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   Vol. 70/No. 23           19 de junio de 2006  
 
 
Primer cambio de política exterior
de Washington desde 1991
El mito reaccionario sobre el ‘lobby israelí’
(especial)
 
(último de tres artículos)

POR SAM MANUEL  
WASHINGTON—Un informe ampliamente difundido del decano de la Universidad de Harvard Stephen Walt y del catedrático de ciencia política de la Universidad de Chicago John Mearsheimer propaga la falsa y reaccionaria teoría de que la política exterior de Washington sobre el Medio Oriente está manipulada por el cabildeo israelí.

Un artículo del reconocido académico radical James Petras afirma que el gobierno israelí controla la política exterior de Washington mediante un grupo influyente de judíos “sionistas-conservadores”, y a través de cientos de espías israelíes quienes supuestamente han penetrado “las más altas esferas del gobierno de Estados Unidos”.

Los dos recien publicados artículos, presentan el argumento de muchos críticos liberales y de clase media del gobierno de Bush, y que también es fomentado por algunos derechistas, de que la política exterior ha sido secuestrada por un grupo de “neo-conservadores”, descrita por algunas de estas fuerzas como una “cábala judía”.

Este es el último de una serie de artículos sobre el primer cambio de mayor envergadura en la política exterior de Washington desde la Segunda Guerra Mundial. El primer artículo abordó los orígenes de la política exterior norteamericana de “contención” del bloque soviético y sus aliados durante la última mitad del siglo 20 (ver “Guerra Fría: ¿por qué se percibió como ‘fría’?” en el número del 15 de mayo). El segundo artículo describe el fin del llamado “dividendo de paz” y la lentitud con que Washington reconoció la nueva situación que enfrentaba como consecuencia del fin de la Guerra Fría (ver “Cómo se acabó el ‘dividendo de paz’” en el número del 22 de mayo).

Tal como estos artículos han delineado, el gobierno norteamericano está llevando a cabo el cambio más profundo en su estrategia y organización militar desde la segunda guerra imperialista mundial. Con el fin de la Guerra Fría, los gobernantes norteamericanos se ven obligados a tomar medidas para enfrentar la aguda competencia de sus rivales imperialistas y prepararse para encarar más directamente la resistencia de los obreros y pequeños agricultores a los efectos de una crisis capitalista mundial cada vez más profunda. Bajo la bandera de la “guerra global al terrorismo”, están transformando las fuerzas armadas de Estados Unidos en un ejército más ligero, más móvil, mejor preparado para librar los tipos de guerras que el imperialismo norteamericano tendrá que realizar en el mundo.

Ningún ala de los Demócratas o Republicanos ha ofrecido una alternativa a este curso bipartidista de política exterior. Sin embargo, el tono en la política capitalista en Estados Unidos, se ha vuelto más agudo e intenso. Este creciente faccionalismo entre políticos capitalistas es el resultado de la frustración de los gobernantes norteamericanos por su vulnerabilidad ante un futuro de crisis económicas más severas, guerras y fuerzas incontrolables puestas en marcha por estos cambios.

En este contexto, cuando algunos políticos y comentaristas liberales demócratas atacan a sus contendores republicanos, echan mano a la falsas y desorientadoras acusaciones de que un sigiloso grupo “neoconservador” está formulando la política exterior de Washington y traicionando los “intereses americanos”. Estas afirmaciones empañan el hecho de que la política exterior de Estados Unidos es bipartidista, de que el gobierno de Bush actúa a nombre de la clase gobernante norteamericana y de que esta política sí sirve a sus intereses de clase.

En un comentario típico, el comentarista del diario Star-Ledger de Newark John Farmer critica a “los neoconservadores cercanos al secretario de Defensa Donald Rumsfeld, quien, junto al vicepresidente Dick Cheney, en función de facilitadores, fueron los autores de la desventura en Iraq. Entre estos también menciona a los ex subsecretarios de defensa Paul Wolfowitz, y Douglas Feith, y al ex consejero del Pentágono Richard Perle.

En su informe de 83 páginas titulado “El cabildeo israelí y la política exterior de Washington”, el decano de Harvard, Walt, y el catedrático de la Universidad de Chicago, Mearshimer, organizan sus argumentos para sostener que “el empuje total de la política de Washington en la región [del Medio Oriente] se debe casi totalmente a la política interior de Estados Unidos, y en particular, a las actividades del ‘cabildeo (lobby) israelí’.” Además, dicen que “el poder sin comparación del cabildeo israelí” ha logrado que Washington adopte políticas beneficiosas al gobierno israelí y no a los “intereses nacionales de Estados Unidos”.

Ellos mantienen que “el núcleo del cabildeo está compuesto de judíos estadounidenses” quienes buscan “dirigir la política exterior norteamericana a que fomente los intereses de Israel”, junto con los “neoconservadores no judíos”. Según ellos, el llamado lobby no sólo incluye a funcionarios del gobierno de Bush tales como Wolfowitz y Feith, sino que también controla los consejos editoriales de periódicos tales como el New York Times y el Wall Street Journal y tiene una influencia decisiva en el Brookings Institution, el American Enterprise Institute y otros principales centros de investigación.

Walt y Mearsheimer afirman que el “lobby israelí” y los “neoconservadores” fueron el motor impulsor detrás de la invasión norteamericana a Iraq en 2003. “La estrategia ambiciosa del gobierno de Bush para transformar el Medio Oriente, comenzando con la invasión de Iraq, conlleva la intención, por lo menos parcialmente, de mejorar la situación estratégica de Israel”, aseguraron.  
 
Argumentos anti-semitas
El artículo de Petras, titulado “La tiranía de Israel sobre Estados Unidos,” produce este mismo argumento y destila el mismo anti-semitismo y nacionalismo estadounidense. La única diferencia es que Petras por mucho tiempo se ha presentado como socialista y anti-imperialista.

Petras cita “fuentes anónimas” del FBI para afirmar la “profunda penetración de la sociedad estadounidense y el gobierno por espías israelíes y sus colaboradores” que han alimentado con “información falsa” al gobierno norteamericano para convencerlo de lanzar la guerra contra Iraq. También le atribuye la política exterior de Washington a la influencia de “Feith, Wolfowitz, Perle y otros neocons sionistas identificados por su estrecha relación con el aparato de espionaje israelí”.

Petras describe la invasión de Iraq como una guerra “al servicio de Israel” contraria “al buen criterio y los intereses nacionales de Estados Unidos.”

No causa sorpresa que el informe de “investigación” de Walt ganara un efusivo aplauso del ultraderechista David Duke, ex líder del Ku Klux Klan. En su página web, davidduke.com, él felicita al decano de Harvard por revelar “como estos extremistas judíos han manipulado la política estadounidense en contra de los intereses del pueblo norteamericano”.  
 
¿Quién decide política exterior?
Estas afirmaciones sobre el control “neo-conservador” y, más aún, “judío” de la política de Washington sobre el Medio Oriente son fraudulentas y reaccionarias. Primero, las principales personalidades de la aludida “conspiración neo-conservadora” tales como Wolfowitz y Feith, ya no son parte del gobierno de Bush. Segundo, ninguno de los principales funcionarios responsables de la política de Washington en Iraq, Bush, Cheney y Rumsfeld, es judío.

El articulo de la semana pasada destacó que mientras la revista Weekly Standard de William Kristol y otros llamados neo-conservadores estaban entre los que comenzaron en 1997-98 a hacer campaña para tomar medidas para el derrocamiento del gobierno de Saddam Hussein, el curso hacia el “cambio de régimen” predominó entre la mayoría de la clase gobernante y llegó a ser política oficial bajo el gobierno de Clinton.

Las teorías de conspiración, incluso las que llevan diferentes matices de odio anti-judío, absuelven a los capitalistas norteamericanos, a la vez que fomentan el nacionalismo estadounidense. La política exterior del imperialismo norteamericano, lejos de estar secuestrado por un grupo aislado, se encuentra controlado por y representa los intereses de una clase: las opulentas familias multimillonarias que gobiernan Estados Unidos, incluyendo a sus dos partidos, los Demócratas y los Republicanos.  
 
 
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