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   Vol. 70/No. 17           1 de mayo de 2006  
 
 
Médicos sudaneses hablan de lo que aprendieron en Cuba
 
A continuación publicamos un artículo que apareció en la edición del 27 de marzo del Calgary Sun, un diario en Alberta, Canadá, bajo el encabezado “Largo camino a casas: niños que huyeron de Sudán volverán a ayudar a sobrevivientes”. Se reproduce con autorización.

POR BILL KAUFMANN  
Algunos luchamos para encontrarle sentido a la vida.

Otros trabajan hasta el agotamiento para vivir a la altura de un sentido que por mucho tiempo ha sido evidente pero aparentemente inalcanzable.

El martes pasado, tres jóvenes médicos sudaneses que estudian en Calgary demostraron lo último, expresado a través de odiseas épicas de muerte, liberación, sacrificio y esperanza.

Cuando eran pre-adolescentes, se sumaron a un acosado éxodo de sus aldeas natales en el sur de Sudán, poco después de la reanudación de una guerra de medio siglo en esta nación convulsionada en Africa oriental.

“Yo tenía nueve años y tres de mis tías habían sido asesinadas por soldados del gobierno… Tuve que huir con otra tía”, dijo Michael Tut Pur acerca de su fuga en 1984

Después de una semana de marcha, llegaron al campamento de refugiados Itang en una region de Etiopía donde sus paisanos Daniel Thon Duop y Martha Martin Dar también buscarían refugio.

Allí, los niños huérfanos eran equipados con fusiles AK-47 por el Movimiento de Liberación del Pueblo Sudanés para pelear contra sus opresores genocidas del norte de Sudán.

“Ellos iban a la guerra, para perder la vida sin futuro”, recuerda Dar.

Dar y sus dos compatriotas fueron seleccionados para dejar atrás la miseria y el conflicto de los campamentos, zarpando para Cuba a fin de estudiar con la esperanza de que algún día regresarían para ayudar.

“Mi mamá no quería que me fuera; yo era muy joven”, dice Dar, quien de todas maneras dejó atrás a su familia a los 13 años.

“Ella dijo, ‘Quizás algún día puedas encontrarme, puedas cuidarte a ti misma y apoyar a tus hermanos”.

Con un pacto entre Fidel Castro y el régimen marxista de Etiopía, los tres abordaron barcos soviéticos.

Fue un viaje desde el otro lado de la barrera de la Guerra Fría que desmintió percepciones pintadas en blanco y negro.

“No recibimos ayuda del Oeste, así que desde el principio tuvimos ayuda de los comunistas”, dice Pur.

El vivió 15 años en Cuba, lugar donde desarrolló una conciencia sobre el autoritarismo de la isla, pero también sobre un sistema social humanitario que lo instruyó en medicina avanzada.

“Su sistema político tal vez no sea el correcto, pero su sistema de salud es muy bueno… Ellos nos dieron todo lo que podían”, dijo. “Graduaron a 7 500 médicos en el 2001, de los cuales 1 500 eran de Africa”.

Pero el plan de repatriarlos a Sudán se vino abajo cuando algunos de los que regresaron no pudieron seguir su profesión escogida y fueron presionados para ir a la guerra.

Cuando algunos de ellos cayeron muertos, se tomó la decisión de dispersar a los refugiados educados, a través de un programa de la ONU, a Estados Unidos, Australia y Canadá.

Por no reunir los requisitos, los médicos formados en Cuba se vieron obligados a buscar trabajo fuera del campo de la medicina. Duop y Dar trabajaron en plantas empacadoras de carne en Alberta.

“Al principio me sentía muy frustrada. No podía imaginarme trabajando en ese lugar”, dice Dar, quien agregó que la composición multiétnica de la plantilla de Lakeside Packers fue lo que recompensó su tiempo allí.

La fortuna se puso de su lado con el alto al fuego en el sur de Sudán y una asociación entre el grupo benéfico evangélico Samaritan’s Purse y la Universidad de Calgary.

Había resuscitado su meta de regresar algún día para ayudar a los sobrevivientes del genocidio. Después de un curso de recapacitación de seis meses en la Universidad de Calgary, ellos regresarán a Sudán en junio.

Pur dice que hasta está dispuesto a aventurarse a la región violenta de Darfur, consciente de que los intelectuales estarían en la mira de las milicias islámicas respaldadas por el gobierno.

“No me importa si soy el primer blanco de ataque; si puedo ayudar, es una causa digna aún si muero”, dice el ciudadano canadiense Pur, quien espera trabajar en un hospital administrado por una organización benéfica en el sureste de Sudán. “El gobierno de Sudán no hace nada en el sur”.

Duop, de 33 años, dice que están obligados —en parte por la ayuda que han recibido aquí— a regresar a un país devastado donde proliferan las enfermedades.

“Esto se ha convertido no solo en una misión para sudaneses, sino una misión para canadienses y residentes de Calgary”, dice.

Dice Pur: “ Yo siempre me denomino sudanés, canadiense, cubano”.

Ellos reconocen que con más estudios podrían ejercer la medicina de manera lucrativa en Canadá y, en todo caso, disfrutar de las comodidades de vivir en una tierra opulenta y pacífica.

“El dinero no lo es todo cuando otras personas están necesitadas”, dice Dar.

Para una docena de sus colegas sudaneses que estudian en Ontario, la decisión de regresar es inquebrantable.

“Todavía creemos lo mismo, mantenemos la misma misión”, dice Dar.

“Es un sueño hecho realidad”

¿Cuántos de nosotros podríamos imaginarnos, siquiera remotamente, decir lo mismo?
 
 
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