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Vol. 71/No. 48      24 de diciembre de 2007

 
‘La revolución en Estados Unidos no solo es posible,
la lucha revolucionaria es inevitable’
Presentación de Mary-Alice Waters, miembro
del Comité Nacional del PST, en foro ‘Estados Unidos:
una revolución posible’ en feria del libro de Venezuela
(especial)
 
A continuación publicamos la presentación que Mary-Alice Waters, miembro del Comité Nacional del Partido Socialista de los Trabajadores y presidenta de la editorial Pathfinder, hizo el 10 de noviembre en una mesa redonda durante la Tercera Feria Internacional del Libro de Venezuela, celebrada del 9 al 18 de noviembre en Caracas. La mesa redonda dio inicio a un foro continuo de cinco días sobre el tema “Estados Unidos: una revolución posible”, el cual fue también el tema de la feria.

Entre los panelistas en la sesión inicial, además de Waters, estaban Eva Golinger, abogada venezolana-americana y autora de El código Chávez; Chris Carlson, contribuidor al sitio web venezuelaanalysis.com; y Tufara Waller, coordinadora cultural del Centro Highlander en Tennessee. Los temas debatidos en esa sesión permanecieron al centro del debate durante los cinco días. (Ver artículos sobre el foro y la feria en los tres números anteriores del Militante).

Publicamos la presentación de Waters con autorización. Copyright © Pathfinder Press.

POR MARY-ALICE WATERS  
Primero, quiero agradecerle a CENAL [el Centro Nacional del Libro] y a los organizadores de la Feria del Libro de Venezuela de 2007 por el tema que escogieron para este evento. “Estados Unidos: una revolución posible” inicia la discusión sobre una cuestión cuya respuesta, en la práctica, finalmente decidirá el futuro de la humanidad, o quizás mejor dicho, decidirá si habrá un futuro para la humanidad.

Hoy hablo aquí como una de una pequeña minoría, incluso entre los que se llaman personas de izquierda, o revolucionarios, una minoría que afirma sin vacilación o reservas: “Sí, una revolución sí es posible en Estados Unidos”. Una revolución socialista. Para decirlo en términos de clase, una revolución proletaria: el levantamiento social más amplio, más abarcador imaginable de los oprimidos y explotados, y la reorganización de la sociedad a favor de sus intereses.

Será una lucha revolucionaria de masas que, al profundizarse, ganará el apoyo de la mayoría de la clase trabajadora, de los pequeños agricultores y de sus poderosos aliados entre las nacionalidades oprimidas, las mujeres y otros. Una lucha revolucionaria que será dirigida por una vanguardia de la clase trabajadora con cada vez más conciencia de clase, cada vez más probada y más amplia.

En la tercera revolución norteamericana que viene, los trabajadores que son afroamericanos formarán una parte desproporcionadamente grande de la dirección.

Será una lucha revolucionaria que le quita el poder político y militar a la clase que hoy día lo ocupa, y que moviliza la fuerza y la solidaridad —la humanidad— del pueblo trabajador en Estados Unidos tomando el lado de los oprimidos y explotados a nivel mundial.

Será una lucha que transformará a los hombres y mujeres que la llevarán hacia adelante a medida que luchan para transformar las relaciones sociales legadas por el mundo “perro-come-perro” del capitalismo.

No solo es posible una revolución en Estados Unidos, sino que la lucha revolucionaria del pueblo trabajador en Estados Unidos por la vía que describí es inevitable, iniciada al principio no por las masas trabajadoras sino forzada por los ataques de las clases propietarias, impulsados por la crisis. Y nuestras luchas estarán entrelazadas, como siempre, con la resistencia y las luchas de los productores oprimidos y otros explotados por todo el planeta.

Sin embargo, lo que no es inevitable es el resultado de estas luchas revolucionarias que vienen. Ahí es donde es decisiva la claridad política, la organización, disciplina y el calibre de la dirección proletaria. Por eso influye tanto lo que hacemos ahora, mientras hay tiempo para prepararnos.

Simplemente afirmo todo esto al inicio, para que nuestra discusión aquí en este evento pueda compartir un vocabulario común. Este es el contenido significativo que le doy a la muy abusada palabra “revolución”.  
 
Cuba y la revolución norteamericana que viene
Uno de los libros que Monte Avila, una de las principales casas editoriales aquí, presenta en este festival lleva el nombre Cuba y la revolución norteamericana que viene. Lo escribió Jack Barnes y lo publicó primero la editorial Pathfinder. Lo menciono al principio, no solo para aplaudir a los directores de Monte Avila por su perspicacia política, y tal vez audacia, al publicarlo sino —lo que es más importante— para presentar el tema de ese libro como parte de nuestra discusión.

Cuba y la revolución norteamericana que viene no es un libro que trata principalmente sobre la Revolución Cubana que triunfó el 1 de enero de 1959, aunque sí es un libro sobre el impacto mundial de esa revolución. Ante todo, como señala la contraportada, es un libro “sobre las luchas del pueblo trabajador en el corazón del imperialismo, sobre los jóvenes que se ven atraídos a estas luchas y sobre el ejemplo ofrecido por el pueblo de Cuba de que la revolución no solo es necesaria, sino que se puede hacer.

“Trata sobre la lucha de clases en Estados Unidos, donde hoy día las fuerzas gobernantes descartan las capacidades revolucionarias de los trabajadores y agricultores de forma tan rotunda como descartaron las del pueblo trabajador cubano. Y de forma igualmente errada”.

El libro destaca una afirmación que ofreció el dirigente cubano Fidel Castro hace casi 47 años, en la víspera de la invasión a Cuba organizada por Washington en la Bahía de Cochinos.

Ese fallido ataque de abril de 1961 fue sin duda el error de cálculo más grande que ha cometido el imperialismo en la historia de nuestro hemisferio, error que fue producto de una colosal arrogancia de clase y ceguera de clase por parte de aquellos que se consideraban dueños por derecho de todo lo que producían juntos la tierra y las masas trabajadoras de Cuba. Ese error de cálculo terminó en Playa Girón con la gloria de la primera derrota militar de Washington en América.

Un mes antes, en marzo de 1961, Fidel dijo ante una jubilosa multitud de trabajadores, campesinos y jóvenes cubanos, “Primero se verá una revolución victoriosa en los Estados Unidos que una contrarrevolución victoriosa en Cuba”.

En esa época, muchos de nosotros, de ambos lados del estrecho de Florida, sabíamos que esas palabras no eran bravatas huecas, y que Fidel no estaban mirando una bola de cristal. El hablaba como dirigente que ofrecía —que promovía— una línea de lucha para toda nuestra vida, tanto en Estados Unidos como en Cuba.

Cada generación sucesiva de revolucionarios ha llevado desde entonces esas palabras en nuestro estandarte, con la decisión de acercar el día que se puedan cumplir.

Hoy creo que ese estandarte lo mantienen en alto los Cinco Cubanos revolucionarios que ya van cumpliendo su décimo año de prisión en Estados Unidos, donde el gobierno norteamericano los mantiene como rehenes como una forma más de tratar de castigar al pueblo de Cuba por negarse a rendirse.

Esta nueva edición de Cuba y la revolución norteamericana que viene está dedicado a ellos. “A Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René: Cinco productos ejemplares de la Revolución Cubana quienes hoy día, si bien contra su voluntad, sirven con honor en las primeras filas de la lucha de clases en Estados Unidos”.

La lucha por su libertad es otra de las luchas que se verán promovidas por nuestras discusiones y acciones aquí.  
 
¿Mundo capitalista libre de crisis?
Lo principal que quisiera hacer hoy es dirigir mis palabras, con todo el debido respeto, a los que dudan que la revolución socialista en Estados Unidos sea posible, a quienes creen, o temen, que el imperialismo norteamericano es demasiado poderoso, y que la revolución, en el mejor de los casos, es un sueño utópico.

A los que abrigan esa convicción, les planteo una pregunta.

¿Qué presuposiciones sobre el futuro, explícitas o implícitas, podrían justificar tal conclusión? ¿Cómo tendría que parecer el futuro?

Espero que otras personas también aborden esta cuestión. Pero me gustaría dar mi respuesta. Para llegar a esa conclusión, habría que convencerse de que las próximas décadas se van a parecer más o menos a las que muchos de nosotros aquí conocimos por casi medio siglo después de la Segunda Guerra Mundial.

Habrá que convencerse de que ya no habrá más crisis económicas o sociales de la magnitud de las que marcaron la primera mitad del siglo 20. Que las familias gobernantes del mundo imperialista y sus magos económicos han encontrado la forma de “manejar” el capitalismo para excluir crisis financieras aplastantes que pudieran conducir a algo parecido a la Gran Depresión, a ataques crecientes a los derechos económicos, sociales y políticos del pueblo trabajador, a guerras interimperialistas en expansión, al ascenso de nuevos movimientos fascistas de masas en las calles.

Habría que convencerse de que está disminuyendo la competencia entre los rivales imperialistas, así como la competencia entre éstos y las potencias semicoloniales más avanzadas económicamente, y que sus tasas de ganancias —que han estado en tendencia de descenso desde principios de los años 70— ahora van a empezar a ascender durante varias décadas por una curva acelerada.

Habría que pensar que ese cambio de dirección en su acumulación de capitales puede lograrse sin la destrucción masiva de capacidad productiva —humana y física— causada por décadas de guerra, como las que culminaron con la matanza interimperialista de la Segunda Guerra Mundial. Eso fue necesario para que los gobernantes capitalistas se salieran de la última gran depresión.

Creo que las pruebas demuestran contundentemente que el futuro que enfrentamos es lo contrario. ¡Nada más leamos los titulares de esta última semana! Pensemos en lo que está pasando desde Wall Street hasta Pakistán, de Moscú a Teherán, de la bolsa de valores en Shanghai a las minas de oro cada vez más profundas en Sudáfrica.

Los primeros cañonazos de la Tercera Guerra Mundial ya los dejamos atrás hace una década y media. Ya estamos viviendo las primeras etapas de lo que serán muchos años de guerras sangrientas, empezando con guerras como las de Iraq, de Afganistán y de nuevo en Iraq. De eso se trata la transformación de la estructura y estrategia militar de Washington.

Se acercan años de crisis económicas y financieras, de las cuales la actual crisis de las hipotecas subprima —que aún se propaga— y el globo de deudas aún más masivo del que forma parte, ofrecen apenas un vistazo.

Se acercan años que van a traer una resistencia cada vez más consciente y organizada por parte de una vanguardia creciente de trabajadores, echados contra la pared por el empeño de los patrones de recortar salarios y de aumentar lo que llaman productividad.

Se acercan años marcados por batallas callejeras con verdaderos movimientos ultraderechistas que apuntan contra negros, inmigrantes, judíos, militantes sindicales, socialistas y otros: hasta en las democracias burguesas más “estables”.

Se acercan años de crisis económicas, sociales y políticas y de intensificadas luchas de clases que sí van a terminar en la Tercera Guerra Mundial, inevitablemente, si la única clase capaz de hacerlo, la clase trabajadora, no le quita el poder estatal, y así el poder de librar guerras, de las manos de los gobernantes imperialistas.  
 
Una vanguardia obrera combativa
En Estados Unidos, ya se pueden ver los perfiles de estas batallas que vienen. El cambio histórico no está por delante; ya se va produciendo hoy día.

El fenómeno político más importante en Estados Unidos es algo de lo cual uno muy rara vez ve imágenes en su televisión o lee en la prensa. Sin embargo, su fuerza se ha visto expresada por los millones de trabajadores que se han tomado las calles en ciudades y pueblos, tanto grandes como pequeños, por todo lo ancho del país el Primero de Mayo en los últimos dos años, en tanto esa celebración obrera histórica ha renacido en Estados Unidos como día de lucha.

Ha surgido en acción una vanguardia combativa de la clase trabajadora en Estados Unidos, tomando por sorpresa a la clase dominante, según se refleja en sus divisiones y debates acalorados sobre la política migratoria. Esa vanguardia ya está dejando su huella en la política y en la lucha de clases.

Este cambio histórico se ha manifestado más y más en huelgas y batallas de sindicalización en fábricas y centros de trabajo desde California hasta Iowa, Georgia y Utah. Trabajadores tanto inmigrantes como nacidos en Estados Unidos se han mantenido firmes, hombro a hombro, sea en las calles, sea dentro de sus fábricas, sea frente a las casas de sus vecinos, en respuesta a las redadas de la policía de inmigración que detiene a individuos para deportarlos o bajo cargos de “robo de identidad” en un intento de intimidar a todos. No solo a todos los inmigrantes, sino en efecto a todos los trabajadores.

Aunque en estos momentos está compuesta en gran medida por trabajadores que nacieron fuera de Estados Unidos, sobre todo de México o Centroamérica, no es solo una vanguardia “inmigrante”. Los trabajadores que ayudan unos a otros a esconderse de la migra en las fábricas, y que se ocupan de los niños cuando los padres son detenidos, no solo son inmigrantes.

Esta es una vanguardia obrera. Empieza en pequeña escala en relación a la clase trabajadora en su conjunto. Pero no surge de la nada. Se ha desarrollado en respuesta a la ofensiva antiobrera de los patrones del último cuarto de siglo, la cual ha reducido los salarios y todas las protecciones del seguro social, que ha impuesto ritmos de producción que literalmente amenazan la vida, y que les niega a los trabajadores la sencilla dignidad en el trabajo y fuera del trabajo.

Parte de esta ofensiva han sido los intentos de los patrones de asegurarse una reserva cada vez más grande de trabajadores indocumentados —con bajos salarios y no sindicalizados— para cumplir sus necesidades de mano de obra y al mismo tiempo tratar de dividir y estratificar más a la clase trabajadora.

No se trata de pintar de color rosa a la lucha de clases. No pretendo convencerles de que la clase trabajadora está a la ofensiva, ni nada semejante.

Al contrario, es la clase patronal la que sigue a la ofensiva. La mayoría de las batallas obreras terminan en derrotas o empates en el mejor de los casos. Los sindicatos —que organizan a un porcentaje cada vez menor de los que trabajan en Estados Unidos— se convierten cada vez más en instrumentos de los colaboradores de los patrones entre la oficialidad. Esto se demostró nuevamente en las últimas semanas con los miserables acuerdos que negociaron con los magnates de la industria automotriz, donde libraron a los patrones de la responsabilidad de las futuras necesidades médicas de los jubilados y capitularon a las demandas patronales a favor de una escala salarial más baja para los nuevos empleados, quienes trabajarán al lado de los actuales empleados haciendo los mismos trabajos.

No es de asombrarse de que hoy día en Estados Unidos están sindicalizados menos del 7.5 por ciento de los trabajadores en las industrias privadas: comparado con la cifra hace medio siglo, cuando representaban casi la tercera parte de la fuerza laboral.

Pero nada de esto es nuevo.

Lo que sí es nuevo, lo que sí está cambiando, lo que sí es de importancia histórica, es el cambio rápido en el carácter, la composición y la dinámica de la clase trabajadora en Estados Unidos. Ese es el problema más grande que enfrenta la clase dominante de Estados Unidos. Para ellos, en última instancia, es una crisis más grande que Iraq o Afganistán: porque es más perdurable.

Los gobernantes capitalistas pueden retirarse, y en algún momento sí van a retirarse, temporalmente de uno u otro frente en la “guerra global contra el terrorismo”. Pueden hacer y harán reajustes en sus relaciones con sus rivales europeos, y negociar componendas con Rusia o China. Aún tienen mucho campo para maniobrar.

Pero la clase trabajadora en Estados Unidos, incluyendo su creciente elemento inmigrante, del cual unos 12 millones son indocumentados: eso es algo distinto. Es la fuente de la mayoría de su plusvalía, que a la vez es la fuente de sus ganancias, su riqueza, su posición y su poder estatal. Dependen completamente de esa masiva reserva de mano de obra superexplotada. No pueden competir y acumular capital sin eso. Y este hecho subraya la creciente confianza, combatividad y politización de algunas capas en el seno del amplio movimiento obrero en Estados Unidos hoy día.

La batalla para captar a la gran mayoría de la clase trabajadora para que apoye la legalización de los inmigrantes indocumentados es la cuestión política más importante en Estados Unido, y es la batalla actual más grande en camino hacia la acción política obrera independiente.

Y sí es una batalla. Muchos trabajadores —blancos, negros, asiáticos, todos— están influenciados por la virulenta campaña antiinmigrante de algunos sectores de la clase dominante. Como la lucha contra la segregación racial Jim Crow en los años 50 y 60, y la lucha continua contra el racismo y todas las formas de discriminación, esta es una cuestión que está decidiendo el futuro del movimiento obrero y que seguirá decidiéndolo.

Uno de los frentes más cruciales en esta batalla, debe enfatizarse, se da en el seno de la comunidad negra, donde las estrategias de “divide y vencerás” de los gobernantes frecuentemente encuentra un eco, a pesar de que la experiencia de la vida y la memoria histórica preparan a la gran mayoría de los trabajadores afroamericanos como aliados naturales de los que luchan por los derechos de los inmigrantes.

Los trabajadores en Estados Unidos, donde sea que hayan nacido, enfrentan el mismo enemigo de clase, y las luchas tenaces sobre cualquier frente tienden a unir a los trabajadores ante los intentos de dividirnos. Y es lo que sí está comenzando a suceder.

La masiva marcha nacional, dirigida por negros, en Jena, Louisiana, hace dos meses, por parte de unos 20 mil manifestantes, negros, blancos, latinos y otros más, tanto nativos como inmigrantes, quienes protestaban contra el trato injusto de las cortes a seis adolescentes negros en ese pueblo, es un buen ejemplo de las formas en que la creciente resistencia proletaria en Estados Unidos ya se ha expresado en la fuerza renovada de una vanguardia combativa más amplia. Fue la primera manifestación nacional de este tamaño y carácter en muchas décadas en Estados Unidos, y la marcha en Jena indudablemente se alimentó de la fuerza de las recientes movilizaciones del Primero de Mayo y actividades relacionadas.

Muchos de los jóvenes trabajadores latinos que participaron con orgullo en ese acto estaban aprendiendo de primera mano, por primera vez, acerca de la historia de luchas del pueblo trabajador en Estados Unidos contra la opresión negra. Y la acogida entusiasta que sus compañeros de marcha les brindaron les impactó de manera poderosa.

No van a cesar los intentos de los patrones de convertir a los trabajadores inmigrantes —entre otros— en chivos expiatorios para garantizar el acceso a su reserva de mano de obra superexplotada. Cualquier severa crisis económica va a intensificar la batalla por el alma política de la clase trabajadora en torno a esta cuestión. Así como otras.

Sin embargo, a diferencia de épocas anteriores en la historia de Estados Unidos, cuando la clase dominante logró dividir tajantemente al pueblo trabajador de acuerdo a la raza y al origen nacional —por ejemplo, después de la derrota de la Reconstrucción Radical tras la Guerra Civil, o después de la Primera Guerra Mundial— es precisamente la internacionalización sin precedentes de la fuerza de trabajo, el enorme alcance de la inmigración obrera, la cual eclipsa las grandes olas del siglo 19 y del principio del siglo 20, lo que representa una de nuestras mayores fuerzas.

Aprendemos de las tradiciones de lucha que se juntan desde todas partes del mundo. A medida que luchamos hombro a hombro, se hace más fácil percibir los intentos de dividirnos —”nosotros” contra “ellos”— como si nuestros intereses de clase fueran los mismos de los de “nuestros” patrones, “nuestro” gobierno o “nuestros” dos partidos.  
Continuidad revolucionaria
A medida que se perfilan las próximas décadas de crisis más profundas y de intensificadas luchas de clases, tenemos otra ventaja más. Durante la última gran época de radicalización de los años 30, el potencial revolucionario se derrochó y se desvió hacia el apoyo al “Nuevo Trato” del capitalismo y después a su sucesor inevitable: el “Trato Bélico”, la matanza imperialista de la Segunda Guerra Mundial.

Fueron los recursos y el atractivo de una poderosa casta social burocrática en la URSS, que se disfrazaba de dirección comunista a nivel mundial, lo que posibilitó esto. Sin embargo, hoy día ese enorme obstáculo político ya no se interpone en el camino hacia la acción política independiente de la clase trabajadora. El imperialismo ya no puede depender de eso para imponer la coexistencia pacífica, las “esferas de influencia” por todo el mundo. Y los dirigentes más combativos y valientes de las luchas obreras, de las luchas de liberación nacional, de la juventud que se radicaliza, no se verán atraídos a la negación estalinista de todas las cosas por las que lucharon Marx, Engels y Lenin, creyendo equivocadamente que eso era comunismo.

Las lecciones de la Revolución Rusa y de la Internacional Comunista bajo Lenin serán buscadas nuevamente, a medida que nuevas generaciones de luchadores de vanguardia buscarán las anteriores experiencias históricas de las cuales podrán aprender no solo a luchar sino a luchar para vencer.

Por eso, a medida que se profundicen estas batallas políticamente, también se buscará más y más la verdadera historia de la Revolución Cubana.

¿Por qué la Revolución Cubana ha seguido un curso completamente distinto en los últimos 20 años, rescatando y fortaleciendo su revolución socialista, mientras se implosionaban los regímenes burocráticos de Europa oriental y de la Unión Soviética, a los cuales muchas personas creían erróneamente que Cuba se parecía?

¿Cómo ha logrado el pueblo cubano mantener a raya al imperio más poderoso que la historia jamás ha conocido —o que jamás conocerá— durante casi 50 años?

¿Por qué, a pesar de décadas de luchas por todo el continente, Cuba hasta el día de hoy sigue siendo el único territorio libre de América?

El afirmar esta verdad de ninguna forma menosprecia el terreno que hoy día el pueblo venezolano ha tomado y sigue tomado en la lucha. Simplemente reconoce el hecho indiscutible que lo que será el 1 de enero de Venezuela todavía lo tenemos por delante, y no por detrás. Que lo que será la Playa Girón de los trabajadores venezolanos, todavía lo tenemos por delante y no por detrás.

En para buscar respuestas a estos problemas candentes que Pathfinder está presentando aquí en esta feria libros como La Primera y Segunda Declaración de La Habana, y que se están leyendo a nivel mundial con tanto interés libros como Nuestra historia aún se está escribiendo: La historia de tres generales cubano-chinos en la Revolución Cubana. Sí, la revolución socialista es posible. Se puede defender. Se puede impulsar aún frente a nuestros enemigos más poderosos.

Como ha demostrado en la práctica el pueblo cubano, un mundo mejor sí es posible. Pero de una forma radical y perdurable, únicamente a través de una revolución socialista.

Lo que está en juego —planteado en las cuestiones que estamos discutiendo aquí en este foro— es incalculable. No solo enfrentamos la destrucción de la salud, el bienestar y el medio ambiente de la tierra y de toda la humanidad trabajadora. Esas son y serán las consecuencias inevitables y devastadoras de las operaciones del capitalismo. Los límites que podemos imponer a esas consecuencias son y solo pueden ser producto secundario de nuestras luchas revolucionarias. Pero, en caso que fracasemos, podemos estar seguros que también todos enfrentamos en última instancia un futuro de devastación nuclear.

Cada lucha revolucionaria, en cualquier parte del mundo —y la de aquí en Venezuela no es la menos importante— es una parte vital de la batalla internacional. Pero hasta que los trabajadores y agricultores le quiten el poder a Washington, y el imperialismo yanqui sea desarmado decisivamente, nada estará resuelto de manera perdurable.

Por eso, me parece, no es nada insignificante contestar, “Sí, la revolución no solo es posible en Estados Unidos,” sino que viene. Sí, las luchas revolucionarias están a la orden del día, pero sus resultados dependen de nosotros. Sí, el hecho de luchar hombro a hombro con otros que están decididos a garantizar que las luchas por este camino sean victoriosas, representa la vida más significativa posible.
 
Artículo relcaionado:
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