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Vol. 71/No. 34      17 de septiembre de 2007

 
‘El imperialismo es el pirómano
de nuestros bosques’
Discurso de Thomas Sankara,
dirigente de la revolución en Burkina Faso
(especial)
 
A continuación publicamos extractos del discurso que dio Thomas Sankara en París el 5 de febrero de 1986 en la Primera Conferencia Internacional para la Protección del Arbol y del Bosque. Sankara fue el dirigente central de la revolución en Burkina Faso (1983-87), un país en Africa Occidental. El discurso completo, bajo el título “El imperialismo es el pirómano de nuestros bosques y nuestras sabanas”, aparece en el folleto Somos herederos de las revoluciones del mundo. Copyright © 2007 por Pathfinder Press. Se reproduce con autorización.

 
POR THOMAS SANKARA
 
Mi patria, Burkina Faso, es indiscutiblemente uno de los pocos países de este planeta que tiene derecho a llamarse y verse a sí mismo con la concentración de todos los males naturales que la humanidad padece aún a fines del siglo XX.

Y, por tanto, esta realidad la han interiorizado dolorosamente durante 23 años los 8 millones de burkinabes. Han visto morir a sus madres, padres, hijos e hijas, a quienes el hambre, la hambruna, las enfermedades y la ignorancia han diezmado por centenares. Con lágrimas en los ojos han visto secarse charcas y ríos. Desde 1973, han visto deteriorarse el medio ambiente, morir los árboles y han visto que el desierto del Sahel avanza a unos 7 kilómetros por año.

Sólo estas realidades permiten comprender y aceptar la rebelión legítima que nació, que maduró a través de un largo periodo y que finalmente estalló de manera organizada la noche del 4 de agosto de 1983 en Burkina Faso, bajo la forma de una revolución democrática y popular.

Aquí no soy más que un humilde portavoz de un pueblo que rehúsa verse morir por haber visto morir pasivamente su ambiente natural. A partir del 4 de agosto de 1983, el agua, los árboles y la vida —por no decir la propia supervivencia— han sido cosas fundamentales y sagradas en todas las acciones del Consejo Nacional de la Revolución que dirige a Burkina Faso.

Ya van a ser tres años que mi pueblo, el pueblo burkinabe, libra un combate contra la desertificación.

Para el año nuevo en 1986, todas las escolares, todos los escolares y alumnos de nuestra capital, Uagadugu, construyeron con sus propias manos más de 3 500 hornillos perfeccionados para ofrecérselos a sus madres, y que se suman a los 80 mil hornillos confeccionados por las propias mujeres en dos años. Esa fue su contribución al esfuerzo nacional para reducir el consumo de leña y salvaguardar los árboles y la vida.

Tras haber vacunado en todo el territorio nacional en unos 15 días a 2 millones 500 mil niños entre las edades de 9 meses y 14 años —de Burkina y de países vecinos— contra el sarampión, la meningitis y la fiebre amarilla, tras haber realizado más de 150 perforaciones para garantizar el aprovisionamiento de agua potable a la veintena de sectores de nuestra capital que hasta entonces estuvieron privados de esa necesidad esencial, y tras haber elevado en dos años la tasa de alfabetización del 12 por ciento al 22 por ciento, el pueblo burkinabe continúa victoriosamente su lucha por una Burkina verde.

Se han sembrado 10 millones de árboles en 15 meses dentro del marco de un Programa Popular de Desarrollo: nuestra primera apuesta como un anticipo al Plan Quincenal. En los pueblos, en los valles de tala reglamentada de nuestros ríos, las familias deben sembrar 100 árboles por año.

No intento ensalzar de forma irrestricta y desmedida la modesta experiencia revolucionaria de mi pueblo en materia de la defensa del árbol y de los bosques. Intento hablarles de la forma más explícita posible sobre los profundos cambios que están en curso en Burkina Faso en la relación que existe entre el hombre y el árbol. Intento dar testimonio de la forma más fiel posible del nacimiento y desarrollo de un amor sincero y profundo en mi patria entre el hombre burkinabe y los árboles.

El pillaje colonialista ha diezmado nuestros bosques sin la menor idea de reemplazarlos para nuestro porvenir.

Continúa la perturbación impune de la biosfera por medio de incursiones salvajes y asesinas sobre la tierra y en el aire. Y jamás se podrá decir cuánto propagan la muerte todos esos vehículos que emiten gases. Quienes tienen los medios tecnológicos para determinar culpabilidades no están interesados en hacerlo, y quienes están interesados no tienen los medios tecnológicos. No tienen más que su intuición y su convicción profunda.

No estamos contra el progreso, pero no deseamos que el progreso se haga de forma anárquica y con negligencia criminal hacia los derechos de los demás. Queremos afirmar, por tanto, que la lucha contra la desertificación es una lucha para establecer un equilibrio entre el hombre, la naturaleza y la sociedad. Por esta razón es, sobre todo, una lucha política y no una fatalidad.

La creación de un Ministerio del Agua, que viene a complementar el Ministerio del Ambiente y Turismo en mi país, subraya nuestro deseo de plantear claramente los problemas a fin de que se resuelvan de forma directa. Debemos luchar para encontrar los medios financieros con miras a explotar nuestros recursos hidráulicos existentes —mediante perforaciones, embalses y diques—. Este es el lugar para denunciar los contratos leoninos y las condiciones draconianas impuestas por los bancos y otras instituciones financieras que condenan nuestros proyectos en esta materia. Esas son condiciones prohibitivas que provocan el endeudamiento traumatizante de nuestro país, que impiden todo margen de acción real.

Ni los falaces argumentos malthusianos —y yo afirmo que áfrica sigue siendo un continente despoblado— ni esas colonias de vacaciones bautizadas pomposa y demagógicamente “operaciones de reforestación” constituyen respuestas. A no sotros y a nuestra miseria se nos rechaza como a esos perros pelados y sarnosos cuyas jeremiadas y clamores perturban la callada tranquilidad de los fabricantes y mercaderes de miseria.

Por eso Burkina ha propuesto, y propone siempre, que por los menos el 1 por ciento de las colosales sumas de dinero que se sacrifican en la búsqueda de la cohabitación con otros astros se utilice para financiar de forma compensatoria proyectos de lucha para salvar los árboles y la vida. No perdemos la esperanza de que un diálogo con los marcianos pudiera resultar en la reconquista del Edén. Mientras tanto, los terrícolas tenemos también el derecho de rehusar una opción que se limite a la simple alternativa entre infierno y purgatorio.

Si se formula así, nuestra lucha en defensa de los bosques y los árboles es, ante todo, una lucha popular y democrática. ¡La conmoción estéril y costosa de unos cuantos ingenieros y expertos en silvicultura jamás va a lograr nada! Como tampoco las conciencias conmovidas, sinceras y loables de los múltiples foros e instituciones, podrán hacer que el Sahel vuelva a reverdecer en tanto no haya dinero para perforar pozos de agua potable de unos 100 metros, ¡mientras que sobra para perforar pozos petroleros de 3 mil metros!

Como dijo Carlos Marx, los que viven en un palacio no piensan en las mismas cosas, ni de la misma forma, que los que viven en una choza. Esta lucha para defender los árboles y los bosques es, ante todo, una lucha antiimperialista. El imperialismo es el pirómano de nuestros bosques y de nuestras sabanas.
 
 
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