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Vol. 73/No. 2      19 de enero de 2009

 
Revolucionario cubano: ‘Angola me hizo crecer’
Desde prisión en EUA René González relata
experiencias de lucha contra invasión del apartheid
(especial)
 
René González Sehwerert, de 52 años, es uno de los cinco revolucionarios cubanos que han estado encarcelados en prisiones de Estados Unidos durante los últimos 10 años. Fue sentenciado a 15 años de cárcel bajo cargos de “conspiración general” y por “falla de inscribirse como agente de un gobierno extranjero” como parte del caso amañado que Washington organizó contra los Cinco Cubanos —como se les conoce internacionalmente— acusándolos de ser parte de una “red de espionaje” en Miami.

Nacido en Chicago el 13 de agosto de 1956, González retornó a Cuba con su familia en 1961. Pasó dos años en Angola, desde 1977, como uno de los voluntarios cubanos que ayudaron a derrotar las invasiones del régimen racista del apartheid de Sudáfrica.

La entrevista que presentamos a continuación fue publicada bajo el título de “Angola me hizo crecer” en el número del 13 de junio de 2005 de Trabajadores, un diario cubano.

Cuando González menciona el crimen en Barbados se está refiriendo al atentado contra un avión cubano que salía de Barbados, el cual resultó en la muerte de los 73 pasajeros y miembros de la tripulación en 1976. El ataque fue organizado por los contrarrevolucionarios cubanos entrenados por la CIA Luis Posada Carriles y Orlando Bosch.

En abril de 1974 la dictadura que gobernaba Portugal fue derrocada por la “Revolución de los Claveles”, en la que un golpe realizado por oficiales jóvenes del ejército impulsó un levantamiento popular de masas.
 

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El ímpetu juvenil y el sentimiento internacionalista de René González Sehwerert confluyeron en su vida de soldado durante la guerra por la liberación de Angola. Trabajadores revela los sentimientos y motivaciones que llevaron a uno de nuestros héroes antiterroristas al continente africano.

“No sé si para mediados de los 70 necesitaría yo demasiadas razones para cumplir una misión internacionalista. Aquello formaba parte del ambiente. El legado del Che estaba germinando. Los crímenes del imperio laceraban la sensibilidad colectiva de los cubanos con cada noticia de una nueva agresión, o de la última dictadura militar estrenada o -hiriendo nuestra propia carne- con crímenes como el de Barbados.

“En aquellas circunstancias, la Revolución de los Claveles, que estremeció al imperio colonial portugués, fue como un aire renovador, que abrió las puestas de la soberanía para una parte de Africa a la que nos hermanaban siglos de explotación.

“Cuando de nuevo se recurrió al crimen y con el apoyo y complicidad de quienes hoy nos pretenden dar lecciones de derechos humanos, la Sudáfrica del apartheid se lanzó sobre el proyecto de nación que gateaba en Angola, el pueblo cubano se estremeció. Estremecido con él y gracias a la ayuda de algunos oficiales logré ser incluido en una unidad de mi regimiento asignada a cumplir misión. De esa manera me integré a un batallón de tanques, como artillero de una dotación, un día después de haber cumplido mis tres años en el Servicio Militar General.  
 
Dos años en Cabinda
“Tras dos meses de entrenamiento, el Batallón de Tanques T-34 arribó a las costas de Cabinda en marzo de 1977. Nuestra unidad no participó en acciones de combate, sólo fuimos parte de un cerco poco antes del regreso, cuando ya el inicial entusiasmo bélico de la juvenil tropa se había atemperado ante la inminencia de volver a casa.

“Al asombro inicial ante la exuberancia del paisaje africano siguió el contacto con una cultura y forma de vida desconocidas. Me llamó la atención la nobleza, humildad y falta de maldad de los angolanos, a quienes la miseria y explotación de siglos no habían logrado convertir en depredadores. La palabra de cualquiera de aquellos campesinos valía más que la constitución de todos los países “superiores” que habían ido a “civilizar” a aquel continente.

“Una experiencia impactante fue ver el hambre en los rostros y los cuerpos de los niños. Sus miradas estremecían. Por algún acuerdo tácito y silencioso cada uno de nuestros doscientos combatientes aceptó, desde el primer día, que a su magro rancho se le sustrajera una porción para dar de comer a unas doce criaturas que tres veces al día nos esperaban al borde de la carretera cuando llevábamos los alimentos a una pequeña tropa desplegada cercana a su aldea.

“Hay dos momentos contrapuestos que siempre quedarán en mi memoria: aquellos rostros felices de vuelta a su aldea y ser testigo de cómo alguna familia vecina ensamblaba un pequeño ataúd.

“A falta de combates, mi permanencia en Angola coincidió con la batalla por el noveno grado. La tarea se acogió con entusiasmo, se construyeron aulas rústicas en las áreas de ubicación de cada compañía. A esa tarea agradezco mi reconciliación con las lecciones de matemática que impartí y tuve la satisfacción de ver a un grupo de oficiales y soldados regresar a la patria con el certificado de grado de escolaridad vencido.

“Tras dos años de vigilancia e intensa preparación combativa, en marzo de 1979 los últimos efectivos del Batallón de T-34 del Regimiento de Infantería Motorizada de Cabinda abordamos las naves que nos regresaron a Cuba, con la satisfacción de haber hecho lo nuestro y traer una experiencia única.

“Atrás en la Loma de Zende, quedaba la unidad renovada y una montaña de vivencias.

“Nunca se me ocurrió que en alguna otra experiencia —como la que estoy viviendo ahora— llegaría a superar la intensidad y el peso de la angolana en mi formación y mi vida. Tal es el valor que doy a mis dos años en Cabinda.  
 
Obra de hombres imperfectos
“Aquella misión internacionalista fue la materialización de un anhelo que me hizo crecer como ser humano. No todo fue color de rosa. Tuve vivencias positivas y negativas en condiciones difíciles. Allí viví momentos de gran alegría y otros de profunda tristeza; se mezclaron camaradería con conflictos, discrepé y estuve de acuerdo, me entendí con unos y no con otros, hice buenos amigos o, simplemente, compañeros.

“Pero unas y otras, cada vivencia me enseñó algo nuevo y me hizo crecer. Muchas veces me he remitido a aquella experiencia para resolver problemas posteriores, y cada uno de aquellos combatientes —tal vez como yo en aquel momento sin saberlo a plenitud— fue parte de algo mucho más grande que cualquier de nosotros o que, inclusive, nuestro batallón.

“La experiencia angolana me enseñó que las obras más hermosas las levantamos hombres imperfectos, cada uno un breve impulso en la historia: ese continuo deshacer del entuerto que comenzó con la primera injusticia humana.

“Más que un breve impulso fue, no obstante, el papel de Cuba en esta epopeya. El impulso que significó la batalla por la soberanía de Angola en la lucha contra el colonialismo —ese cáncer social sobre el que se levantó la opulencia de lo que hoy pasa como mundo civilizado— no paró hasta llegar al Cabo de Buena Esperanza, destruyendo toda una mitología levantada en función de sojuzgar.

“Creo que pasará algún tiempo antes de que la humanidad comprenda el altruismo de Cuba en Angola. En el mundo individualista que se nos impone, lo que alguien ha denominado “escepticismo socarrón” corroe e inmoviliza la conciencia colectiva forjada en las masas, como medio de dominio, por quienes sobre ellas levantan sus fortunas.

“Pero la historia ya está hecha, al menos hasta hoy, y la epopeya de nuestro pueblo en Africa es parte de ella. Y lo será también cuando todos los pueblos unidos en uno solo hayamos hundido al imperio burgués borrando, finalmente, el hambre del rostro del último niño que la haya sufrido”.  
 
 
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