró de las ataduras políticas de la Nación del Islam a principios de 1964, se topó con el desafío que enfrentan todas las organizaciones revolucionarias pequeñas en la clase trabajadora. ¿Cómo unirse con otros que no comparten su programa y estrategia para luchar por metas comunes, por demandas inmediatas, por mayor espacio para hacer política? ¿Cómo hacer—cuando uno está haciendo trabajo político, propagandizando incansablemente—para encontrar a aquellos con quienes convergen las posiciones que uno está desarrollando? ¿Cómo seguir avanzando por un rumbo revolucionario en tiempos que no son revolucionarios, sin replegarse en ningún momento hacia la existencia cómoda y ensimismada de una secta?

La Nación del Islam no era una organización política. No tenía una estructura para discusiones internas y la toma de decisiones que permitiera que el liderazgo decidiera un curso político. La Nación funcionaba sobre la base de “revelaciones” y decretos. No era posible una lucha para aclarar perspectivas políticas. Por lo tanto, Malcolm —cuyo prestigio en la jerarquía de la Nación era mayor que la de cualquiera salvo Elijah Muhammad, y que nadie aventajaba en cuanto al respeto que gozaba entre sus miembros— se llevó consigo muy pocos miembros de la organización al producirse la escisión. Si bien los que siguieron a Malcolm eran cuadros disciplinados, aún no era una disciplina política. Era una disciplina basada aún en cualidades morales individuales, y no en la convicción y los hábitos políticos forjados, templados y asimilados a lo largo del tiempo durante el trabajo de masas y la acción de la lucha de clases.

La tarea que enfrentaba Malcolm X en los últimos meses de su vida era la de forjar cuadros políticos. Estaba empezando de cero. Tardaría tiempo. Y como sabía Malcolm desde un comienzo, el tiempo era algo que las fuerzas dentro y alrededor de la Nación, así como las agencias policiales federales y locales, aquí y en el exterior, estaban decididas a negárselo.
 

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Malcolm puso muchas esperanzas en conocer y colaborar con otros revolucionarios, dentro del país y por todo el mundo. Apreciaba mucho a los combatientes que con mucho sacrificio habían entablado batallas para derrocar a regímenes coloniales por toda Africa y Asia. Se sentía especialmente atraído a la dirección revolucionaria del gobierno laico de Argelia, muchos de los cuales, como señaló Malcolm, eran “blancos”, y pocos de ellos seguían practicando la religión musulmana. Bajo la dirección de Ahmed Ben Bella, el gobierno de trabajadores y campesinos en Argelia, a diferencia de otras naciones recientemente independizadas en Africa y el Medio Oriente, estaba organizando al pueblo trabajador para impugnar no solo el poder y los privilegios de sus ex colonizadores franceses, sino a los terratenientes y capitalistas argelinos.

Malcolm también se veía influenciado más y más por el ejemplo internacionalista de la Revolución Cubana. Había expresado su solidaridad y admiración hacia esa revolución y su liderazgo desde sus primeros años, y lo demostró invitando a Fidel Castro y Ernesto Che Guevara a Harlem. “La Revolución Cubana, esa sí es una revolución. Derrocaron el sistema”, dijo Malcolm ante un público mayoritariamente negro en Detroit en noviembre de 1963, durante el último de sus discursos principales como dirigente de la Nación del Islam. Pero en 1964 y a principios de 1965, a medida que Malcolm fue viendo más claramente la necesidad de impulsar la “rebelión global de los oprimidos contra los opresores, de los explotados contra los explotadores”, se vio más atraído políticamente a la Revolución Cubana.

En enero de 1965, al hablar ante un evento público patrocinado por el Partido Socialista de los Trabajadores y la Alianza de la Juventud Socialista en Nueva York, Malcolm empezó diciendo, “Es la tercera vez que tengo la oportunidad de ser invitado al Militant Labor Forum. Siempre considero que es un honor y cada vez que me abran la puerta, aquí estaré”. Malcolm era un hombre de palabra. Cuando dijo “cada vez”, era lo que quería decir.

A Malcolm le encantaba hacer cosas junto con otros revolucionarios. Una vez que había suficiente tiempo y experiencias para que se desarrollara la confianza mutua, Malcolm estaba deseoso de intercambiar lecciones arduamente aprendidas de cómo hacer más. Quería compartir información con otros revolucionarios sobre “contactos”, según los llamaba: individuos, especialmente jóvenes, que cada uno de nosotros había llegado a conocer al hacer trabajo político aquí en Estados Unidos, en Africa o en otras partes.

A la vez, Malcolm no era ni ingenuo ni ignorante acerca de las trayectorias políticas fuertemente encontradas entre las diferentes organizaciones en el movimiento obrero que se reclamaban marxistas o comunistas, entre ellas, a principios y mediados de los años 60, el Partido Comunista de Estados Unidos (PCEUA), el Partido Progresista del Trabajo y el Partido Socialista de los Trabajadores. En Nueva York, especialmente, era imposible militar en el movimiento negro en ese entonces sin conocer a miembros y partidarios de estos partidos. El Partido Comunista de Estados Unidos por sí solo tenía miles de miembros afroamericanos en Harlem incluso en los años 30 y a principios de los 40.

Malcolm sabía muy bien que el PCEUA y sus organizaciones hermanas a través del movimiento estalinista internacional lo vilipendiaban por su oposición intransigente a la trayectoria política de los dirigentes de organizaciones pro derechos civiles que buscaban reformar “el sistema de explotación” en Estados Unidos y a nivel mundial en vez de organizar, como Malcolm intentaba hacer con creciente claridad —un movimiento revolucionario para derrocarlo.

Malcolm se oponía a ambos partidos políticos imperialistas en Estados Unidos. El hecho que se negó a llamar a votar por el presidente demócrata saliente Lyndon Johnson contra el republicano Barry Goldwater en las elecciones presidenciales de 1964 —una posición que compartió con el Partido Socialista de los Trabajadores y prácticamente con ninguna otra organización del movimiento obrero en Estados Unidos— fue especialmente indignante para los dirigentes del Partido Comunista. Durante unas tres décadas, el apoyo al Partido Demócrata y a sus candidatos había sido la guía principal de la trayectoria colaboracionista de clases del PC en la política estadounidense.

Unas semanas después de las elecciones de noviembre de 1964, Malcolm dijo a participantes en un mitin en París, Francia, que “los capitalistas astutos, los imperialistas astutos” en Estados Unidos “tenían a todo el mundo—incluso a gente que se autodenomina marxista—llenos de esperanzas de que Johnson le ganara a Goldwater… Los que se reclaman enemigos del sistema estaban postrados de rodillas esperando que Johnson saliera electo… porque supuestamente es un hombre de la paz”, dijo Malcolm. “¡Y en esos momentos él estaba invadiendo con tropas el Congo y Vietnam del Sur!”

Varios meses después, a principios de febrero de 1965, las autoridades en el aeropuerto de París le prohibieron a Malcolm volver a entrar a Francia para participar en otro encuentro al que había sido invitado a hablar allí. Un poco más tarde ese mismo mes, en una reunión de la Organización de Unidad Afro-Americana en Harlem, Malcolm explicó que aun antes de que el gobierno francés le prohibiera entrar, el Partido Comunista allí se había asegurado de que la mayor central sindical en Francia no solo se negara a alquilar su sede a los organizadores del evento en París para Malcolm, sino que “ejerció su influencia para impedir que ellos consiguieran” otro lugar que habían intentado obtener.
 

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“Lo que la Revolución Bolchevique nos enseñó”, la tercera sección de este libro, incluye las transcripciones de discusiones en 1933 y 1939 sobre la lucha por la liberación de los negros en Estados Unidos con el dirigente bolchevique León Trotsky. Dichas discusiones aparecen aquí bajo el título, “La cuestión nacional y el camino a la dictadura proletaria en Estados Unidos”: un resumen preciso de su contenido, a diferencia de “León Trotsky sobre el nacionalismo negro y la autodeterminación”, título del libro en el cual las transcripciones han estado disponibles desde 1967.

En esas discusiones, Trotsky instó a la dirección del Partido Socialista de los Trabajadores a virar el partido hacia una participación más profunda y amplia en la lucha por la libertad afroamericana siguiendo la línea de marcha de la lucha revolucionaria por el poder en Estados Unidos. El partido “no puede postergar más esta cuestión tan esencial,” le había escrito Trotsky a James P. Cannon, dirigente del PST, en 1939 durante varios días de discusiones que Trotsky había sostenido con miembros del partido.

A menos que el PST encare este reto político, dijo Trotsky en esas discusiones, “nuestro partido no puede desarrollarse, se va a degenerar… Se trata de la vitalidad del partido. Es una cuestión de si el partido se transformará en una secta o si es capaz de hallar el camino hacia la parte más oprimida de la clase trabajadora”.

Este libro es un compromiso y un arma para seguir poniéndose a la altura de ese reto hoy y mañana.
 

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Malcolm X, la liberación de los negros y el camino al poder obrero nunca habría podido producirse sin la colaboración directiva durante casi medio siglo de cuadros proletarios del Partido Socialista de los Trabajadores que son negros.

El libro es producto de los esfuerzos disciplinados de estos y otros cuadros del PST, entre ellos las generaciones que ha estado dirigiendo el trabajo desde mediados de los años 70 para forjar un partido que sea proletario tanto en su composición como en su programa y acción. Los que han estado en las primeras filas, haciendo frente a matones racistas que atacaban buses escolares, protestas y líneas de piquete. Los que realizan actividades políticas comunistas en la clase obrera y los sindicatos industriales. Los que se suman a huelgas, campañas de sindicalización y escaramuzas pequeñas y grandes en los talleres de trabajo. Los que han organizado en el seno de las fuerzas armadas imperialistas contra el racismo y los intentos de negarles sus derechos como ciudadanos soldados. Los que salen a las calles con otras personas para condenar la brutalidad policial, para reclamar la legalización de los trabajadores inmigrantes, para decir no a la pena de muerte y para reivindicar el derecho de la mujer a optar por el aborto. Los que han participado en el Partido Político Negro Independiente Nacional y otras organizaciones buscando promover los derechos de los negros en un sentido proletario. Los que se dedican a educar a otras personas sobre la política imperialista del gobierno de Estados Unidos y su marcha incesante hacia una mayor militarización y propagación de sus guerras, y a movilizar fuerzas en su contra.

Lo que hallarán los lectores en estas páginas es el fruto de muchas décadas de actividad política por parte de trabajadores y jóvenes comunistas que hacen campaña con el semanario El Militante y otras publicaciones en esquinas callejeras, a las puertas de fábricas, entre estudiantes, en piquetes de huelgas y en otras manifestaciones y actividades de protesta social. Por parte de cuadros proletarios que han organizado y participado en escuelas de dirección comunista, ayudando a educarse a sí mismos y a otros en torno a las lecciones de más de 150 años de lucha revolucionaria del pueblo trabajador. Por parte de los que se han postulado como candidatos del Partido Socialista de los Trabajadores para ocupar puestos desde cargos locales hasta la presidencia de Estados Unidos, y que lo han hecho en contra de los candidatos postulados —independientemente del color de su piel— por los demócratas, republicanos y otros partidos burgueses y pequeñoburgueses.

Por parte de cuadros que nunca se han cansado de meterse en la cara de los race-baiters, red-baiters, elementos abiertamente intolerantes y demagogos de toda calaña que han pretendido negar que los trabajadores, agricultores y jóvenes que son negros —y son orgullosos de ser negros— pueden ser y serán comunistas siguiendo el mismo camino y sobre la misma base política que cualquiera.

La colaboración con estos compañeros —pasando por muchas crisis y coyunturas, incluido el actual pánico capitalista global que aún está en sus primeras etapas— me ha enseñado mucho de lo que los lectores descubrirán en estas páginas. La tarea de poner estas lecciones por escrito es una de mis obligaciones, y mi nombre aparece como autor. Pero no pude haber llegado a estas conclusiones de otra forma que no fuera como parte de un conjunto de cuadros proletarios probados y disciplinados, entre ellos estos hombres y mujeres de ascendencia africana, quienes en su vida y su actividad siguen fieles hasta el día de hoy a sus convicciones revolucionarias.

A ellos se les dedica Malcolm X, la liberación de los negros y el camino al poder obrero.

Nueva York
4 de octubre de 2009

Tabla de materias

 
 
 
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