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Vol. 73/No. 3      26 de enero de 2009

 
Dirección comunista y estrategia revolucionaria hoy
Nuevo libro de Fidel Castro ‘La paz en Colombia’ contrasta la ‘guerra
de guerrillas prolongada’ al ejemplo cubano de la toma del poder estatal
(especial)
 
A continuación publicamos la introducción y el epílogo de La paz en Colombia, un nuevo libro del ex presidente cubano Fidel Castro. El libro suscitó interés a nivel mundial cuando fue publicado en La Habana por Editora Política a mediados de noviembre y presentado al día siguiente en Caracas en la Feria Internacional del Libro de Venezuela.

Castro desarrolla y explica más al fondo los planteamientos que hizo en dos artículos escritos el 3 y el 5 de julio, inmediatamente después de una operación en la cual soldados del ejército colombiano liberaron el 2 de julio a 15 rehenes que estaban en manos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Entre los rehenes se encontraban Ingrid Betancourt, secuestrada por las FARC seis años atrás cuando ella se postulaba a la presidencia de Colombia, tres ciudadanos estadounidenses y 11 soldados colombianos.

En sus dos reflexiones, publicadas en Granma, diario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, Fidel Castro reiteró su oposición a la intervención imperialista de Washington en Colombia. También explicó su desacuerdo, sostenido por muchos años, con la trayectoria política seguida por Manuel Marulanda, dirigente central de las FARC hasta su muerte el año pasado, y por el Partido Comunista de Colombia, del cual Marulanda fue militante por muchos año.

Castro dijo que Marulanda “concebía una larga y prolongada lucha”, observando que “inició su resistencia armada hace 60 años”. Castro añadió que era “un punto de vista que yo no compartía. Nunca tuve posibilidad de intercambiar con él”.

Tras el golpe de estado de marzo de 1952, en que fue derrocado el gobierno electo de Cuba, el movimiento revolucionario dirigido por Fidel Castro organizó una lucha para derrocar las fuerzas militares y policíacas de la dictadura de Fulgencio Batista, apoyada por Washington, lo más rápidamente posible y establecer un gobierno popular revolucionario. La caída del régimen de Batista el 1 de enero de 1959 se produjo apenas cinco años y medio después de la primera acción armada de la lucha revolucionaria: el asalto al cuartel Moncada en Santiago de Cuba. La victoria se logró en poco más de dos años después de la primera batalla —el 5 de diciembre de 1956— entre el Ejército Rebelde y las tropas de Batista.

Pero en Colombia, señaló Castro, el Partido Comunista Colombiano, que “estaba bajo la influencia del Partido Comunista de la URSS y no del de Cuba”, nunca “se propuso conquistar el poder con las armas. La guerrilla era un frente de resistencia, no el instrumento fundamental de la conquista del poder revolucionario, como ocurrió en Cuba”.

Castro también expresó su fuerte desacuerdo con otras dos políticas de las FARC: el trato de los prisioneros y la toma de rehenes civiles.

Durante la guerra revolucionaria en Cuba, el Ejército Rebelde ponía en libertad “de inmediato” a los soldados del gobierno capturados y “absolutamente sin condiciones”, quitándoles solo sus armas. “Ningún soldado las depone si lo espera la muerte o un tratamiento cruel”, escribió Castro.

“Nunca debieron ser secuestrados los civiles [tomados por las FARC], ni mantenidos como prisioneros los militares en las condiciones de la selva”, escribió Castro. “Eran hechos objetivamente crueles. Ningún propósito revolucionario lo podía justificar”.

Reafirmando que “nunca apoyaré la paz romana que el imperio pretende imponer en América Latina”, y que no proponía que las FARC depusieran las armas, Castro apuntó que “solo había una salida” en Colombia: la meta de establecer “la verdadera paz, aunque lejana y difícil”. Esta es “la opción que durante tres décadas Cuba ha defendido en esa nación”, dijo.

Un recuento más completo de los dos artículos apareció en la edición del Militante del 28 de julio de 2008. Ambos artículos, publicados con los títulos “La historia real y el desafío de los periodistas cubanos” y “La paz romana” se encuentran en www.granma.cu/espanol/2008/reflexiones2.html.

Los 16 capítulos de La paz en Colombia documentan la política de la Revolución Cubana y las acciones de su dirección. El libro contiene extractos de documentos claves de la Revolución Cubana, tales como la Primera y Segunda Declaración de La Habana, así como extractos de libros escritos por protagonistas de la guerrilla en Colombia, y detalles sobre la participación cubana en las negociaciones entre el gobierno colombiano y grupos guerrilleros en intentos de poner fin al conflicto armado.

El texto íntegro del libro se puede obtener en español por la Internet en www.cubadebate.cu. Editora Política, la casa editorial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, publicará próximamente una traducción al inglés.

Las notas a pie de página fueron agregadas por el Militante.
 

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POR FIDEL CASTRO  
Es un tema sobre el que prometí escribir. No era fácil hacerlo. Otros asuntos han ocupado mi tiempo. Ahora cumplo la promesa.

¿Fue objetivo y justo mi análisis sobre Marulanda y el Partido Comunista de Colombia en las Reflexiones publicadas el pasado 5 de julio de 2008? Nadie puede asegurar nunca que sus puntos de vista carecen de subjetivismo; siempre se puede correr el riesgo de parecer injusto. Quien afirma algo, debe estar dispuesto a demostrar lo que dice y por qué lo dice.

Mi desacuerdo con la concepción de Marulanda se fundamenta en la experiencia vivida, no como teórico, sino como político que enfrentó y debió resolver problemas muy parecidos como ciudadano y como guerrillero, solo que los suyos fueron más complejos y difíciles.

Sería incorrecta la idea de que en Colombia y en Cuba se partía de las mismas circunstancias. En común compartíamos la ausencia inicial de una ideología revolucionaria —ya que nadie nace con ella— y de un programa para llevar a la realidad más tarde la construcción del socialismo. No cuestiono en lo más mínimo su honradez, ni la del Partido Comunista de Colombia; por el contrario, merecen respeto, porque fueron revolucionarios, luchadores antiimperialistas, a cuya causa entregaron decenas de años de lucha. Lo explicaré.

Cuando asesinaron al prestigioso líder popular Jorge Eliécer Gaitán1 el 9 de abril de 1948, Pedro Antonio Marín, campesino pobre que después adoptó el nombre de Manuel Marulanda en honor a un colombiano que murió en la guerra de Corea, se incorporó al movimiento guerrillero liberal. Solo tenía 18 años.

Los testimonios sobre su vida son escasos, pero suficientes para satisfacer la curiosidad de un lector que desee información para aproximarse a los hechos referidos. He tratado de hurgar en diversas fuentes. Quien más sistemáticamente habló del famoso guerrillero fue el historiador colombiano Arturo Alape, cuyo rigor como investigador pude comprobar por mis relaciones con él. Es difícil que se le hubiera escapado un detalle. En varias oportunidades se reunió con Marulanda y las fuerzas guerrilleras. Durante meses convivió con ellas para escrutar los móviles y objetivos de su dura lucha. Puedo valorar correctamente la información que suministra.

Pero no es la única fuente, están los testimonios de Jacobo Arenas2, intelectual y dirigente comunista enviado por su partido para atender al sector campesino, componente indispensable para la revolución en Colombia.

El Partido Comunista de ese hermano país, como los otros de América Latina, grandes o pequeños, fueron miembros disciplinados de la Internacional mientras existió formalmente. Seguían la línea del Partido Comunista de la URSS. En los años de la Guerra Fría continuaron siendo reprimidos por sus ideas. Los medios de publicidad imperialistas y oligárquicos se ensañaron con ellos. El surgimiento de la Revolución en Cuba, sin vínculo alguno con la URSS, pero basada en las enseñanzas del marxismo-leninismo, suscitó sentimientos contradictorios pero no antagónicos. En nuestra patria fueron superados y la unidad se abrió paso, aunque no sin contradicciones ni sectarismos, entre los militantes y simpatizantes del antiguo partido con educación política avanzada y sectores de la pequeña burguesía radicalizados, pero permeados por el fantasma del anticomunismo. Las victorias del Ejército Rebelde, como primeramente se calificó a las fuerzas guerrilleras, fueron el factor decisivo en la fase ulterior de la Revolución. Tal explicación es ineludible para comprender la esencia de las relaciones de Cuba con los revolucionarios de América Latina.3

Los que organizamos el movimiento que intentó tomar el poder el 26 de julio de 1953 teníamos una idea clara de nuestros objetivos, y de ello quedó constancia. Los combatientes procedían de los sectores humildes de nuestro pueblo y ninguno objetaba nuestros propósitos; el antiguo partido fue nuestro amigo, incluso antes de aquel intento. Todos los que lucharon contra la tiranía vertieron finalmente sus aguas en un solo río.

De la singular experiencia vivida en la pequeña isla a 90 millas de Estados Unidos, con una base militar impuesta en su propio territorio, nacieron nuestros puntos de vista con relación a la América Latina. No teníamos, sin embargo, derecho a inmiscuirnos en los asuntos internos de cualquier otro país como no fuese con el inevitable impacto de los acontecimientos. Infortunadamente, fueron los gobiernos de los demás países —con excepción de México, todavía bajo la influencia de su revolución social de principios de siglo y el brillante papel patriótico y antiimperialista de Lázaro Cárdenas— los que, presionados por Estados Unidos, rompieron normas morales y principios legales y se sumaron a la agresión contra Cuba.4 Explotaron la existencia de Cuba revolucionaria para obtener migajas del imperialismo. Si alguno ofrecía resistencia era derrocado sin pena ni gloria.

Estados Unidos organizó bandas armadas y grupos terroristas suministrados por aire y mar que pusieron bombas, incendiaron instalaciones sociales y económicas, incluidos teatros, círculos infantiles, fábricas, plantaciones de caña, almacenes, grandes tiendas y otros objetivos, segando vidas o mutilando a cubanos en su traicionera acción. Incluso, algunos maestros y jóvenes alfabetizadores fueron torturados y asesinados. No lo afirma simplemente quien esto escribe; consta en los documentos desclasificados de la CIA. Un hecho relevante, notorio, conocido por todos, es que el 15 de abril de 1961 aviones de combate e instalaciones de nuestra Fuerza Aérea fueron atacados por aviones que llevaban insignias cubanas; dos días después, fuerzas mercenarias escoltadas por la Armada de guerra yanqui —incluido un portaaviones— y la Infantería de Marina, desembarcaron por la Bahía de Cochinos. ¿Qué hicieron los gobiernos de los países de América, con la excepción de México? Apoyar a Estados Unidos en su guerra genocida contra el pueblo cubano.

Más tarde la CIA lanzó virus y bacterias contra nuestra población y nuestras plantaciones. ¿Qué hicieron los gobiernos de los países hermanos?

El gobierno de Estados Unidos puso al mundo al borde de la guerra nuclear, porque se negaba a renunciar a la idea de atacar directamente a Cuba con sus poderosas fuerzas militares, lo que habría costado una incalculable cifra de vidas y destrucción, pues, como es sabido, el pueblo cubano resistiría hasta la última gota de sangre.

Cuando la República Dominicana fue invadida en abril de 1965, los gobiernos de América Latina también apoyaron a los agresores.5

No hace falta añadir más para comprender que durante décadas esa fue la conducta de las tiranías militares que torturaron, asesinaron y desaparecieron a cientos de miles de personas en este hemisferio en complicidad con el imperio que las promovió.

Desde muy temprano, en acto masivo, el pueblo de Cuba envió su mensaje, en la Primera y la Segunda Declaración de La Habana, a los pueblos hermanos de América Latina. A partir de esa realidad es que se puede explicar el interés con que seguíamos el desarrollo de los acontecimientos políticos en cualquier país de Nuestra América.6

He revisado numerosas notas, informes y documentos relacionados con el tema colombiano, entre ellos relatos de las conversaciones sostenidas con personalidades que visitaron a Cuba y con las que intercambiamos extensamente sobre la paz en Colombia.

En 1950, cuando una guerrilla comunista hizo contacto con él, Marulanda, que procedía de un grupo gaitanista liberal integrado en parte por familiares suyos, había evolucionado hacia posiciones cercanas a los comunistas; les critica a estos sus excesivos actos de formalismo militar y determinadas tendencias sectarias en sus concepciones.

Nuestra idea de la guerrilla como embrión en desarrollo de una fuerza capaz de tomar el poder, no partía solo de la experiencia cubana sino también de la de otros países en América Latina. En cualquiera de ellos suponía la lucha por los pobres con independencia de sus niveles de educación, que en todas partes, como clases explotadas —obrera o campesina, o jornaleros modestos e incluso soldados—, era muy baja.

En Centroamérica, región que fue víctima de las intervenciones de filibusteros o soldados de Estados Unidos en diversas épocas, casi todos los países estaban gobernados por sangrientas dictaduras al triunfo de la Revolución Cubana.7 Sin excepción, eran cómplices e instrumentos del imperialismo contra Cuba.

Los grupos revolucionarios, en su lucha, estaban divididos en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Más tarde o más temprano los militantes comunistas se sumaron a la lucha armada de los campesinos y la pequeña burguesía revolucionaria. En todos, con sus peculiares e ineludibles características siempre presentes, surgieron tendencias aferradas al concepto de lucha excesivamente prolongada. El esfuerzo de Cuba se consagró a la búsqueda de la unidad. Constan las actas y fotos de los momentos históricos en que esta se logró. Hubo guerrilleros que perdieron años planeando triunfos para las calendas griegas. Se trataba de una concepción que no cabía en nuestras mentes. Es igualmente cierto que los eternos pregoneros del capitalismo, manejados por los órganos de Inteligencia yanqui, sembraron ideas extremistas en la mente de algunos revolucionarios.

Centroamérica fue escenario de un choque de ideas. Recuerdo que en los años de Carter, Bob Pastor, un representante suyo que realizó numerosas visitas a nuestro país, más de una vez al reunirse conmigo exclamó de forma que parecía ingenua: “¿Y por qué tú insistes tanto en unidad, unidad, unidad?” Yo reía por dentro, al observar la reacción alérgica de aquel joven funcionario norteamericano contra la unidad de los latinoamericanos. Carter, sin embargo, era un inusual presidente de Estados Unidos con principios éticos, que partía de su fe religiosa y no planeó asesinar a Castro. Por eso siempre lo traté con respeto. Bajo su gobierno, Torrijos alcanzó la soberanía sobre el Canal, evitando una matanza que después Bush padre perpetró.8

La historia de Centroamérica requeriría un libro que tal vez alguien escriba un día. Triunfó la Revolución en Nicaragua, que significó una esperanza. Reagan le impuso la guerra sucia, que costó miles de vidas a ese país; hizo estallar en el viejo continente el gasoducto de Siberia en complicidad con la Thatcher y el resto de la OTAN; puso en crisis irrecuperable a la URSS y liquidó el campo socialista. Se creaba una situación enteramente nueva.9

Hace muy poco escuchaba a Tarek William, destacado poeta venezolano y hoy gobernador de Anzoátegui, el estado petrolero más rico de Venezuela, que a una de sus obras sociales le puso el nombre de Roque Dalton, poeta prestigioso y revolucionario, miembro del ERP [Ejército Revolucionario del Pueblo], extrañamente asesinado en El Salvador. Con dolor expresó el nombre del presunto asesino. “Me duele mucho” —exclamó— “cuando los yanquis lo envían aquí para decirnos cómo debemos hacer las cosas en Venezuela”. Realmente desconocía el bochornoso hecho que le imputa Tarek. Había conocido al personaje cuando era militante y jefe del ERP, una destacada organización revolucionaria, combativa y resuelta, con magníficos combatientes del pueblo. Las alusiones a la muerte de Roque Dalton parecían simples calumnias. Dediqué, personalmente, decenas de horas en transmitirle experiencias, ideas, tácticas y principios de la guerra. No dudó en aplicarlas. Las unidades del ERP luchaban contra batallones salvadoreños entrenados en Estados Unidos con las más avanzadas técnicas que habían desarrollado. Les insistía: no ejecuten a los prisioneros, no rematen a los heridos, superen esa práctica torpe y estéril, porque así jamás se rendirá uno de ellos. Debo añadir que las armas con que combatían los revolucionarios salvadoreños eran las ocupadas en Saigón, cedidas a Cuba por Vietnam después de la victoria. Como se verá en el capítulo IX, militantes revolucionarios integrados en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) llevaron a cabo proezas sin precedentes en las luchas de liberación de América Latina, si se tiene en cuenta el número de hombres y el volumen de fuego de las armas modernas.10

Desaparecidos la URSS y el campo socialista, derrotada electoralmente la Revolución Nicaragüense por la sangría de la guerra sucia impuesta por Washington, llegó la hora de tomar decisiones a otros movimientos en Centroamérica. Pidieron mi opinión. “Eso solo lo pueden decidir ustedes”, fue la respuesta, “solo sé lo que Cuba haría”. Añado esta vez que el mencionado jefe del ERP recibió beca en Oxford, estudió Ciencias Políticas y Económicas. Por lo que contó el Gobernador de Anzoátegui, ahora es asesor yanqui sobre el arte de gobernar revolucionariamente.

El pueblo de Cuba soportó la desaparición de la URSS sin rendirse y se dispuso a luchar hasta las últimas consecuencias, para que —como dijo Rubén Martínez Villena— sus hijos no tengan que mendigar de rodillas lo que sus padres conquistaron de pie.11

Del material reunido y analizado salió un pequeño libro. Sus capítulos pudieron reducirse a partes aproximadamente iguales, aunque algunos son más extensos y otros más breves. No deseábamos que la forma prevaleciera sobre el contenido. Se incluyen textos que son ineludibles para comprender los problemas. Uso el método de seleccionar ideas básicas, tal como constan en los documentos.

Disponer de los elementos de juicio requeridos es un deber de los que realmente luchan por un mundo mejor y más justo.
 

*****

 
EPÍLOGO
Las realidades objetivas de las que habló Belisario Betancur condujeron a Pastrana a lo que sin duda no deseaba cuando asumió su período de cuatro años como presidente de Colombia entre 1998 y 2002.12

Estados Unidos no es amigo de los pueblos de América Latina. Durante más de un siglo y medio intervino en sus asuntos internos, les arrebató territorios, saqueó sus recursos naturales, agredió su cultura, les impuso el intercambio desigual, saboteó los intentos unitarios desde la época de la independencia, promovió los conflictos entre nuestros países, explotó las grandes diferencias en el seno de nuestras sociedades. Las naciones de América Latina han sufrido olas de inflación y crisis económica mientras otras partes del mundo se desarrollaban. A pesar de las emigraciones, el número de los que padecían pobreza extrema se elevaba, y también el número de niños obligados a pedir limosnas en las grandes urbes.

Durante los últimos 50 años, los golpes militares y las tiranías sangrientas, promovidos por Estados Unidos, han significado cientos de miles de desaparecidos, torturados y asesinados en Centro y Suramérica. En las escuelas militares de ese país se han formado los golpistas y torturadores.

A pesar de la gravedad del crimen cometido contra el pueblo de Estados Unidos por la acción terrorista perpetrada en Nueva York el 11 de septiembre de 2001 —en la que para nada se toma en cuenta la responsabilidad por negligencia del Presidente y las deficiencias de los cuerpos de seguridad de su gobierno— no se justificaba el apoyo a la guerra declarada por Bush contra “60 o más oscuros rincones del mundo”, entre los que pueden ser incluidos los países latinoamericanos.

Pastrana, que tantas veces se reunió con el jefe guerrillero, sin duda podía comprobar la diferencia entre la sinceridad de Marulanda y el cinismo de Bush. Son hechos absolutamente contradictorios la paz con Bush y la guerra contra Marulanda.

El problema de las drogas, que hoy constituye un azote para los pueblos de América Latina, en realidad fue originado por su enorme demanda en Estados Unidos, cuyas autoridades nunca se decidieron a combatirlo con energía, mientras asignaban esa tarea únicamente a los países donde la pobreza y el subdesarrollo impulsaban a masas de campesinos a cultivar la hoja de coca o la amapola en vez de café, cacao y otros productos subvalorados en el mercado de Estados Unidos.

No en balde Raúl Reyes le contó a Arbesú que el Departamento de Estado hizo contacto con las FARC, interesado en su colaboración para luchar contra las drogas. “Era lo único que les interesaba” —dijo Reyes. ¡Para solicitarle tal “cooperación” las FARC no eran terroristas!, podemos añadir nosotros.13

Marulanda era partidario de la sustitución de esos cultivos acompañada de programas sociales y compensaciones económicas. Con gran realismo, no veía otra forma de liquidarlos.

Así lo hizo Cuba con los cultivos ilícitos cuando triunfó la Revolución. Durante muchos meses, en las montañas ni siquiera sabíamos cómo era una planta de marihuana. Los pocos que la cultivaban eran los más astutos en filtrarse de un lado a otro de las líneas enemigas. Algunos extremistas nuestros querían comenzar a juzgar a los responsables. Yo recomendé esperar el fin de la guerra. Así se erradicaron tales cultivos, aunque no existía, desde luego, el grave y complejo problema actual de Colombia.

Raúl Reyes y Manuel Marulanda ya no viven. Murieron en la lucha. Uno, por ataque directo con nuevas tecnologías desarrolladas por los yanquis; el otro, por causa natural.

Yo discrepaba con el jefe de las FARC por el ritmo que asignaba al proceso revolucionario de Colombia, su idea de guerra excesivamente prolongada. Su concepción de crear primero un ejército de más de 30 000 hombres, desde mi punto de vista, no era correcta ni financiable para el propósito de derrotar a las fuerzas adversarias de tierra en una guerra irregular. Hizo cosas extraordinarias con unidades guerrilleras que, bajo su dirección personal, penetraban en la profundidad del terreno enemigo. Cuando alguien fallaba en el cumplimiento de una misión parecida, estaba listo siempre para demostrar que era posible. En cierta ocasión, estuvo dos años recorriendo la mitad de Colombia con una unidad de 40 hombres.

Las FARC, por sus concepciones operativas, nunca cercaron ni obligaron a la rendición a batallones completos con el apoyo de artillería, unidades blindadas y fuerza aérea a su favor, experiencia que nosotros llegamos a conocer y así vencer unidades aun mayores de sus tropas élites. No ocurrió así con las FARC, pese a la enorme calidad de sus combatientes.

Es conocida mi oposición a cargar con los prisioneros de guerra, a aplicar políticas que los humillen o someterlos a las durísimas condiciones de la selva. De ese modo nunca rendirían las armas, aunque el combate estuviera perdido. Tampoco estaba de acuerdo con la captura y retención de civiles ajenos a la guerra. Debo añadir que los prisioneros y rehenes les restan capacidad de maniobra a los combatientes. Admiro, sin embargo, la firmeza revolucionaria que mostró Marulanda y su disposición a luchar hasta la última gota de sangre.

La idea de rendirse nunca pasó por la mente de ninguno de los que desarrollamos la lucha guerrillera en nuestra patria. Por eso declaré en una Reflexión que jamás un luchador verdaderamente revolucionario debía deponer las armas. Así pensaba hace más de 55 años. Así pienso hoy.

Invertí más de 400 horas de intenso trabajo en este esfuerzo. Lo revisé cuidadosamente bajo el impacto de los huracanes que golpearon con extrema violencia a Cuba. Me satisfizo hacerlo. Aprendí mucho. He cumplido mi promesa.

Fidel Castro Ruz
Septiembre 16 de 2008


1. Jorge Eliécer Gaitán, dirigente del opositor Partido Liberal, fue asesinado en Bogotá el 9 de abril de 1948. En Bogota estalló un levantamiento popular de masas conocido como el bogotazo.

2. Jacobo Arenas, dirigente del Partido Comunista Colombiano, llegó a ser una de las figuras centrales de las FARC.

3. La Internacional Comunista, que aglutinó a organizaciones revolucionarias por todo el mundo que querían aprender de la dirección bolchevique de la Revolución de Octubre y emular su ejemplo, se fundó en marzo de 1919 en Moscú bajo la dirección de V.I. Lenin. Ya para fines de los años 20, una casta privilegiada cuyo principal representante era José Stalin había tomado control del partido y del gobierno, dando marcha atrás a la trayectoria proletaria de Lenin en política nacional e internacional. El “antiguo partido” al que se refiere Castro era el Partido Socialista Popular (PSP), el partido pro-Moscú en Cuba. El Ejército Rebelde era la fuerza guerrillera encabezada por Fidel Castro y miembros del Movimiento 26 de Julio. Después de la victoria rebelde, el Movimiento 26 de Julio se fusionó con el PSP y con el Directorio Revolucionario, llegando a formar el Partido Comunista de Cuba.

4. Lázaro Cárdenas, presidente de México de 1934 a 1940, nacionalizó la industria petrolera mexicana en 1938 con el respaldo de movilizaciones masivas del pueblo trabajador.

5. En abril de 1965 los marines norteamericanos invadieron República Dominicana para derrotar un levantamiento popular contra un régimen militar proimperialista.

6. En 1960 y en 1962, asambleas del pueblo cubano de un millón de personas aprobaron la Primera y Segunda Declaración de La Habana, que abordaron problemas claves de estrategia revolucionaria en la lucha contra el saqueo imperialista y la explotación de clases, culminando con la lucha por el poder.

7. Entre 1849 y 1861 hubo expediciones armadas de “filibusteros” en México, Centroamérica y el Caribe, en intentos de apoderarse de territorios y ampliar el poder de los intereses esclavistas del Sur de Estados Unidos. Uno de los más notorios fue William Walker, quien en 1855 desembarcó en Nicaragua y se declaró presidente de ese país en 1856, antes de ser derrotado por ejércitos centroamericanos.

8. El demócrata James Carter fue presidente de Estados Unidos de 1977 a 1981. Robert Pastor fue asesor de Carter en materia de seguridad nacional para América Latina. El general Omar Torrijos, jefe de la Guardia Nacional panameña y figura predominante del gobierno panameño por 13 años, firmó pactos en 1977 bajo los cuales Panamá recuperó el control de su canal el 31 de diciembre de 1999. Torrijos murió en 1981 en un accidente aéreo. En diciembre de 1989, durante la administración de George H.W. Bush, Washington invadió Panamá y derrocó al gobierno del general Manuel Noriega.

9. El 19 de julio de 1979, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) dirigió al pueblo trabajador de Nicaragua en una revolución popular que le quitó el poder a la dictadura de Somoza, que contaba con el respaldo de Washington, y estableció un gobierno de trabajadores y campesinos. Washington entrenó, financió y armó un ejército contrarrevolucionario que asesinó a miles de trabajadores y campesinos antes de ser derrotado. Sin embargo, la dirección del FSLN se fue replegando de su curso proletario, y cuando el FSLN perdió las elecciones presidenciales en febrero de 1990, el gobierno de trabajadores y campesinos ya había dejado de existir.

10. Roque Dalton, poeta de renombre y revolucionario veterano, se afilió al ERP en 1973. Posteriormente la dirección del ERP lo acusó de “traidor” y fue ejecutado el 10 de mayo de 1975. Joaquín Villalobos era uno de los principales dirigentes del ERP, el cual en 1980, con otras cuatro organizaciones revolucionarias, conformó el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). En 1992 se firmó un acuerdo de paz con el cual se terminó el conflicto armado. A mediados de los 90, el ministerio del exterior británico le otorgó a Villalobos una beca para estudiar en Oxford. Este llegó a ser “consultor para la resolución de conflictos internacionales”.

11. Rubén Martínez Villena (1899-1934), poeta y dirigente del Partido Comunista de Cuba, participó en la lucha contra la dictadura de Gerardo Machado.

12. Belisario Betancur fue presidente de Colombia de 1982 a 1986. Andrés Pastrana fue presidente de agosto de 1998 a 2002. Ambos fueron respaldados por el Partido Conservador. Pastrana entabló negociaciones directas con las FARC.

13. Raúl Reyes, uno de los principales comandantes de las FARC, murió en un ataque aéreo cuando fuerzas colombianas atacaron un campamento de las FARC cerca de la frontera ecuatoriana en marzo de 2008. Marulanda murió de causas naturales ese mismo mes. José Arbesú, actualmente vicejefe de relaciones internacionales del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, representó a la dirección cubana en muchas reuniones con dirigentes de las FARC.

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